Por Víctor Vergara

Las cajoneras se dedicaron fielmente a la venta de objetos de consumo y uso popular como espejos, hilos de colores, cordones de colores, cepillos, y muñecas de trapo.

Ellas formaron parte de ese paisaje de la economía paralela a los abarrotes y nuevos locales artesanales en el centro de Quito a finales de siglo XIX.

Más que ser parte del comercio accesible a las clases más pobres, las cajoneras vendían memorias y soluciones a la vida cotidiana. Y de seguro, forman parte de los recuerdos de la niñez de la mayoría de quiteños nacidos entre 1940 y 1960.

Este oficio era ejercido absolutamente por mujeres. Indígenas o mestizas que se entremezclaron en las plazoletas y calles de la capital para llevar sus cajones llenos de objetos, apreciados por todo aquel cliente que necesitase algo urgente en casa; o un antojo caprichoso.

Las plazas de San Francisco, Santo Domingo, la Plaza Grande y los bajos del Palacio Arzobispal fueron esos escenarios donde rodaron las pequeñas ruedas de esos armarios móviles, que fungieron como silentes y artesanales comercios ambulantes.

Algunos los veían como bazares que se movían de allá para acá. Juguetes para niños como pelotas, carritos y hasta diversos objetos como lana, peinillas, cintas y telas para múltiples usos se vendieron con las cajoneras.

Desde que hay antecedentes históricos de su presencia en el centro histórico de Quito, esto es desde el siglo XIX, las cajoneras se ubicaban principalmente en los portales de las plazas principales, lugares de gran confluencia de público y centro en esa época de las prácticas sociales, económicas y culturales de la aristocracia que se autodefinía como ‘gente decente’, así como el ir y venir de todos los otros grupos sociales que de una manera u otra conducían allí sus asuntos cotidianos” Muratorio, Blanca (2014). “Los trajines callejeros. Memoria y vida cotidiana”, Quito Flacso Sede Ecuador – Instituto Metropolitano de Patrimonio: Fundación Museos de la Ciudad.

Las cajoneras y muñecas de trapo

Rosana de Jesús Díaz recuerda desde su infancia que su madre Zoila Enríquez confeccionaba muñecas de trapos que eran vendidas a las cajoneras. En su familia fue y es una tradición aún crear estos juguetes para niños. 

Ella comentó a Revista Mundo Diners que aspira continuar con esta herencia de su madre para dar a conocer esta tradición que, incluso, saltó a ramas artísticas, al ser utilizadas como ensamblajes en cuadros y piezas del pintor ambateño Oswaldo Viteri (1931-).

“Hoy se valora el reciclaje, pero en el momento en que fueron hechas (las muñecas) fueron con reciclaje. En la época de mi madre se adquirían retazos de tela y con pedacitos se podían crearlas. Todo con costura a mano”, relata Rosana.

Entre seis a diez sucres se vendía la docena de muñecas a las cajoneras, recuerda Rosana.

La apertura de nuevos negocios, cambios estructurales de la ciudad y la proliferación de bazares desplazaron a todas aquellas mujeres que buscaron ingresos económicos adicionales para sus familias. Ese comercio móvil se fue desvaneciendo. 

Hasta el año 2016, el Museo de la Ciudad registró a las dos últimas cajoneras que se apostaban en la plaza Santo Domingo: las hermanas Ana y Lucía Claudio. Dos señoras de la tercera edad que, a pesar de que sus familias se negaban a que siguieran ejerciendo ese oficio, continuaron con el mismo ahínco y pasión al trabajo.

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