Mulholland Drive o la fuga imposible.

Por Gonzalo Maldonado Albán.

Edición 453 – febrero 2020.

Firma---Gonzalo-M---1Durante tres semanas Diane tiene pesa­dillas. Sueña que es Betty, una joven (Naomi Watts en su inocente esplendor) que llega a Hollywood a convertirse en una actriz famo­sa. Se aloja en el departamento que su tía Ruth le ha cedido temporalmente, pero al lle­gar descubre que alguien más está en aquel sitio, una mujer guapísima que dice llamarse Rita.

Rita ha perdido la memoria en un acci­dente de tránsito y Betty la ayuda a recons­truirla visitando los lugares que habría fre­cuentado. Las pesquisas de ambas solo apor­tan datos aislados sobre personajes siniestros —mafiosos y asesinos— y sobre la accidenta­da producción de una película.

La información es deliberadamente in­conexa e insuficiente para que el espectador extraiga conclusiones. El único dato que sí está claro es que, en los sueños de Diane, su alter ego, Betty, es una actriz talentosa que tiene propuestas de trabajo.

Betty y Rita no consiguen averiguar algo en concreto, pero su cercanía las convierte en amantes. Cuando la pulsión sexual finalmente se libera entre ambas, Diane despierta. Es, en ese momento, cuando el espectador puede atar cabos y descubrir los hechos: Diane es una actriz de medio pelo que trabaja en un teatro de vodevil. Enferma de celos y amargu­ra pagó para que asesinaran a su examante, Camilla Rhodes, quien la había dejado por un director de cine. Cuando despierta se entera, por boca de quien parece ser otra exnovia, que la policía la busca. Diane entiende lo que ha hecho y se suicida.

Con esta historia, el famoso y premiado David Lynch, director de El hombre elefante y de otra película inolvidable, Blue Velvet, ex­plora algo que los psicólogos llaman “fuga psicogénica”, que es la habilidad de crear, me­diante sueños, realidades paralelas que permi­ten a una persona escapar, al menos por un momento, del tormento de su vida cotidiana. A los ojos de Lynch, ese mundo onírico está habitado por personajes con rasgos afilados y maquillaje excesivo, o por gente mala que usa máscaras de oxígeno para seguir viva.

En las pesadillas creadas por Lynch, hay situaciones grotescas como la de un asesinato torpemente conducido que lleva a la muerte de dos personas más, o ridículas como la del marido que mancha con pintura las joyas de su esposa tras descubrirla en la cama con su jardinero.

Hay también escenas espeluznantes con­seguidas sin diálogos ni música de fondo, sino con un silencio espantoso por el que transitan rostros desfigurados por el dolor moral. De­trás de todas estas pesadillas, existe un rasgo común: la angustia del autor por conservar la autoría de su obra; de poder conducirla a su manera sin que escape de sus manos, sin que alguien más se entrometa.

¿Nuestra vida y nuestro trabajo son pro­ducto de lo que nos pasa cuando estamos dormidos?, se pregunta Lynch. Sea lo que sea, la realidad es inescapable, parece con­cluir el director de cine. La fuga es imposible y ni siquiera las mejores películas que sea capaz de hacer podrán evitarlo.

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“El camino de los sueños”, título en español de la película dirigida por David Lynch, ganó el Premio a mejor director del Festival de Cannes, mientras la Asociación Nacional de Críticos de Cine concedió a Naomi Watts el Premio a mejor actriz. Junto con “Blue Velvet”, “Mulholland Drive” es una muestra del angustioso talento de Lynch.

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