En su libro “De viaje por Europa del Este” García Márquez menciona que la tan temida “Cortina de Hierro” no era más que un palo pintado de rojo y blanco, similar a los anuncios de las peluquerías.
El libro en cuestión fue publicado en 1957 y narra la experiencia de García Márquez durante sus tres meses como reportero en varios países de la Europa oriental, en plena Guerra Fría.
“De viaje por Europa del Este”, que fue reeditado en 2015 por Literatura Random House, se desarrolla como un amplio reportaje, similar a los que escribía con maestría el colombiano ganador del Nobel de Literatura en 1982.
Como una premonición, el escritor imagina qué pasará con Berlín años más tarde. De hecho, en el libro, asegura que si dentro de 20 minutos estallara una guerra, Berlín saldría airosa, pero si esto ocurriese en cincuenta o cien años “cuando uno de los dos sistemas haya prevalecido sobre el otro, las dos Berlines serán una sola ciudad”.
Como dato curioso, la caída del Muro de Berlín ocurrió 32 años después de la publicación de este libro.
La ideología de masas
En conversaciones con estudiantes y con gente de la calle García Márquez constata que en la República Democrática de Alemania “no hay socialismo”, tampoco una “dictadura del proletariado”, que eran las premisas más importantes de Karl Marx.
Matiza un poco cuando afirma que “Hitler eliminó a los buenos comunistas”. Luego dispara que los sobrevivientes que vieron a tiempo los errores del gobierno actual “fueron eliminados por el grupo dominante”.
Según el escritor, la juventud marxista de aquella época está convencida de que la realidad no corresponde a la doctrina, pero no se aventura a los riesgos de una rectificación.
“La revolución -nos decían los estudiantes marxistas- no se ha hecho en Alemania. La trajeron de la Unión Soviética en un baúl y la pusieron aquí sin contar con el pueblo”, destaca el autor de “Cien años de soledad”.
Más capitalista que socialista
Después de la experiencia en Alemania, García Márquez y sus acompañantes parten a Polonia, un país en el que se notaba un fervor religioso. De hecho, tras los destrozos de la guerra, lo primero que reconstruyeron fueron las iglesias.
En Varsovia, reseña el libro, “los sacerdotes y las monjas se mezclan a la multitud en proporción tan notable como en Roma”. En este aspecto, el nobel colombiano concluye que una gran cantidad de polacos “son católicos y comunistas al mismo tiempo”.
El viaje continuó hasta Praga, la capital de lo que entonces se llamaba Checoslovaquia, y que no se diferencia demasiado de las ciudades europeas occidentales.
“Hay un orden natural, espontáneo, sin policías armados. Es el único país socialista donde la gente no parece sufrir de tensión nerviosa y donde uno no tiene la impresión -falsa o cierta- de estar controlado por la policía secreta”.
García Márquez en “De viaje por Europa del Este”
A pesar de que los dirigentes checos son los más fieles a Moscú -continúa- no se aprecia la influencia soviética. La estrella roja está en las locomotoras, en los edificios públicos y “nosotros no vimos un solo militar soviético”.
Checoslovaquia y Polonia son los únicos países socialistas que tienen los ojos vueltos hacia Occidente y el primero tiene relaciones comerciales con casi todos los países occidentales, insiste García Márquez.
García Márquez y la URSS
Tras un viaje en tren de 18 horas, a la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) García Márquez la resume así: 22,4 millones de kilómetros cuadrados sin un solo aviso de la Coca Cola.
En medio de su visita a la URSS, el escritor narra que cometió un desaguisado cuando una intérprete le preguntó qué no le gustaba de Moscú. “A mí me estaba dando vueltas en la cabeza la idea de no haber visto perros en Moscú”, contestó García Márquez.
- Me parece atroz que se hayan comido todos los perros- dije. “Esa es una calumnia de la prensa capitalista”, devolvió una voz femenina en el fondo del local donde se dio la conversación.
Los soviéticos, continúa el relato, han viajado mucho por los mapas y se saben de memoria la geografía universal, pero están increíblemente mal informados de la actualidad periodística.
Destaca que los receptores de radio tienen apenas un botón con el que solo se escucha radio Moscú.
Los libros de Kafka no se encuentran en Moscú porque, dicen, “fue el apóstol de una metafísica perniciosa”; y hablar de Stalin es muy complejo. Uno de los capítulos del libro lleva por título “En el mausoleo de la Plaza Roja Stalin duerme sin remordimientos”. “Uno tiene la sensación física de que puede permitirse contra Stalin la actitud que quiera, pero que Lenin es intocable”, concluye el escritor.