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Fútbol amateur femenino, la terapia de la pelota

 Actualmente, más de 50 mil pichinchanas esperan el fin de semana para jugar en sus equipos de fútbol amateur.  Esta es la terapia semanal donde dejan de ser cantantes, farmacéuticas o niñeras y se convierten en Martha, la máxima goleadora de los mundiales femeninos.

Las hermanas Maybellin y Geliberth Cabrera Zamora.

Pasión por el fútbol

Las jugadoras de “El Olmedo” Jina Sarango y Geliberth Cabrera Zamora causan zozobra con cada ataque. Geliberth demuestra ser una goleadora. Se despacha con dos anotaciones y un pase gol que es aprovechado por su compañera, Jina.

Por su parte, la portera del equipo, Maybellin Cabrera Zamora ahoga varios gritos de gol de su rival, el Peñarol, con unas atrapadas que podrían ser la envidia del mismísimo Emiliano “Dibu” Martínez, arquero de la selección argentina.

Geliberth, de 20 años, y Maybellin, de 19, son dos hermanas que juegan fútbol e integran el dúo musical de las Hermanas Cabrera Zamora, que interpreta música nacional que suena en  plataformas como YouTube y TikTok. Aunque aún estamos lejísimos de “facturar” como Shakira, explica con esperanza Geliberth, hay meses que nos ingresan 600 dólares o más.

Geliberth tiene una hija de dos años y está en el último semestre de Comunicación “on line” en la Universidad Estatal de Machala (UEM). Maybellin toca el requinto y se graduará pronto de enfermera auxiliar en el Instituto CEA. 

María Fernanda Ayoví juega en el club Amazonas, de la misma liga de las hermanas Cabrera Zamora.  Para esta afroecuatoriana de 32 años alta y fuerte como un guayacán cada partido es un renacimiento: es como si Cristo le dijera “Levántate y anda”.

Su historia empezó a los 13 años en Esmeraldas e incluye varias etapas en equipos femeninos profesionales: Aucas, Nacional, Liga de Quito y Aampetra. 

Ayoví vive cada partido como una prueba de resistencia, porque en este deporte alguien que supera los 30 años ya es considerado un dinosaurio.  “Hasta ahora vamos bien”, dice porque semanalmente aún destroza defensas y porterías jugando en un equipo de Guamaní y en otro de Fajardo, en Rumiñahui. 

Mientras que de lunes a viernes se dedica a llevar la contabilidad de una empresa automotriz y a pulir a su hijo Ronald, un desenvuelto niño de 10 años que ya muestra destellos de crack.

Mamás y futbolistas

Katty Padilla y Miriam Prado.

Katty Padilla Prado tiene 28 años.  Desde pequeña vive en el tradicional barrio de Las Casas, en el norte de Quito. Reconoce que el deporte está en el ADN familiar pues su hermana, Rashell, jugó en la Liga de Quito y su hermano, David, en Quito Corazón.

Sin embargo, el primer amor deportivo de Padilla no fue el fútbol sino el básquetbol, deporte que practicó desde que estaba en la escuela. “No podía ser de otra manera si estudié en el María Angélica Idrobo, uno de los baluartes del básquet colegial quiteño”.

Sin embargo, una lesión en la rodilla la alejó de este deporte cuando estaba en la universidad. Mientras se recuperaba empezó a administrar, junto a Miriam, su madre, una farmacia de su barrio.  Actualmente cursa el último semestre de psicología. 

Cuando la rodilla sanó y pudo correr y moverse sin problemas comenzó a jugar fútbol y le gustó una barbaridad. Entonces decidió practicarlo competitivamente.  Su primer equipo barrial fue el Corinthians de la Liga San Vicente de Las Casas. Luego jugó en el Palmeiras, de la Liga de Iñaquito, y en otro Corinthians, de la Liga La Comuna.

En los últimos años ha jugado en el Disnamair de Las Casas, un equipo fundado por su padre y su tío. Es el motor y tapahuecos: hace de dirigente, capitana, delantera, arquera, pasabolas y, a veces, hasta de la “puteadora” oficial, pues reconoce su carácter fuerte e inconformista.  De hecho, para optimizar el desempeño del elenco incorporó a la plantilla a su mejor amiga, Jennifer, quien fue su compañera en las selecciones de básquet del Idrobo y a su mamá.

La relación madre-hija en el fútbol femenino barrial y parroquial es más común de lo que parece. Uno de los ejemplos es el de Wendy Gómez, de 23 años, y su madre, Rosita Aguirre, de 53. 

Las dos viven en la Florida de Sangolquí y juegan en el Santa Fe, un equipo que pertenece a la parroquia San Fernando y que es popular en el campeonato interparroquial del cantón Rumiñahui. 

Al igual que Katty Padilla, Wendy empezó en el deporte amateur con el básquet escolar, pero en el colegio conformó las selecciones de fútbol. En un partido de la categoría colegial, el árbitro del cotejo vio sus cualidades y la convenció de sumarse al Santa Fe, equipo con el cual se siente totalmente identificada. 

Tanto Wendy como Rosita trabajan de lunes a viernes cuidando a dos bebés en el Quito Tenis y Ponciano. Los partidos de fin de semana hacen que sientan que son parte de una familia extendida, sus compañeras de equipo. 

Lo mismo sucede con Janeth Logani, una mujer de 34 años que dedica todos sus fines de semana a jugar en  San Juan de Turubamba, Guamaní Alto y El Dorado. Su habilidad con la pelota le ha abierto la puerta de varios equipos, entre ellos el Santander. Ahí es la capitana, la que escoge los carnés de quienes serán sus compañeras, la que cobra los tiros libres y los pénales y la que hace los cambios. 

Las ligas barriales le dieron el espaldarazo definitivo al futbol femenino amateur. Según  Jacinto Arévalo, presidente de la Federación de Ligas Barriales de Quito, actualmente, el 10% de los 409 mil afiliados son mujeres.  Pero los beneficios no están solo en la parte deportiva.  Para la mayoría de estas jugadoras, el fútbol les permite liberar el estrés cotidiano, reforzar los lazos de amistad y recargar pilas para empezar una nueva semana. 

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