Somos capaces de todo con tal de ser parte de la conversación. Irónicamente, nadie quiere quedarse afuera, donde hay más espacio, más aire, y se respira mejor. Un relato sobre lo que fue ver el documental de Harry & Meghan.
Me comí el cuento. Caí. Quise ser parte de algo más grande. Quise ponerme al día y pertenecer y tener opiniones sobre los príncipes británicos exiliados en América: Harry & Meghan.
Seis horas de documental después, preferiría no haberlo hecho, nunca más hundirme en la tentación de lo actual, ni sentir la necesidad de comentarlo. Ningún hombre es una isla, es cierto; para hablar con los demás, hay que saber de qué están hablando, eso también es cierto; pero por algo existen las islas privadas y la gente que sueña con vivir en una de ellas.
Se supone que el documental Harry & Meghan debería hacerte entender a la pareja, acercarte a ellos, ponerte de su lado o por lo menos dejar claro que hay un lado al interior de la monarquía del que podrías ponerte. Pero no pasa. Al contrario, uno se pregunta, por ejemplo, ¿esto a mí qué me importa?, ¿qué tiene que ver conmigo?, ¿cuánto falta? Y, la pregunta más importante: ¿qué pasa si dejamos de verlos? Digamos que un día nos organizamos, hacemos el grupo de WhatsApp con más contactos en lo que va de la Historia, y decidimos no ver nada más relacionado a esta gente.
Contra documental
Ahora bien, vamos a tener que organizarnos, alguien tendrá que hacer la convocatoria, la curaduría entre aspirantes y preseleccionados, la fiscalización de contenido y alguna declaración de principios, medios y finales. Alguien, entonces, tendrá el poder, y esa misma persona, animal o cosa, recibirá favores que tendrá que pagar. Podríamos, todo hay que decirlo, acudir a la inteligencia artificial, proponerle de la manera más franca y educada que sea ella la que nos organice, la que nos convoque, la que nos censure, la que diga qué sí y qué no. Sobre todo para que nunca, jamás, se repita la tragedia que sigue y persigue a las decisiones tomadas por un ser humano.
Quien tenga el poder abusará de él. Eso tiene un precio. Si el administrador del grupo cumple sus funciones, quiéralo o no, pues será quien nos represente, y más le vale llegar temprano, antes que los demás, llegar bañado y perfumado y tener siempre listo un discurso (se agradecen el sentido del humor y los datos duros, irrefutables) no para combatir sino para calmar a nuestros enemigos, que serán varios y estarán regados por todo el mundo. Por cada compañero que tenga en el brazo o en el pecho o quizás en la frente un tatuaje en el que sea lea, fuerte y claro, No más documentales sobre Harry & Meghan, y que incluya la posdata respectiva, Ni sobre ningún miembro de la realeza, habrá una munición reservada.
No más príncipes
Por eso, porque quizás lo maten, el administrador del grupo debe ser reemplazable, extraditable, y debe ceder su puesto una vez pasado el periodo para el que fue elegido. Como van las cosas, ya embargados en la necedad ridícula de prestarle atención a todo y a todos, tendremos un nuevo administrador cada semana, cada doce horas, cada media hora. Voy a lo siguiente: ya que cambiará, y que seguramente creará un grupo distinto al nuestro, con otros contactos, otra gente, para tratar de tumbarnos, el administrador no puede ser una persona por la que sintamos mucho cariño. Ni un pariente ni un buen amigo. Que sea un trabajador más, que sepa ocupar su puesto, pero esencialmente que sepa desocuparlo cuando escuche, una vez, no dos ni tres, la voz de mando.
Como a nosotros se nos ocurrió la idea de formar el grupo, no veo contradicción alguna en que nos auto postulemos y auto proclamemos reyes del mismo, más que soberanos, ajenos a su propia realidad; que nos pasemos de compromiso en compromiso, atendiendo causas nobles como una fundación que se dedique enteramente a recomendar contenido cada vez que el usuario/súbdito, por las razones que sea, sienta la urgencia de ver un documental sobre la monarquía inglesa. Y que sea nuestro hijo, el menor, el que tanto nos recuerda a esa madre que no supimos amar, quien se rebele ante nuestra formalidad, ante nuestra forma cuadrada de nacimiento, y que se vaya a un nuevo continente, quizás a otro planeta, y haga fortuna por allá contando cómo fue vivir por acá. Sólo así, poniendo príncipes donde antes no los había, podremos reclamar un nuevo pueblo para el reino.