“Babylon” es una de las grandes películas de este año: un presupuesto enorme puesto al servicio de una producción gigante. Pero al final, y quizás sea mejor así, lo único que se queda dentro del espectador es la presencia de la actriz Margot Robbie.
Se dice en reuniones a puerta cerrada.
¿Qué película grande tienes este año? ¿Cuál esperas que funcione?
Antes, la estadística era muy conveniente: un triunfo en taquilla podía recuperar las pérdidas de nueve fracasos.
Así las cosas, nueve a uno, los estudios podían permitirse cintas que no ganaran dinero pero sí ganaran prestigio.
¿De qué sirve el prestigio? La verdadera pregunta es para qué.
Digamos que un estudio con prestigio puede levantar proyectos cuyo interés principal no sea la recaudación, películas más bien preocupadas por contar más, mejor, películas que se atrevan a seguir inventando el cine.
Pero nada, las cosas parecen haber cambiado.
Capaz por eso gente como Martin Scorsese o Quentin Tarantino aprovechan cada oportunidad que pueden para hablar del cine viejo, de los setentas hacia atrás, del cine más como arte que como entretenimiento.
Curioso: la industria del cine se comió al cine de autor.
¿Será? ¿Es tan grave?
Sí, es gravísimo. No tanto por las genialidades que se han quedado sin recursos, sino por la condición de tener que vender para ganar, para triunfar, para poder seguir trabajando.
“Babylon”, del joven-aún y oscarizado Damien Chazelle, cuenta una historia de Hollywood que comienza en los veintes, antes de la llegada del sonido.
La moraleja parece ser que, con la llegada de las voces y los diálogos a la pantalla, algo se perdió, algo que era puro dejó de serlo.
Quizás el negocio creció tanto que la industria impuso la civilización y el control a un espectáculo que, a comienzos del siglo XX, tenía todavía mucho de circo.
La vi por partes, no pude hacerlo de un tirón. Pero llegué al final.
La vi para ver a Margot Robbie, que me parece una estrella de cine.
Ahora que cada quien tiene su pantalla propia, que la industria cuenta con un régimen democrático que la verdad nunca pidió ni quiso, es más difícil encontrar estrellas.
Pero ella, la actriz australiana Margot Robbie, lo es.
Y puedo probarlo.
Babylon es Margot Robbie
En la total oscuridad, cuando “Babylon” es más coreografía que otra cosa, cuando ya no sabes qué está pasando con los personajes ni tampoco te importa, levantas la mirada al cielo, vez una luz, un rayo que se mueve y camina. Y decides seguirlo.
La presencia de Margot Robbie en pantalla, la forma en que ocupa el espacio que la misma película está dejando vacío por falta de argumento y misterio, es razón mucho más que suficiente para seguir en su presencia.
Y eso, una mujer que sostiene una película que se derrumba, una mujer que se vuelve más importante que cualquier otra cosa que esté pasando a su alrededor, una mujer por la cual estás dispuesto a ver una película que no te emociona de ninguna otra manera, es una estrella de cine. Queriendo decir que vería cualquier cosa para seguirla viendo a ella, hasta que se me caigan los ojos de tanto verla y verla y verla.
Te podría interesar:
- “El Festival de Música Sacra es un respiro en medio de tanta vorágine”
- ‘Q Galería’, un espacio para acercarse al arte contemporáneo en Cumbayá
- Daniel Espinosa narra el mundo moderno desde la estética precolombina
- Todo lo que tiene que saber sobre Fito y ‘El amor después del amor’
- Julio Pazos: “La fanesca es un plato barroco”