David Foster Wallace
Random House, 2013
Leer a este maximalista furioso contiene una tensión narrativa adicional, la pregunta compulsiva que sobrevuela sus textos en secreto: ¿Por qué Foster Wallace se suicidó a los 46 años? Podemos caer en la idea protectora de que sencillamente no soportó llevar la cabeza sobre los hombros: era un maldito torbellino de inteligencia.
Un compuesto de antidepresivos primera generación, libros de autoayuda, tres universidades, seis horas diarias de televisión.

La broma infinita fue considerada por la revista Time como una de las 100 mejores novelas en inglés desde 1923. Un libro maravilloso y horrendo, que según él lo convirtió en exhibicionista. Foster Wallace fue un oxímoron de alta velocidad y ahora es un cadáver exhumado muchas veces.
En los quince ensayos de En cuerpo y en lo otro, lo otro es la mente: una habitación claustrofóbica, una conversación incomprensible con Wittgenstein, una sala de cine para un solo espectador. El solipsismo, dice él.
Va en las listas de los libros que muy pocos han podido terminar, de esos libros que se leen en parte y se dejan cautelosamente “para cuando sea grande” o para un fin de semana infinito.
El escritor que se fotografiaba con un pañuelo blanco en la cabeza acumula conversos. Los estudiantes norteamericanos aún se tatúan frases suyas en el pecho, y estos ensayos, muchas veces fronterizos con el cuento, van desde Borges al tenis como una experiencia religiosa, a un réquiem por su generación, todo empacado en su discurso exuberante.
De vez en cuando terminó una línea con un “¡puaj!”, antes de que la gente escribiera “¡puaj!” en sus libros. Este es un juguete que se mueve. Una rara caja de tesoros.
(Mili Rodríguez)
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