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Andrea Rojas Vásquez dudó de su poesía, hoy vive por ella

Una infancia solitaria, así define su primera estancia en esta vida la poeta ecuatoriana Andrea Rojas Vásquez (Loja, 26 noviembre 1993). Un cartel que mostraba un abecedario fue su primer acompañante a los cinco años de edad. Las vocales y consonantes fueron elementos mágicos para “entender el mundo”.

Ahora con 28 años de edad, tiene dos libros publicados y es ganadora del Premio Nacional de Poesía Ileana Espinel Cedeño en su XIV edición. Sin embargo, vivó una doble vida, un “doble tránsito” como le llama; porque ser poeta no estaba en sus planes, pero le enervaba en la sangre y la necesidad explotó hasta que hoy ya no lo niega más. “Soy escritora y punto”.

Su madre Carmita Vásquez, su hermano Xavier Rojas y Andrea vivían de forma muy modesta. Ella se crió sin su padre. La joven poeta recuerda su niñez con limitaciones. Esas limitaciones donde los niños no tienen voz y ni se les escucha. Ella cuestionó “la adultocracia” y se enrumbó a leer y escribir antes de aprenderlo en la escuela. Ahí, nació su valentía. Su triunfo. 

Andrea Rojas Vásquez
Foto: Cortesía

Revista Mundo Diners conversó con Andrea Rojas Vásquez de forma telemática. Ella desde Loja, abrió su computador con toda la predisposición de rebobinar la cinta y contar sus peripecias durante la adolescencia y tratar de ocultar lo que la lectura y la escritura le provocaban. 

“Eso pensaba hace 10 años, me resistía a la idea de no seguir a la escritura como un modo de vida. Pensaba que no tendría un asidero real en la vida. La escritura para mi ha sido un desdoblamiento, de llevar una doble vida, de solo ser una escritora en las noches. La palabra fue una especia de gesticulador en mi vida.”

En el siguiente video, ella se define cómo fue antes y cómo es hoy. Las ideas expulsadas a través de su segunda publicación llamada ‘Llévame a casa, por favor’, lo que significa liberarse y afrontar que la escritura siempre estuvo ahí y no hay que negarla, tapándola con otras profesiones académicas o con el paso del tiempo.

Ella estudió la primaria en la escuela La Porciúncula, mientras que cursó la secundaria en la Unidad Educativa Fiscomisional Calasanz. “Recuerdo que a los 11 años de edad ya yo intentaba escribir cosas, y no era un secreto. Se lo contaba a mis amigas más cercanas. A los 16, una profe me recomendó ir a la Casa de la Cultura para colaborar con una revista”.

Más allá de publicar cualquier cosa, lo más importante para ella era escribir. No era una actividad diaria. Pero era su aliento, era “como un rumor incesante” al que le hizo caso todo el tiempo.

Profunda tristeza, el crecimiento humano, el autocuestionamiento, los estragos de la infancia, el futuro de la adultez y los diferentes espacio de convivencia con otros fueron sus temáticas constante en sus escritos.

A sus 27 años de edad se graduó como tecnóloga agroindustrial del Instituto Superior Tecnológica Loja. Le costó seguir las normas. Quería ser abogada o artista. Pero se enamoró de la idea del cambio de la matriz productiva del país. “Pensaba que se podía aportar a través de la reformulación de lo que hacemos en el campo y en la vida rural”.

En paralelo, escritores ecuatorianos como César Dávila Andrade, Juan José Rodinás, Roy Sigüenza, Mariuxi Valladares, Edison Navarro, Ernesto Carrión le influyeron en su escritura. La lectura fue una obsesión durante su época universitaria, dice.

Hasta hoy, no ha ejercido esa carrera profesional. Sin embargo, le abrió los ojos sobre la industria alimenticia, el oficio del campesino y el mercado cárnico (de lo que se predispone a escribir en algún momento). 

A principios de 2020, publicó su primer libro titulado ‘Matar a un Conejo’. El nombre viene de una idea antagónica contra la obra ‘Amar a un conejo’, de la poeta uruguaya Ida Vitale. Lo califica como un diálogo entre la ausencia, el humor y los afectos. 

“Es matar la infancia, matar una época de mi vida, procesos que han sido crudos. Matar un conejo es una experimentación con el lenguaje y hablar de una manera muy cercana al corazón. Es sobre todo una entrega desmedida de la piel, de la pasión, desde el afecto”, comenta Andrea.

Incluso, se plasman textos donde se reflejan los embates de la pandemia por covid-19. “Fue complejísimo, porque mi pulsión es la escritura, aunque no daba dinero. Estuve de mesera y otros trabajos, así fue el inicio de la pandemia”.

‘Llévame a casa, por favor’ fue publicado en 2021. Su segundo libro compila muchos de sus textos escritos muchos años atrás. 

Registran su pensamiento sobre contrastes entre su infancia y su actual adultez, el descubrir de más palabras. Otras etapas cubiertas de valentía e inocencia. “Los dos libros son un acto de obstinación contra el mundo”.

La docencia es otra faceta que se abrió recientemente en la vida profesional de Andrea Rojas Vásquez. Actualmente enseña Lengua y Literatura en el colegio Cordillera en Loja. 

Lo descubre como una experiencia “hermosa y nueva para mi que me genera amor”. Descubre que los adolescentes entre 12 y 16 años de edad tienen su propia voz y que no se aplacan bajo la ‘adultocracia’ bajo la que ella vivió hace 20 años atrás. 

“No saben que son valientes, pero lo son. Hablan y se apoderan de la palabra. Amo encontrarme con ello”.

Aún así, tiene tiempo hasta horas de la noche para completar su más reciente reto: completar su carrera de Literatura a distancia en la Universidad de las Artes.

Para el año 2022, prepara y sigue escribiendo dos libros al mismo tiempo; uno de ellos bajo el título preliminar ‘Casa vacía’. Su máxima aspiración consiste en experimentar con otros formatos sonoros como podcasts que envuelvan a la poesía y la lleven a otros horizontes, más allá de los recitales tradicionales.

Por Víctor Vergara

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