Esta es la historia de un hombre que, dejando Loja a sus 22 años, apostó su vida para volverse universal a punta de buena música. Medardo Luzuriaga creó una parranda nacional que resistió el paso de los años y su propia muerte.
Estadio Olímpico Atahualpa, Quito, 1965: los coros de diez colegios femeninos y cinco masculinos; mil quinientas voces con quinientos sopranos e igual número de contraltos y tenores, acompañados por doscientos músicos de banda, entonan los himnos de los países participantes en la inauguración de los V Juegos Bolivarianos.
No había tecnología para amplificar a la “Mancha blanca”, el coro dirigido por un joven eufórico e impecable. Quito celebró. Aclamado y condecorado, el profesor Medardo Luzuriaga se ratificó: hacerlo perfecto, en grande y memorable.
Es una fecha culminante de una carrera en la que Luzuriaga se jugó la vida. Loja, 1946: el duo Jilgeritos es aplaudido de pie en el salón de la escuela José Antonio Eguiguren. Tenía 10 años y sintió, por vez primera, la adictiva sensación que alienta a los ganadores: subyugar al público, sentir cada uno de los aplausos, superarse a sí mismo.
A sus doce ingresa al Conservatorio de Loja, bajo la batuta de Segundo Cueva Celi, nada menos; quien, fascinado, le daba clases extra en su propia casa. Su maestra de acordeón, Josefina Bustamante, le vende una, a precio más que módico. En las aulas del Bernardo Valdivieso, por zarandear los pupitres como si fueran congas, le decían “Bere bere”.
Con veinte años es Bachiller en Humanidades Modernas y brilla donde le pongan: fue primera voz en coros; pianista y percusionista en estudiantinas, tríos y orquestas. A sus 21 formó Los Diablos Rojos, orquesta con la que recorrió Loja y El Oro. Es invitado a Quito a un concurso radial,del que sale cantando y bailando.
Vuelve a casa y apuesta por su vida académica y musical en Quito. Con el dinero contado, llantos y bendiciones, fue despedido en el terminalito de buses. A sus 22, partió tras el sueño. Sus padres, su jovencita esposa y el primogénito de brazos, quedaron a dos días de duro y polvoriento trayecto.
Profeta en su tierra
Un 19 de julio de 1963, Medardo es “Profesor de música, canto escolar y educador musical”, por el Conservatorio Nacional de Música, tras severo exámen ante los maestros Luis Humberto Salgado y Enrique Espín Yépez.
Vivía rodeado de partituras y austeridad, en un pisito de la 24 de Mayo. Ejerció en los colegios Juan Montalvo, Manuela Cañizares, Simón Bolívar y Quito Luz de América. Y con esos coros montó las mil y un voces de su memorable “Mancha blanca”.
En 1967 vuelve a Loja y triunfa con el coro de la Academia de Arte Santa Cecilia. Como grupo del Ballet Folclórico de Patricia Aulestia; viaja por Perú, Bolivia, Chile, Venezuela y Uruguay.

Jamás dejó de amar su tierra. Convenció a Gonzalo Benítez y Luis Alberto Valencia, no más, de grabar su pasacalle “Loja castellana” y “Nostalgia”, pasillo de José María Bustamante, impresos en un disco de 45 RPM, éxito local del naciente sello “Medarluz”.
El encuentro de Don Medardo y sus Players
Titular en Los estudiantes del jazz y Quinteto América, Medardo daba foma a su sonido. Que el pueblo manda, decía y se ratificó, camino a la gloria. Crear big bands y llevar alegría a los pueblos debía sostenerse en el vuelo y perfección del jazz, por ejemplo.
Con el Quinteto América, Medardo volvió a Loja y tocaron con unos jovencitos, Los Players. Les invitó a conformar una señora orquesta y nace Don Medardo y sus players. Ellos eran menores de edad, pero logró obtener los permisos de los padres.
Ese mismo 1967, viajan a Quito los pioneros Lucho y Humberto Gordón, Edwin Cueva y Jorge Valarezo; se suman a una plantilla de profesores de Medardo y, con una gira por Cotopaxi, inician su largo y exitoso camino.
Se integran, como grupo de planta, a la compañía de Ernesto Albán quien; con sus Estampas Quiteñas, conquistó escenarios nacionales. La orquesta tiene más bailes que docena de trompos. Al piano, ya Medardo iba siendo Don Medardo.
A mediados de 1968 se encierran en Guayaquil, tocan en bailes de traje y reloj de leontina y de los populares. Y sin más silencios, graban y lanzan su primer LP.
Fruko, Joe y El Loco: predicando entre sabios
Corren los petroleros años 70, tienen bailes del Carchi al Macará y alegran a los pueblitos más extremos, a los que llegó anticipo en mano y por contrato. El sonido hierve más sabroso que dos pescados: Hernán Martínez, en congas y la voz e histrionismo de Gustavo Velásquez; junto a Arturo Martínez y Alfonso Chávez consolidan la orquesta.
