Mujeres intrépidas: la cultura femenina del viaje

No cabe duda de que la aventura del viaje ha sido una de las manifestaciones más significativas que han marcado la evolución y la identidad del moderno feminismo.

No es casual que muchas exploradoras fueran muy activas en las campañas en pro del derecho al voto femenino. En realidad, la posibilidad de partir a tierras extrañas no siempre fue una simple y acaso frívola moda burguesa. Primero, el grand tour, pero sobre todo las nuevas modalidades de viajar del siglo XIX y de comienzos del siguiente no fueron sino una expresión fiel de los cambios de mentalidad que estaba propiciando la modernidad.

Concretamente, la vocación de trotamundos que desarrollaron ciertas mujeres de la época se convirtió en la fórmula para alcanzar mayores cuotas de autonomía y disolver convencionalismos que habían impedido su autorrealización. Más aún, la literatura de viajes en versión femenina fue un espacio donde lograron expresarse, volverse visibles e, incluso, alcanzar la fama.

Desde luego, hay que enmarcar sus peregrinaciones por el mundo dentro de las dinámicas expansivas del capitalismo del siglo XIX y de comienzos del XX. Las mujeres, a su manera, fueron parte de esos ejércitos imperiales que tomaron posiciones a lo largo y ancho del planeta. Su mirada, al igual que la de los varones, fue autoritaria y decididamente etnocentrista.

Tipologías viajeras

Hay una gama muy amplia de tipologías viajeras. Las mujeres iniciaron sus peregrinaciones en la Inglaterra de la segunda mitad del siglo XVIII. El tour las llevó a Francia, Suiza e Italia. Si algo les fascinó fueron los Alpes y sus entornos pintorescos llenos de cascadas y bosques frondosos. Pero fue solo a partir del siguiente siglo cuando realmente hizo su aparición el moderno viaje en versión femenina. Entonces sí que sus peregrinaciones fueron más allá de los destinos convencionales. De estas fechas datan esas atrevidas incursiones a Oriente Medio, el Magreb, Turquía, Egipto, Persia, Afganistán, Lejano Oriente o Latinoamérica.

Ciertamente, unas no pasaron de ser simples visitas turísticas, otras en cambio se involucraron profundamente en el estudio de las culturas con las que entraron en contacto. En estos viajes el encuentro ya no solo fue con otras geografías sino también con culturas completamente lejanas y marcadas por las “rarezas de lo exótico”.

Personajes como Freya Stark se convirtieron en verdaderas eruditas en temas relacionados con el mundo árabe. Muchas de ellas solían regresar de sus expediciones cargadas de colecciones de insectos, de plantas, de moluscos y de piezas arqueológicas. A veces, y aunque a regañadientes, sus aportes científicos les abrieron un lugar en la esfera pública. Especialmente notorias fueron sus contribuciones en arqueología, etnología y antropología.

Mujeres viajeras
FREYA STARK (1893-1993) Aventurera y apasionada de Oriente Medio, escribió 24 libros sobre viajes. Viajó sola a Persia para cartografiarla y durante la Segunda Guerra Mundial organizó toda una red de inteligencia en favor de la Resistencia.

A pesar de ser tenidas como unas segundonas, algunas llegaron a ser influyentes en la política colonial. La famosa Gertrude Bell despuntó como la gran experta en Oriente Medio, al punto que formó parte de las comisiones que trazaron las fronteras de los países de la zona tras la caída del Imperio otomano. Por último, hubo una que otra que hizo de espía. Imposible no hacer mención a Agatha Christie, muchas de cuyas novelas se inspiraron en sus viajes a Oriente Medio. Estuvo casada con el arqueólogo Max Mallowan.

De las cosas de las que más disfrutaron y que más les fascinaron fue la posibilidad de experimentar el riesgo, y de ello hay muchos testimonios. Estas viajeras no solo querían demostrarse a sí mismas su valía, sino también comprobar que podían igualar y hasta superar las hazañas de los hombres. Desde luego detrás de ello había un fondo romántico que les hacía sentir una especial “atracción por el abismo”. En las fotografías las vemos atreviéndose con los glaciares, atravesando los áridos arenales de Persia o las peligrosas selvas africanas. ¡Gertrude Bell llegó a cruzar seis veces el desierto arábigo!

Aquí también hay que incluir a todas esas intrépidas viajeras que más bien se dedicaron a romper récords y a meterse en aventuras de las que a veces salieron muy mal paradas. Ahí está Amelia Earhart, la primera mujer que sobrevoló en solitario el Atlántico en 1928 y que nueve años más tarde fallecería en un accidente aéreo. Jean Batten, otra campeona de la aviación, se convirtió en una heroína al realizar el primer vuelo en solitario entre Nueva Zelanda e Inglaterra.

