NOTA DE LIBRE ACCESO

“Bartleby, el escribiente” 170 años después

Publicado por primera vez en dos entregas de una revista cultural de Nueva York, en 1853, el cuento “Bartleby, el escribiente”, de Herman Melville (1819-1891) continúa vivo en el debate literario universal.

Borges, Vila-Matas, Camus y una larga lista de los más consagrados escritores han dedicado centenares de páginas para resaltar el gran aporte a las letras de Melville con este cuento acerca de un misterioso escribiente.

Un cuento existencialista de no más de 100 páginas escrito antes de Kafka y que, sin embargo, no tuvo el reconocimiento que su autor esperaba; aunque cabe anotar que lo mismo ocurrió con la famosa historia de Moby Dick.

Con dos novelas excepcionales Taipi: un Edén caníbal, que tiene como argumento su experiencia en la Polinesia y Moby Dick, también como resultado de un testimonio a bordo de un barco ballenero, Melville está considerado entre los más grandes escritores de Estados Unidos.

¿Cómo entender el significado o la intención de una frase de apenas tres palabras que sigue retumbando 170 años después?: “Preferiría no hacerlo”.

La frase se repite a modo de cita en varias novelas, en ensayos, cuentos y en eventos literarios. ¿Cómo empezó todo?

"Bartleby, el escribiente", de Herman Melville
El título original de esta obra fue: “Bartleby the Scrivener: A Story of Wall Street”.

En el corazón de Wall Street

Al cuento se lo conoce como Bartleby, el escribiente, pero su título original era Bartleby the Scrivener: A Story of Wall Street.

La historia comienza precisamente en ese sector neoyorquino que mueve la economía y las finanzas estadounidense y del mundo.

Casi todo ocurre en una oficina fría y oscura que a mediados del siglo XIX ya estaba rodeada de edificios, cemento y ladrillos despintados.

El narrador es el abogado y jefe de un incipiente bufete que apenas tenía dos copistas y un mensajero, a quienes se suma el extraño, introvertido ¿o autista? personaje Bartleby.

La oficina, de acuerdo con el relato, estaba situada en una planta superior en Wall Street, lindaba con un muro interior de un enorme hueco que atravesaba el edificio de arriba a abajo a modo de tragaluz.

Las ventanas ofrecían una vista panorámica hacia un majestuoso muro de ladrillo, negro por los años y por “la sombra sempiterna”; se asemejaba a una nada elegante gran cisterna cuadrada, explica el narrador.

Una interpretación de “”Bartleby, el escribiente”, de Herman Melville.

Bartleby y el enigma

Y ahí llega Bartleby, un joven “apacible”, de una figura pálidamente pulcra e “incorregiblemente desolada” y “singularmente tranquilo”, según el narrador.

En un principio -continúa el relato- se atiborraba con documentos, escribía como si hubiera estado hambriento de copiar y “no realizaba descanso alguno (ni) para la digestión”.

Según el narrador, Bartleby copiaba a la luz del sol y a la luz de las velas… escribía y escribía en silencio, de una manera lánguida y mecánica, de su boca no salía ninguna palabra.

Hasta que, al tercer día de trabajo, Bartleby es convocado para cotejar algunos de sus escritos, algo muy normal en un bufete de abogados; entonces, con una voz suave pero firme el escribiente responde: “Preferiría no hacerlo”.

El jefe del despacho insistió con un tono mucho más claro, pero recibió la misma respuesta: “Preferiría no hacerlo” y Bartleby continuó ensimismado con su oficio de copista, pero solo durante unos pocos días más.

El desconcierto del jefe, que puede ser el mismo del lector, alcanza niveles angustiosos porque el amanuense luego decide no hacer nada más que contemplar con la vista fija el muro del edificio de enfrente.

Los llamados de atención no los respondía, tampoco salía a almorzar, solo se le vio una vez comer una torta de jengibre que le había obsequiado el mensajero de la oficina. Después se descubriría que en las noches usaba la oficina para dormir.

Una situación que pudiera ser exasperante para el jefe del bufete de abogado era tomada con calma y compasión; pero ya era hora de cambiar el tono de las preguntas para obtener respuestas coherentes:

_Bartleby -dije-, cuando haya copiado todos esos documentos los revisaré con usted.

_Preferiría no hacerlo.

_ ¿Cómo? Seguro que quiere insistir en esa testaruda manía.

No hubo respuesta.

Al final, la tragedia

¿Un capricho pasajero o una testaruda manía? No había manera ni de cambiar la respuesta del copista, tampoco la posibilidad de que diga algo más o argumente sus razones para negarse a trabajar.

Más adelante Bartleby cambia la palabra “preferir” con un lacónico “he dejado de copiar”.

En ese punto la compasión del abogado por su empleado se había acabado; el copista tendría que despedirse en pocos días más de su trabajo en la oficina en el centro financiero de Nueva York.

Eso es lo que creía el jefe del despacho, porque Bartleby tenía otros planes que, al final del relato se convierten en un drama.

Algunas explicaciones del comportamiento del personaje podrían estar ligadas a un hecho no comprobado de que antes de ser copista fue empleado en la sección de “cartas muertas” o no reclamadas del Correo.

Un oficio tal vez nada alentador para nadie, mucho menos para Bartleby, que nadie sabe cómo llegó a Wall Street ni de dónde procedía, si tenía o no familia.

Te podría interesar:

Artículos relacionados de libre acceso

Etiquetas:

Comparte este artículo
WhatsApp
Facebook
Twitter
LinkedIn
Email

Otros artículos de la edición impresa

Recibe contenido exclusivo de Revista Mundo Diners en tu correo