Diamela Eltit es una destacada voz de la literatura latinoamericana contemporánea, cuya novela ‘Jamás el fuego nunca’ fue escogida por El País de España entre los veinticinco mejores libros publicados en español en los últimos veinticinco años.
La literatura de Diamela Eltit ha tomado forma con bellas flores en sus ramas y raíces incisivas que se hunden hasta tocar lo que no siempre vemos. La escritora chilena, una de las pocas mujeres que ha ganado el Premio Nacional de Literatura de su país, hace presencia en las librerías con una colección de cuatro de las novelas publicadas por Seix Barral: ‘Mano de obra’, ‘Impuesto a la carne’, ‘Lumpérica’ y ‘Réplicas’.

Sus libros, políticos como su voz, hablan con contundencia sobre mecanismos de opresión como el capitalismo, el machismo, el clasismo y otras formas de violencia. Con una obra visceral y aguda la autora se adentra en las preguntas que no queremos hacernos, cuestiona los malos tiempos de la censura en el Chile de Pinochet, extiende una escritura periférica y sigue creando una literatura contra esa historia donde no ha tenido cabida la historia de las mujeres.
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¿Qué es la periferia?
En ‘Mano de obra’ hace una crítica llena de simbolismos, pero también de alusiones directas a un sistema enfermo que devora a quienes lo sostienen. La protagonista, una empleada condenada a trabajar de forma casi esclava en un supermercado, es una eficaz metáfora sobre la realidad del neoliberalismo y el libre mercado.
“Lo llevé al extremo basado en el excesivo consumo: la objetivización de la vida. Es un espacio donde el objeto y el sujeto valen lo mismo. Quise mostrar en él al trabajador y su fragilidad dentro del sistema y cómo esta condición genera más que comunidades y produce competencias entre los mismos trabajadores”, afirma la ganadora de los premios FIL de Literatura en Lenguas Romances y Carlos Fuentes, ambos en 2021.
En el libro ‘Impuesto a la carne’ el escenario es un hospital donde se abusa y se destroza a una mujer y a su hija tras someterlas a años de sufrimiento. “Cuando estaba escribiéndola, en Chile se cumplían doscientos años de la independencia. Hubo una gran celebración y eso detonó la novela. Escuchaba los discursos de los festejos, épicos y patrióticos, pero sin lugar para las mujeres. Entonces me pregunté qué significaban esos dos siglos para las mujeres, si siempre se ha contado la historia sin la mitad del país”, reflexiona la escritora sobre la idea que dio lugar a esta obra.
En 2002, Casa de las Américas de Cuba le dedicó su Semana de Autor en 2002.
Diamela Eltit: todo está escrito
La autora confiesa tener mucho interés en la tragedia griega por su forma de abordar la desventura familiar, “que podemos ver tan claramente reflejada hoy en tantos sucesos cotidianos”. La autora reflexiona: “no importa que el conflicto tenga su origen en la muerte, el machismo o el abandono, el centro es la tragedia familiar. Ya los griegos lo escribieron todo, temas tan escabrosos como el incesto, y luego William Shakespeare vino a perfeccionar el manejo del poder o la venganza”.
Entonces se pregunta: “Si todo ya está escrito, ¿para qué seguir haciéndolo? La gran tarea es cómo se escribe lo mismo para que sea otro. El mejor ejemplo es el caso de James Joyce y la relación entre la Odisea y el Ulises”.
En cuanto a las letras latinoamericanas y no duda en mencionar a Juan Rulfo, sus ambientes rurales, las relaciones atravesadas por el poder, el amor y la muerte. La asombran “la poética de los espacios y las costumbres; la milpa como sistema agrícola tradicional; y la ruptura de la linealidad gracias a su trabajo con los fragmentos, que ofrece otra forma de establecer un orden”.