Muy a pesar de sí mismo, Gustav Flaubert fue maestro e inspirador, figura cimera del realismo literario francés junto a Balzac y Stendhal, objeto de admiración de su discípulo Guy de Maupassant (Todo lo que quería decir sobre Gustave Flaubert) y motivo de atención para Proust (A propósito del estilo de Flaubert) y Sartre (El idiota de la familia).
“Le mot juste” fue la máxima estilística del autor de Madame Bovary, obra maestra publicada primero por partes en La Revue de París en 1856 y un año después como libro.
Flaubert estremeció a la sociedad gala de mediados del siglo XIX con la adúltera e infeliz Emma Bovary, personaje que inspiró el término bovarismo acuñado por el filósofo Jules de Gaultier (en psicología se relaciona con la insatisfacción y frustración que siente una persona cuando sus ilusiones y la realidad no se corresponden).
La novela fue una incómoda piedra en el zapato para la burguesía que la tildó de inmoral y escandalosa. Llegó a los tribunales y, a falta de pruebas acusatorias, su creador se salvó de una condena por “ultrajar la moral pública”.
El escritor francés nació el 12 de diciembre de 1821 y murió el 8 de mayo de 1880 por un derrame cerebral. La escritura fue un refugio, sobre todo tras la muerte de su padre y de cercanos amigos como el poeta Louis Bouilhet. Fuera de su natal Normandía viajó a Egipto, Líbano, Palestina, Siria, Turquía, Grecia, Italia, Argelia y Túnez.
En su visión influyeron el progreso de la ciencia y el hecho de que su padre, por ejemplo, era médico cirujano. En su obra privilegió los hechos sobre los sentimientos o juicios morales y se caracterizó por la perfección en el manejo del lenguaje, el rigor estilístico y la objetividad del relato.
Su prosa, sometida por el autor a múltiples correcciones y versiones que llegaba a leer en alta voz para medir el efecto que tendrían, es armoniosa hasta la saciedad y en ella confluyen “la precisión del vocabulario, el equilibrio de la puntuación, el control de las asonancias y el dominio del ritmo”, destaca la enciclopedia Larousse.
“La brevísima expresión le mot juste encierra todo un mundo. ¿Qué es, cómo se mide la exactitud y la precisión de un discurso narrativo? Flaubert creía que sometiendo cada frase —cada palabra— a la prueba del gueuloir o del oído. Si, leyéndola en alta voz, sonaba de manera armoniosa y nada chirriaba ni desentonaba en ella, la frase era la perfecta expresión del pensamiento, había una fusión total entre palabras e ideas, y el estilo alcanzaba su máxima eficacia”, comentó el Premio Nobel de Literatura, Mario Vargas Llosa, en un ensayo publicado en la revista Letras Libres (www.letraslibres.com).
Para el escritor peruano, el francés fue “el libertador del personaje y del lector”, “el primer novelista moderno porque fue el primero en comprender que el problema básico a la hora de escribir una novela es el narrador, ese personaje que cuenta —el más importante en todas las historias— y que no es nunca quien escribe, aun en los casos en que cuente en primera persona y haga pasar por suyo el nombre del autor”.
Flaubert, añade Vargas Llosa, “entendió, antes que nadie, que el narrador es siempre una invención. Porque el autor es un ser de carne y hueso y aquel una criatura de palabras, una voz”.
“La única forma de no ser infeliz es encerrarse en el arte…”, escribió a un amigo el novelista francés de Salambó, La educación sentimental, La tentación de San Antonio, Tres cuentos y Bouvard y Pécuchet (publicada póstumamente).

La correspondencia personal y apuntes de Flaubert conforman un tesoro literario merecedor de varias publicaciones: Gustave Flaubert y George Sand. Correspondencia (editorial Marbot), Cartas a Louise Colet (editorial Siruela) y Cuadernos (editorial Páginas de Espuma), entre otras.
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