@pescadoandrade
Aftersun logró hacer ruido en festivales y en prensa especializada. Por suerte, no se trata de una cinta exclusiva para cinéfilos, todo lo contrario, es la historia de una niña y su padre, simple y tremendamente conmovedora.
Cuando se habla de una película pequeña, se habla, por lo general, del tamaño de la producción en relación directa con el presupuesto.
Una película pequeña sucede en pocas locaciones, en cortos periodos de tiempo, y sucede entre personas que por alguna razón están obligadas a relacionarse.
Aftersun, la cinta británica que rompió todo en los círculos independientes el año pasado, se levanta ahora entre el gran público y no hace más que sumar militantes a su causa.
Y yo quisiera decir que esto no tiene que ver tanto con sus muchos, pero muchos, méritos estéticos, sino con la condición arrinconada de su historia, que depende enteramente de unas breves vacaciones compartidas por una niña de once años y su joven padre.
Charlotte Wells, directora escocesa afincada en Estados Unidos, debuta con un largometraje que tiene mucho más de artesanía que de industria. Y gracias, muchas, por eso.
Planos largos y quietos en los que brillan tanto los diálogos como los silencios, algo de lo que podrían aprender los cineastas, de todas latitudes, escudados y excusados en el cine contemplativo.
O sea: loco, mira Aftersun y date cuenta de que si bien la cámara no se mueve mucho las emociones están por todas partes y salpican y se comparten y uno las termina sintiendo como propias (esto último es lo que se le pide al arte, nada menos).
Lo demás, por así decirlo, son retazos de buen gusto, formas innovadoras de apoyar un relato que respeta y mejora la tradición: no le tengas miedo al melodrama ni al amor, una escena en la que dos preadolescentes se besan al pie de una piscina, y ella mantiene los ojos abiertos, dice mucho más sobre la experiencia humana que un discurso o una muerte trágica.
La cinta se alimenta, además, con los registros de la infancia de la propia directora, presentados en la textura del VHS casero; y una banda sonora tan noventera y tan bien puesta que saca lágrimas (mención especial a los momentos con Tender, de Blur; Losing My Religion, de R.E.M., en versión karaoke y en voz desafinada pero alegre de la niña protagonista; Under Pressure, de Queen, en formato canción de terror que anuncia un desastre que no veremos pero alcanzamos a sentir).
¿De qué va Aftersun?
Ojalá Aftersun se vendiera como una película sobre ser niña, sobre esa época, me parece, anterior a la primera menstruación, pero también como la historia de un hombre que trata de ser padre aún cuando no sabe cómo hacerlo. A lo mucho, en una escena preciosa en la que él y su única hija flotan en medio del océano, sobre una especie de balsa, el tipo sabe por dónde empezar. Prométeme una cosa, le dice a la pequeña, que me contarás sobre todas las drogas que pruebes y los chicos que beses.
Me hizo pensar en ciertos padres de mi generación, en su mayoría, hombres que pasan de los cuarenta pero no llegan a los cincuenta, hombres que, según lo que he podido ver y comprobar de cerca, han dado una vuelta al rol que ya parecía caduco y condenado, hombres que hacen un esfuerzo por acomodar su vida de forma en la que puedan pasar la mayor cantidad de tiempo con sus hijos y con sus hijas. Hombres que intentan, cada segundo, que las mujeres a su cargo no crezcan sintiendo miedo de quien más las ama.