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‘Albergue’ explora el Quito invisible con gafas 3D

María Fernanda Mejía y Carlos Noriega son los autores de ‘Albergue’ (Animal sin plumas). Esta crónica es una ventana para conocer la vida de tres personajes que viven en las calles quiteñas. 

Albergue
El doctor Arce, uno de los personajes centrales de ‘Albergue’.

Zygmunt Bauman, sociólogo polaco, aseguraba que los tiempos que corren son líquidos. Tiempos donde lo veloz y lo efímero impiden toda posibilidad de contemplar la vida y de detenerse para encontrar en otros un espejo en el cual reconocerse y verse reflejado. 

Lo que no dijo Bauman es que a veces se abren grietas. Espacios que rompen con esas dinámicas y que dejan ver lo que está patente pero que muchas veces nos negamos a percibir por miedo, comodidad o las dos cosas. 

‘Albergue. Crónica de una ciudad invisible’, de María Fernanda Mejía y Carlos Noriega es una de esas grietas. Una que pone frente al lector la realidad de una ciudad: Quito; de un albergue: San Juan de Dios; y de una mujer y dos hombres: Isabel, Joel y el doctor Arce. 

Gafas 3D

La primera vez que María Fernanda Mejía supo de la existencia del doctor Arce fue en 2013. Su cara apareció en un mensaje de WhastApp que le envió su amigo y colega, el fotoperiodista Carlos Noriega. De entrada lo que vio no le llamó la atención, luego afinó la vista y llegó el asombro. 

Antes de mandar ese mensaje, el ojo entrenado de Noriega había detectado algo inusual en el doctor Arce, un hombre de cuerpo menudo, terno y mostacho, que cada martes se paraba de sol a sol fuera de la Asamblea. 

Ese algo eran las gafas 3D que utilizaba durante sus largas jornadas de espera fuera de la Asamblea Nacional ¿Y qué hacía además de esperar? Esa fue la pregunta que detonó un primer encuentro luego de dos años de conversaciones y casi una década de reflexiones y escritura. 

Esas conversaciones sucedieron en las calles del Centro Histórico pero, sobre todo, en el interior del Albergue San Juan de Dios (San Roque), a donde el doctor Arce iba todas las noches, como otros cientos de personas sin un hogar, para merendar y protegerse del frío de la noche. 

Lo que Mejía y Noriega cuentan a través de palabras e imágenes  se convierte frente a los ojos del lector en una historia que conmueve por su humanidad. Las gafas que utilizan para retratar al doctor Arce no son las de la lástima o la crónica roja sino las de la curiosidad, el asombro y la empatía. 

El doctor Arce (el hombre con gorro blanco) en una de las calles del Centro Histórico.

Isabel y Joel

Durante sus visitas al doctor Arce, Noriega y Mejía conocieron a otros hombres y mujeres que hacían su vida en la calle y que en las noches buscaban refugio en el San Juan de Dios. Así conocieron a Joel: mago, pintor y escritor y a Isabel: trabajadora sexual y madre de un niño de 10 años. 

La historia de Isabel esta narrada en primera persona. Su testimonio ahonda en la vida de una de las trabajadoras sexuales del Centro Histórico y en la de una mujer que intenta maternar en medio de la pobreza y la soledad. Todo esto lo cuenta mientras su hijo está acurrucado entre sus piernas. 

La de Joel, quizás es la historia más luminosa con la que el lector se encontrará en este libro. Y también la que muestra la incomodidad y las dudas que vivió Mejía durante los dos años que se dedicó a hurgar en la vida de estos personajes. 

Al inicio, las gafas que Mejía usa para contar su historia son las de la incredulidad y luego las cambia por las del asombro. Se sorprende al confirmar que Joel sí es un mago, un pintor y un hombre que ha escrito un libro de 150 páginas a mano, y al mismo tiempo, un habitante frecuente del albergue. 

Con esta crónica de largo aliento, Mejía y Noriega muestran que sí es posible salir de ese mundo veloz y lleno de vértigo, en el que todos estamos embarcados. Parar y mirar con atención lo que sucede en la ciudad, y contarlo a través de unas gafas que permitan recuperar el contacto con lo aparentemente invisible. 

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