Por su ubicación, a pocos pasos de la iglesia de San Francisco, al norte, y del Convento de Santa Clara, al sur, la Casa del Alabado ocupó una de las manzanas que se consolidaron tempranamente en el Quito colonial.
Como dice Alfonso Ortiz Crespo (2007) “la zona residencial privilegiada de la urbe se encontraba alrededor de la plaza mayor y en menor medida, alrededor de las plazas conventuales”. Sin embargo, hay elementos que indican la austeridad con la que esta pieza arquitectónica ha sobrevivido al tiempo.
No se conoce la fecha del inicio de su construcción, pero en la inscripción en el dintel de piedra del portón de ingreso se da una pista de cuál sería la fecha: “Alabado sea el Santísimo Sacramento. Acabose esta portada a 1 de… 1671 años”. Según la investigación de Jurado Noboa, el capitán Diego Miño de Paz y Paredes habría ordenado la reconstrucción de la casa entre los años 1664 y 1688.
Ya en la época republicana se realizó una tasación de la casa. La fecha data de septiembre de 1876, donde se hace una descripción en las que se destacan las piedras sillas del portón de ingreso. Según aquel texto, se interpretó que la casa era de una sola planta, como eran muchas construcciones en los primeros años de la colonia. Su crujía frontal daba hacia la calle de San Francisco o Carrera de Cuenca.
Generalmente, por necesidad de más espacio y por ‘ganar respeto social’, se construía un segundo piso, llamándola casa de altos.
Es interesante descubrir detalles como las conchas a relieve, que están en los extremos de la balaustrada de la crujía central. Este símbolo representa la cualidad que tuvo la casa, como lugar de hospedaje para los campesinos agricultores que traían sus productos para vender en la capital y ser intercambiados en el Tiánguez, mismo que tenía lugar en la plaza del convento de San Francisco, a una cuadra de distancia.
Como era lo común, los propietarios habitaban en la planta alta de las casas, mientras que en la planta baja era destinada para el servicio, o como en este caso, probablemente se daba albergue a los campesinos y se guardaban sus productos. Los patios posteriores se los destinaba para los animales de carga.
Con el pasar de los años, la Casa del Alabado la habitaron distintos propietarios y también inquilinos. Durante algunos períodos la casa permaneció abandonada. Hasta finales del siglo XX, la casa estuvo ocupada por bodegas interiores y tiendas que daban hacia la calle Cuenca, dada la vocación comercial del barrio.
En suma, la casa ha sido el espacio donde han convivido historias, vivencias, circunstancias y transformaciones, siendo testigo del paso de casi cuatro siglos de historia de la ciudad.

Desde enero de 2010, es la guardiana de una porción importante de la manifestación estética, artística e histórica de nuestros antepasados precolombinos.
“La Casa del Alabado se yergue entre estilos arquitectónicos cambiantes desde la Colonia, para resguardar el patrimonio precolombino de la región. Es un espacio en el que conviven relatos, tiempos y lugares. Esta casa es un viaje”, indica la página web de la actual Casa del Alabado, Museo de Arte Precolombino.
Se trata de una colección de cinco mil piezas arqueológicas de piedra, cerámica, metal, concha, textil y madera; cuyo origen corresponde a las cuatro regiones del Ecuador y que pertenecen a períodos entre 7.000 a.C. hasta 1.530 d.C.
Con información extraída del libro ‘La memoria de la materia: una historia contada en concreto’
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