‘El club de la Pelea’, protagonizada por Edward Norton y Brad Pitt, marcó el final de la última década del siglo pasado. Una película que se atrevió a cuestionar un estilo de vida en apariencia perfecto, terminó siendo quizás el mejor reflejo de una época alrevesada.

La última década del siglo pasado nos condujo hacia el futuro, pero también nos advirtió sobre el fin del mundo. Estábamos ansiosos por llegar al año 2000, la cifra redonda que sería, según nos lo habían prometido, nuestro punto de partida hacía una vida más moderna y mejor resuelta.
Algo tenía que cambiar, eso estaba claro. Ese modelo económico, en el que ‘consigues un trabajo que odias para comprar cosas que no necesitas’, había cobrado ya demasiadas víctimas y estaba dejando deudos u deudores.
La gente se llenó de cosas que no necesitaba para dar la apariencia de un estilo de vida que no llevaba en realidad. Se sentía, me acuerdo, mucha apariencia e hipocresía.
Las instituciones, dicho sea de paso, se vinieron abajo. Los matrimonios terminaban ya casi todos en divorcios. La familia entendida como feliz no era garantía de nada; los políticos nos quitaron cualquier esperanza en la administración pública; la policía nunca estuvo ahí para protegernos.
En fin, que hubo una generación que necesitaba incendiar calles y edificios para hacerse un espacio. Entonces, el cine era más bien pesimista y cuestionaba los supuestos logros de una década obsesionada con el dinero, el reconocimiento y el éxito.
¿Estábamos en la época más moderna y avanzada que nos había tocado hasta ese momento, pero, mejoraron o empeoraron las cosas después de eso? Las películas se lo preguntaban una y otra vez. No basta con reflejar tu época o contar sólo lo que se puede contar; el cine noventero hacía preguntas duras y respondía con la misma dureza. Mamo a mano, dando y recibiendo golpes.
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‘El club de la pelea’ en privado
‘El club de la pelea’ se estrenó en 1999, cuando la bisagra ya estaba cerrando la puerta del siglo XX. Y fue como una gran fiesta antes de soltar de una buena vez el tiempo perdido.
El narrador es un ejecutivo de seguros de automóviles, triste, gris, amargado; y para colmo lleva meses sin dormir, lo que lo mantiene más o menos fuera de la realidad.
Luego de probarlo todo para curarse del insomnio, da con un círculo de grupos de apoyo para pacientes con enfermedades terminales.
Esto, escuchar los testimonios de gente que no conoce, hacerse pasar por uno de ellos, abrazarlos y llorar desconsoladamente, es lo único que le asegura una noche de sueño tranquilo y reparador.
No podrá hacerlo durante mucho tiempo, se siente mentiroso y falso, pero encontrará algo mejor: El Club de la Pelea.
Una vez por semana, en el sótano oscuro y apestoso de un bar, un grupo de hombres se reúne a darse de puños hasta que se salen volando la sangre y los dientes.
No son enfrentamientos ilegales ni se dan entre enemigos mortales, al contrario, estos hombres se rajan el cuero porque así logran soltar un poco de la frustración que sienten al formar parte de un sistema que odian. El Club de la pelea se transforma en la solución para todos los males, mucho mejor que cualquier terapista o frasco de pastillas.
Se va formando, sutil y peligrosamente, una especie de secta entre quienes forman del club. Y la secta, ya imposible de controlar, hará mucho más que organizar peleas entre sus miembros. Ellos verán al mundo arder.