Por Juan Fernando Andrade | @pescadoandrade
Diomedes Díaz es, dentro y fuera de su natal Colombia, así como dentro y fuera de ese otro país que es el vallenato, una estrella que brilla y al mismo tiempo se oculta de la luz. Recomendamos ver su historia en este documental de Netflix.
De un cantante se pueden decir al menos cinco cosas.
1) Gasta sus emociones cantando. Quiero decir que, para que el público sienta lo mismo que él siente cuando canta, el artista debe cantar lo que ha cantado mil veces como si fuera no sólo la primera vez, sino la mejor. Que cante como nunca, eso se le pide siempre.
2) Dicen, y no se equivocan, que el mejor momento de un cantante es justo antes de volverse famoso, cuando su impulso es puro y su ilusión es cantar, ojalá todas las noches, mejor que nunca.
3) Cuando un cantante consigue hacerle entender a la gente que eso que él hace es buena música y que, oh sorpresa, se puede bailar sabroso (una sola baldosa), puede cobrar por ello.
3.1) Si la música es al final un momento de felicidad, ¿cuánto cuesta ese momento? Por eso existen distintas localidades en un concierto, porque el precio de la música es el más alto que se pueda pagar.
5) Ya para este punto, habiendo cantado todo no miles sino un millón de veces, y claro, a punto de cantarlo otra vez, el artista necesita sacar, de donde sea, de donde pueda, y para ya, para ahorita, las emociones que se supone lleva dentro y que son las que la gente pagó por ver y escuchar.
Todo lo anterior se dice, palabras más, palabras menos, en la canción El Cantante, sobre todo si se escucha en voz de Héctor Lavoe.
Pero eso no significa que todo esté dicho o visto o muchísimo menos cantado.
Incluso si lo estuviera, si, como dicen, ya todas las historias se hubieran contado, queda claro que deben volver a contarse porque, al parecer, no estamos aprendiendo mucho de ellas.
Diómedes es vallenato
En Diomedes: el ídolo, el misterio y la tragedia, un documental disponible en Netflix, vuelve a contarse el cuento del cantante, pero esta vez estamos en Colombia, en la segunda mitad de los 90s, y la música en cuestión es vallenato.
A Diomedes Díaz, la estrella más brillante de su tiempo, lo esperaban avionetas de matrícula caducada para que, después de un concierto en el que ya había sudado dos o tres veces su peso, volara hacia la hacienda de algún narcotraficante y volviera a cantar como nunca, mejor que nunca.
Lo hacía, en parte, por el dinero: era el cantante de moda, no podía faltar en las fiestas de los más ricos. Y lo hacía por seguridad: declinar una de esas invitaciones era arriesgar la vida.
De cualquier manera, yendo o viniendo, Diomedes vivía en los aires.
Consumía alcohol y cocaína, digamos, al punto en el que lo normal es estar intoxicado.
Esto tampoco es raro, es un método conocido para seguirle el paso al ritmo que uno mismo está obligado a marcar para, entre otras cosas, seguir trabajando.
Diomedes tenía la costumbre de lanzar un nuevo disco cada 26 de mayo, fecha de su cumpleaños, y la gente, su gente, tenía la costumbre de ahorrar pensando en esa fecha como si fuera navidad. Así pasaron 36 años y 36 discos.
Voy a que Diomedes Díaz estaba por encima de la gente, más aún cuando subía a un escenario, pero nunca tan alto como para olvidarse de la ley.
En el documental se lo relaciona claramente con un crimen: el asesinato de una mujer cuyo cuerpo apareció en un terreno abandonado, que mostraba golpes en la cara y en la sangre rastros gruesos de cocaína.
Diomedes Díaz no murió en la cárcel ni mucho menos, estaba en su casa, en su cama, todavía descansando del concierto que había dado noches antes, festejando el año nuevo en una discoteca de Barranquilla.
Él ya no puede defenderse, nos quedan sus canciones, sus entrevistas, y esas imágenes de archivo en las que parece estar gozando esta vida y las otras.
Quedan, por cierto, las pruebas y los tribunales.
Y nos queda también este documental, como para aprender, seguir aprendiendo, que un ser humano no es sólo aquello que canta y baila; si así lo fuera, si ahora mismo yo estuviera cantando mientras escribo y tú estuvieras bailando mientras lees, no tendríamos que acusarnos de nada.