Adam Sandler, su esposa y sus dos hijas son los protagonistas de ‘No estás invitada a mi Bat Mitzvah’. La película aborda dos temas importantes para el actor, la religión y la familia. La cinta es parte del menú de Netflix.

El negocio
Quienes seguimos la carrera de Adam Sandler sabemos que, al menos una vez al año, estrenará película nueva en Netflix. Tenemos, entonces, una especie de ritual o costumbre: esperar el lanzamiento de la cinta, verla ese mismo día, ingresarla a nuestro inventario y sumarla al stock que hemos guardado ya tanto tiempo.
El acuerdo, ya renovado, que tienen el comediante y la plataforma, es para muchos de nosotros un poco demasiado. Me explico: preferiríamos que Adam Sandler produjera menos y que cada cinta suya volviese a ser una suerte de evento especial.
Igual seguimos de su lado porque, más que un actor, Sandler es un autor. Las cintas que llevan su nombre y su rostro llevan también su firma, como el nombre de los escritores en la portada o en el lomo de los libros.
Las dirigen otras personas, las escriben otras personas, las producen y filman otras personas, pero es la marca Sandler y la oportunidad de verlo nuevamente en pantalla lo que nos convoca.
Aunque sean producciones millonarias, en apariencia más preocupadas por la aceptación que por la trascendencia, conservan un espíritu independiente a la industria: como todo autor, este hombre tiene temas, fijaciones y obsesiones en las que va ahondando según continúa su carrera. Dos de ellas, presentes acaso en cada filme, son la religión y la familia.
El actor, así como la mayoría de los personajes que interpreta, es judío. En cada una de sus historias reserva un momento para su pueblo, así como una o varias secuencias especializadas en el núcleo familiar, esa pequeña tribu que es el pueblo de cada quién. Y ese es el tema principal de su nueva cinta, ‘No estás invitada a mi Bat Mitzvah’.
La familia
El Bat Mitzvah es la ceremonia en la que una niña judía se convierte en ‘hija de los mandamientos’, es decir, en adulta, en mujer. Sucede cuando la persona alcanza los trece años y funciona como punto de inflexión o bisagra: de aquí en adelante vienen las responsabilidades, sus consecuencias, la obligación de hacerse cargo.
Quizás el equivalente latino sea la quinceañera (suena el tema ochentero de la telenovela homónima: Y ahora / Despierta la mujer que en mí dormía / Y poco a poco se muere la niña / Empieza la aventura de la vida).
Stacy, la protagonista, está precisamente en ese momento: tiene extremidades largas pero conserva el rostro infantil y varias inseguridades; cuestiona, a su manera, la existencia de Dios y la exclusividad del judaísmo; usa vestidos cortos con zapatos Converse; tenía un ‘crush’, pero es su mejor amiga (ya sabemos lo que esto significa en el colegio, lo importante que es) la que está saliendo y besándose con él. Esto último es gravísimo, devastador.
El papel de Stacy lo hace Sunny Sandler, hija menor de Adam, y en la película aparece la familia entera cumpliendo sus roles: Jackie Sandler, esposa del actor, es la madre; y Sadie Sandler, hija mayor, pues hace lo propio.
Es cierto que, pudiendo unirse al canon y la tradición de películas sobre existencialismo juvenil y adolescentes que adolecen, esta se inclina por la ligereza y el entretenimiento, pero recordemos que aún se trata de niñas pequeñas envueltas en una comedia.
El gesto, sin embargo, es más significativo que la producción. Adam Sandler ha iniciado a sus hijas en el oficio del cine, que es a la vez una religión y una forma de vida. Lo hizo con una película de casi dos horas. Nada de shorts en YouTube o reels en Instagram.
Lo que esta familia lleva en el torrente sanguíneo es cine y Sandler se gradúa de padre con honores.