Esta entrevista, que recorre la intimidad, el humor y el diario autobiográfico, revela el pensamiento de Alberto Giordano, uno de los críticos literarios más notables de Latinoamérica, y un ensayista radicalmente subjetivo.
Hay un hombre esperando por mí en un hotel a media mañana. Su nombre es Alberto, viene de Argentina y desde que despertó no ha visto el cielo de Quito. La ciudad que, al amanecer, permanece inmersa en una bruma espesa, hoy goza de un estado glorioso. Es luminoso el día y también este encuentro.
A breves rasgos, Alberto Giordano (Argentina, 1959) es un pensador de la literatura contemporánea. Su trilogía ‘El tiempo de la convalecencia’ (2017), ‘El tiempo de la improvisación (2019) y el ‘Tiempo de más’ (2019) se reeditó por la editorial ecuatoriana Turbina; y ‘¿A dónde va la literatura? Selección de ensayos críticos‘ (2022) se publicó con el Centro Cultural Benjamín Carrión. En el 2023 visita Quito para presentar ‘Sobre la interpretación’. Más allá de esto, yo diría que Giordano es una cabeza incendiada por una cosa: la obsesión con los diarios.
¿Cómo descubrió el diario como género?
Fue un hallazgo intuitivo. Leo diarios y literatura autobiográfica desde que recuerdo. Ya como investigador y maestro me transformé en un especialista. Me interesa esa suposición de que lo que se está contando, efectivamente, ocurre. Me llama la atención el mundo de lo íntimo, lo cotidiano; la subjetividad interrogándose a sí misma. Por ejemplo, me apasiona la narrativa de Manuel Puig que pone en escena conversaciones privadas con una perspectiva de curiosidad.
¿Qué le cautiva?
Lo que me encanta de la literatura del yo es el gesto reflexivo, lo exploratorio. Sé que eso es interesante en términos del conocimiento de lo humano. El problema es que, a veces, cuando este tipo de escritura se cierra sobre sí misma de forma autocomplaciente, pierde el carácter exploratorio y se vuelve la representación narcisista de la subjetividad; aunque eso no me molesta.
¿Cuál es la relación entre su diario personal y su trabajo como ensayista y crítico?
Hay una relación subjetiva. El diario y el ensayo son formas exploratorias, subjetivas y se interesan por el proceso más que por el resultado. Para mí el ensayo es una conversación que trata de no reducir la literatura a un objeto de conocimiento. Escribo ensayo desde muy joven, en el contexto universitario, lo que es paradójico porque la universidad piensa este género de modo censurado y protocolario, cuando en su origen, el ensayo es radicalmente subjetivo, cercano a la conversación pública, e importa lo que uno tiene que decir. A mí me parece que con la literatura hay que conversar y se dialoga en nombre propio. Para saber algo es imprescindible poner en juego la subjetividad: no solo lo que uno ha estudiado, sino la historia personal, la sexualidad, los afectos.
En sus diarios, especialmente, en ‘El tiempo de la convalecencia’, hay una relación con la depresión. ¿Hay autocuidado en ese gesto?
Sí. Me atraen los diarios de enfermedades. Me gusta la literatura siguiendo ese proceso como el registro de un caso clínico. Yo no llevaba un diario de depresión, pero cuando me empecé a sentir bien, me di cuenta de que sentirme mejor estaba ligado a haber estado en el infierno; allí empecé a pensar en la idea de la convalecencia. En ese estado reflexioné sobre la depresión con la intención de decirle al otro, a quien me leyera, que, aunque es terrible, se puede salir. Mi fantasía era que ese libro llegara a esa persona que acompaña a alguien deprimido, para que sepa cómo actuar. Claro, no soy asistente terapéutico, pero veo lo que se suscita alrededor de la enfermedad.
Su trilogía de diarios se escribieron, fragmentariamente, en Facebook. ¿Cómo se han relacionado las redes sociales con tu escritura?
Durante 35 años estuve escribiendo ensayos. Después, gracias a la existencia de Facebook, empecé a llevar mi diario allí y eso me cambió la vida. Yo sentía que llevaba una especie de columna autobiográfica y lo que me encantó es que empecé a ver una repercusión inmediata. Después, en la pandemia, empecé a transmitir y grabar mis clases virtuales, estas sesiones llegaron a escritores, amigos. Me di cuenta que de esas grabaciones podían salir libros. El libro, ‘Sobre la interpretación’ que presento ahora, en Ecuador, es parte de ese proceso.
¿Qué es lo que le fascina ahora?
Fascinar es una palabra que para mí tiene un valor muy fuerte porque la he usado mucho en mi trabajo como crítico, se desprende de Maurice Blanchot que habla de la capacidad de fascinación en las palabras. Fascinar es algo que captura poderosamente la mirada. En ese sentido, hay momentos en que me fascina mi mujer. La fascinación me sucede también con el cine y la música.
El sentido del humor está presente en tu obra…
Es imprescindible. Yo lo busco desde que era chiquito. El humor aligera, es lúcido y, hay cosas a las que se puede acceder solo a través del humor.