PUCE, Quito, 2018
En esta novela del quiteño Enrique Mayorga, Mary narra la historia que la lleva desde los Andes hasta los fiordos noruegos. El móvil, el desarrollo y el desenlace giran en relación con el tánatos.
Muere el padre, quien había matado a la madre embarazada del hermano, como en tragedia griega. Los límites del azar y el destino parecen hilvanados por un demiurgo que la condena. La protagonista es una desterrada, pierde el lugar propio y, más allá, pierde el espacio por los asesinatos azarosos que presenta la novela. Los acontecimientos se dosifican para develar la historia como suele ocurrir en el relato corto.

La atmósfera pretende lo extraño y lo onírico, donde todo es posible, donde el tiempo se dilata y se acorta sin lógica. La violencia truculenta es contada desde la distancia, la calma y la frialdad.
El lenguaje contrasta lo coloquial con reflexiones y frases incrustadas como laceraciones arbitrarias. Mary tiene, como símbolo de la imposibilidad del acercamiento humano, el clítoris mutilado por el padre y siente una tensión sexual, incipiente e inconclusa, por los personajes femeninos.
La narradora se toma algunas licencias que justifica por medio de la metaliteratura y la imposibilidad de expresión de los sentimientos. La lírica intempestiva contrasta con lo coloquial de una voz ecuatoriana.
Oscila entre lugares comunes, coincidencias, imprecaciones al lector y la búsqueda de lo inesperado. Hay problemas de verosimilitud en una historia donde no importa lo verosímil sino lo humano. Faribole requiere la convicción de que lo que leemos es algo plenamente construido y no un reflejo de la vida.
(Santiago Peña B.)