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Hector Berlioz, el virtuoso incomprendido

Hector Berlioz nació el 11 de diciembre de 1803 en La Côte-Saint-André y murió el 8 de marzo de 1869 en París.

Aprendió a tocar flauta, guitarra, flageolet y tambor, instrumentos “más que respetables”. Su padre le prohibió estudiar piano por temor a que lo arrastraría en la música “mucho más lejos de lo que él deseaba”.

El compositor reconoció en sus memorias que el piano habría sido útil en determinadas circunstancias y, al mismo tiempo, admitió que ante “la espantosa cantidad de banalidades” que se componían para piano, agradecía al azar por haber dispuesto para él “la necesidad de componer silenciosamente y en libertad”.

Veneró tanto a virtuosos de la música como de las letras: “Mi religión es la de Beethoven, Weber, Gluck, Spontini”, dijo Berlioz, quien profesó devoción literaria por Shakespeare y admiró a Virgilio, Scott, La Fontaine y Byron.

El creador de la innovadora Sinfonía FantásticaLélio o el regreso a la vida, Romeo y Julieta, La condenación de Fausto, La infancia de Cristo y Los troyanos fue infeliz en los escenarios franceses, particularmente en París, por la falta de estimación y el rechazo de teatros de ópera. También era receloso sobre la interpretación fiel de su música, lo cual influyó para que se convirtiera en director de orquesta.

“Su orquestación fue de tal modernidad y heterodoxia, que con frecuencia fue incomprendida por sus contemporáneos. A su imaginación desbordante debemos los conceptos de música programática y de leitmotiv musical”, afirma el musicólogo Enrique García Revilla en la publicación La estética musical de Hector Berlioz.

El talento del autor de partituras desconcertantes logró reconocimiento fuera de Francia y elogios por parte de personajes influyentes como Liszt y Paganini. 

Viajes a Italia, Alemania, Reino Unido y Rusia respondieron a “la necesidad de ganarse la vida, dadas las limitaciones de lo que podía lograr en París” y, lo más importante, a la oportunidad de que “su música fuera conocida en el extranjero e interpretada bajo su dirección, y tal como él quería que sonara”, señala el sitio web www.hberlioz.com.

Cuando se habla de Berlioz, no es muy conocida su faceta como escritor. Revilla señala que el legado berlioziano comprende una prosa que podría ubicarse entre lo más notable del romanticismo literario francés. 

“Solo aquellos músicos con cierta afición a la lectura”, explica Revilla, “han constituido el grupo de potenciales lectores del Berlioz escritor y, dentro de este subconjunto, tan solo un porcentaje ínfimo conoce en la actualidad su obra literaria”.

Además de sus Mémoires, Berlioz dejó un sinnúmero de artículos de crítica musical y correspondencia. Junto al famoso Gran tratado de orquestación e instrumentación figuran Voyage musicale en Allemagne et en ItalieLes soirées de l’orchestreLe chef d’orchestre: théorie de son artLes grotesques de la musique y À travers chants (1862).

Estudiosos lamentan que por mucho tiempo el mundo musical estuviera en deuda con el compositor francés. No fue hasta 1969, por el centenario de la muerte, y en 2003, por el bicentenario del nacimiento, que comenzó a recuperarse su legado.

Justamente con ocasión del bicentenario, el crítico y ensayista Enrique Martínez Miura recordó que si bien había “una nueva fase de valoración crítica” sobre la composición berlioziana, hasta finales de los años sesenta del siglo XX “Berlioz era considerado poco menos que un efectista, proclive a la grandeza hueca y al ruidismo, un músico de escasa preparación técnica y dudoso gusto que ocultaba sus deficiencias acudiendo a gestos artísticos extremados y mastodónticos grupos corales e instrumentales”.

El 152 aniversario de su fallecimiento debe ser una oportunidad para reivindicar la obra de “un romántico de la música, el amor y la pasión, un visionario de la orquestación moderna, un escritor, un viajero e hijo de La Côte-Saint-André”, así describe al gran compositor Bruno Messina, director del Festival Berlioz y responsable de los eventos conmemorativos franceses de este año.

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