Primera de seis giras a EEUU y su clásico, la “Cumbia Chonera”, es el hit del Volumen 3. 1973 es espectacular: disco de oro por el séptimo LP, “El aguacerito”, que le entregó Remo Records en Nueva York. Y disco de platino, acá, por su récord local de ventas.
“La esquina de Pérez”, sobre la vida de los portovejenses, revienta en el décimo LP. Su disco de música nacional por las Fiestas de Quito permanece, diez semanas, como el más solicitado. Innova: tropicaliza ritmos andinos, con la guitarra eléctrica de Rodrigo Saltos, las filigranas del saxo de Lucho Gordón y Gustavo Velázquez, en modo fuego.
En 1977 contrata al arreglista colombiano Enrique Aguilar y graban una antología colombiana y venezolana, que pegó en esos países. Recibió un reconocimiento de la Asociación de Cronistas de Espectáculos de Nueva York y fue considerada entre las mejores orquestas internacionales en EEUU.
En 1979, con Lucho Bermúdez, va el LP 20: cinco éxito ecuatorianos y colombianos por lado; su primer disco de culto. Trabaja con capos de la industria: el sonero peruano Kiko Fuentes, los colombianos Mike González, Julio “Fruko” Estrada, Gustavo Quinteros. El “Loco” le grabó “Olvídate de mí” y “Prefiero el mar”. Así no más, Don Medardo.
En los 80, tras diferencias con Fruko, Joe Arroyo migra donde Medardo. Limitado a hacer coros, por su contrato con discos Fuentes, Joe compuso y pegó éxitos en los LP 27, 28 y 30. Y tras provechosa pasantía quiteña, creó “La verdad”, su icónica orquesta.
Más giras: Colombia, Venezuela, Perú, Costa Rica, México, Nueva York y Washington DC; España, Italia y Canadá, donde su elegancia y sonido son el orgullo de miles de ecuatorianos, sumidos en esa mezcla de melancolía y alegría, tan de acá.
Medardo buscó y dio con su propio suin: apoteósicos conciertos con Los Hermanos Rosario, El Gran Combo, Willie Colón, Roberto Torres (al trote en su Caballo viejo) y la Sonora Matancera. Y en tiempo de salsa, el genio guapeó: tiene una versión de “Un verano en Nueva York”, del borícua Andy Montañez, que dura doce minutos.
Cumbia andina: baila el ciego y salta el cojo
Medardo toca el alma de esa mezcla tan nuestra de melancolía andina con el vendaval tropical: que nos alegramos con música triste, sentenció, en 1802, Alexander Von Humboldt.
En 1982, publica su LP 30 y, para celebrar sus 15 años, suma al arreglista peruano Andrés de Colbert. Tras su exitosa experiencia con Los Belkins, depuran lo andino-tropical: la cumbia andina ecuatoriana.
Así, Medardo le creó una auténtica banda sonora a la verbena ecuatoriana. Añadió el conocimiento del arreglista peruano y se consolidó con cantantes como el clásico Gustavo Velásquez, Cristian Caicedo, Gerardo Espinosa y Marcelo Peñaherrera.
En 2013 arriba a su Disco 100, celebrado en la Plaza de Toros Quito, en mano a mano con el Loco Quinteros. En 55 años, Medardo no escatimó para crecer: las ganancias se invertían en talentos y nuevas tecnologías. A veces, a los cumpleaños de sus hijos y nietos, llegaba sin regalo. Su orquesta fue todo, toda vida.
- Portada Vol 42.
- Portada Vol 36
- Portada Vol 14 Teatro Sucre.
- Portada del Vol 27 A mi lindo Ecuador en primera fila JOE ARROYO, Don Medardo, Gustavo Velasquez y Pepe Reyes.
El legado, los herederos y la lápida
A finales de los setenta, se sumaron sus hijos, graduados del Conservatorio Nacional: Miguel Ángel en el saxofón y el clarinete, Marcelo en el trombón y como vocalista. El último, Mauricio, ingresó a los 14 para tocar bongós, güiro y campana.
El abuelo nació en una parranda de 1967. Con el nuevo siglo irrumpen la sabrosa Cumbancheros Orquesta (2010) de sus nietos Favio Andrés, Ricardo, David y Gabriel; además de su hijo, Manuel.
En 2014, Death Weasier, banda de trash metal, de su nieto Rubén. En 2017 la Sagrada Familia, pura salsa de sus nietos Daniel y Mauricio y; Medardo Xavier y su orquesta.
Bailando llegó, bailando se fue. Tras enaltecer la parranda, Don Medardo partió un 19 de junio de 2018. “Quiero que me recuerden como el hombre que hizo bailar al Ecuador y América”, reza su lápida. Se fue. Sus saxos, trompetas y trombones tocaron en modo dolor y el paso fue de entierro y retirada.
Nació para honrar este vibrante arte colectivo y su propósito: en un país que se derrite cada día, que la gente se suelte, se tome la pista, los tragos. Que se junte, se abrace, se bese. Un pueblo tocado por esa efímera ilusión de ser feliz, más sea lo que dura un set.
¡Suena Medardo!