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Alicia Ortega: la desobediente

Esta conversación, que reflexiona sobre la autobiografía y el cuerpo, revela el pensamiento de Alicia Ortega, una de las críticas literarias más reconocidas del país y de Latinoamérica.

1.

Nunca deseé ser profe. Nunca me conmovió la idea de enseñar, hasta que se presentó el desafío y estuve frente a jóvenes vidas hablando del lenguaje, como si fuese mi devoción y delirio. Del proceso, me quedaron dos cosas: una cartita que dice: profe, recuérdeme siempre, y, la idea de que enseñar no tiene que ver con replicar información cruda, sino con contagiar emociones.

Alicia Ortega enseñanza libros
Alicia Ortega escritora, catedrática y crítica literaria.

Alicia Ortega es maestra universitaria desde hace 25 años. Escuché su nombre por primera vez en una librería. Buscaba autoras ecuatorianas, y una portada rosa con el dibujo de una mujer de pelo corto, tetas pequeñas y desnudas, empezó a mirarme. Acaricié esa imagen con el dedo. Este es el libro de Alicia, me dijo la librera. Ella está dirigiendo mi tesis y sus clases son ¡uuf! ¡Léela! Y entonces, como si ese uuf hubiese invocado el encuentro apareció una figura con una sonrisa fulgurante, era Alicia.

 Por azar, he coincidido con varios alumnos de Ortega y cada vez que la mencionan, se refieren a sus clases con un gesto de celebración. “Yo creo mucho en el contagio de las ideas: si tú estás tomada por la pasión, la emoción se transmite”, dice Alicia.

Alicia Ortega (Guayaquil, 1964), además de escritora y catedrática, es crítica literaria. Si se quiere saber qué se ha estado escribiendo en la narrativa ecuatoriana del siglo pasado y la actualidad, no hay que consultar a la Inteligencia Artificial, sino preguntar a Alicia.

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2.

Es casi el final del verano. Dan las 3:45 y estoy afuera de una cafetería, veo a Alicia cerrar la puerta de un taxi. Una mascarilla le cubre parte del rostro. Nos saludamos. Llegamos en sincronía. Ella está envuelta en un abrigo rojo, en sus manos: uñas negras, prolijas. Alicia sonríe seguido cuando habla y parece que hay un pequeño cielo entre sus dientes.

Conversamos:

¿Cuál es tu relación con la enseñanza?

La docencia es un oficio en el sentido en que es un hacer que se aprende en la experiencia y tiene mucho de teatralidad porque es un acto muy performático, un poner el cuerpo, no solo la cabeza, es tener la capacidad de manejar el tiempo, y, sostener con tus gestos, las emociones de esos cuerpos que están ahí. Insisto: no escribas de forma impersonal, sino con tu cuerpo y permite que lo que te está atravesando en la vida entre en la escritura.

La crisis del país puede generar un sentimiento de desesperanza. ¿Cómo actúas en este contexto?

No podemos desconocer esta realidad postapocalíptica. El lugar de las humanidades es vulnerado y las violencias dinamitan el tejido social. La vida está amenazada, pero, hay la posibilidad de reconocer el arraigo y militar causas concretas como la amistad. La escritura me sostiene y endorfina.

¿Cómo cuidas la intimidad al hacer autobiografía?

No me preocupa la exposición. Trabajo desde la memoria. Lo que soy está hecho de mi propia desgarradura y está atravesada de las lecturas que llegan a mí a través de mis amigos. Creo que la honestidad tiene que ver con ese poner el cuerpo en la escritura.

¿Qué obras o autores ecuatorianos que hayas leído recientemente me recomiendas?

Le he dedicado todo mi ejercicio de crítica a la literatura ecuatoriana. Entre mis lecturas recientes están los libros de Gabriela Ponce, Yuliana Ortiz, Rommel Manosalvas, Daniela Alcívar, Mónica Ojeda, Alicia Yánez, Diego Chamorro, Natalia Freire. Quizá se queden nombres por fuera.

¿Cómo visibilizar las disidencias sexuales y de género en una sociedad que todavía teme hablar de estos temas?

Mientras haya la posibilidad de la desobediencia y escriba, piense o enseñe desde ese lugar, hay esperanza.

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