Ossa Johnson, por su parte, acaparó los titulares de la prensa de la época al saberse que había escapado a los ataques de una tribu antropófaga de Oceanía. También está el caso más moderno de la corajuda alpinista Wanda Rutkiewicz quien conquistó varios ochomiles en los Himalayas y en el Karakorum. Falleció en 1992 cuando intentaba escalar el Kanchenjunga.

Pero no todas estaban dispuestas a afrontar tantos riesgos y hacer de sus travesías un constante fluir de adrenalina. Por último, estaban aquellas que más bien optaron por los perfiles más amables de los flaneurs. Para estas mujeres, su nomadismo se reducía al viaje por el viaje, esto es, no estaban en búsqueda de algo en concreto, sino abiertas a lo que buenamente pudiera ocurrir. Incluso quisieron pasar desapercibidas y como los voyeurs solo buscaban ver y no ser vistas.Resumiendo, sus vagabundeos eran por mero placer y lo que buscaban era dejarse sorprender.

Mujeres viajeras
ESTHER STANHOPE (1776-1839) Aristócrata, aventurera rebelde, una mujer que viajó por Oriente Medio sorprendiendo a sultanes y liderando misiones arqueológicas.

Una de las maneras que permite entender la personalidad de ellas es distinguiendo las formas en las que viajaron. Unas optaron por la comodidad, llevaron tras de sí un numeroso séquito de sirvientes y se alojaban en hoteles lujosos. Esther Stanhope, una aristócrata británica, esta sí algo maniática y con un buen punto de excentricidad, viajó a Palmira con una caravana de cincuenta camellos y una nutrida servidumbre.

En sus años de mayor apogeo rehabilitó un castillo cerca de las playas del Mediterráneo sirio, donde se instaló y vivió como una auténtica princesa. Murió malamente y en la miseria. Otras, por el contrario, acusaron un perfil más bajo y hasta llegaron a alojarse en pensiones de medio pelo.

El viaje como liberación

Por su propia especificidad, el viaje en versión femenina tiene un hilo conductor: la búsqueda de la libertad. Las aventuras de las mujeres oscilaban entre el desplazamiento de sí mismas y la reconstrucción de su personalidad y de su identidad en contacto con la diferencia. Sobre todo a partir de la segunda mitad del siglo XIX, las mujeres mostraron su voluntad de lograr mayores cuotas de autonomía y la posibilidad de reinventarse a sí mismas.

A lo largo de esta centuria y de las primeras décadas de la siguiente, entró en escena un ejército de atrevidas que decidieron romper con el statu quo y dar un vuelco radical a sus vidas. Desafiaron al tiempo y los patrones de comportamiento de una época con la cual no sintonizaban. Estaban hartas de “las pequeñeces sociales” y de soportar las normas absurdas que imponían sociedades tan represoras como la victoriana. En su lugar querían experimentar con lo nuevo, con lo exótico y, en definitiva, con todo aquello que pudiera remover sus fibras más sensibles.

Aquí fue donde el viaje adquirió pleno sentido puesto que en países lejanos era donde podían desfogar instintos y fantasías largamente reprimidos. Sus viajes fueron los que les hicieron contemplar otros mundos y ampliar significativamente el espectro de su imaginación y de su curiosidad. Estas mujeres modernas dejaron de ser meramente espectadoras pasivas, logrando con ello apropiarse de unos territorios que hasta entonces eran exclusivos de los hombres.

Por lo general, combinaron placer, sed de conocimiento, búsqueda de lo nuevo y gusto por la aventura. Todo esto, desde luego, era un privilegio reservado a aristócratas y a burguesas ricas. Abundan las princesas, las ladies o bien las hijas o esposas de prominentes hombres de negocios. En la época viajar era caro y un lujo solo al alcance de una pequeña élite. Las de menor rango social no tuvieron más opción que seguir reproduciendo los modelos que mandaba la tradición. La única posibilidad que tuvieron de salir de sus ancestrales reductos fue la inmigración.

Un buen indicio de esta búsqueda de libertad fue que muchas de estas aventuras se emprendieron en solitario. En sus planes no estaba formar parte de los gregarios rebaños de la prestigiosa agencia Cook, la pionera en ofrecer viajes organizados. Les hubiera resultado insufrible vivir dentro de la burbuja aséptica que impedía un encuentro total con la diferencia. Los servicios que prestaba la empresa les parecía un tanto edulcorados y, además, reproducían aquellos patrones que precisamente querían evitar.

Este pelotón de atrevidas a lo que aspiraban era a definir su propia identidad y convertirse en protagonistas de su propio destino. El viaje en soledad expresaba la demanda de una vida no vinculada al ámbito familiar. El tema de la libertad que impuso el Romanticismo despertó el interés por consolidar su propio yo y por reinventarse a sí mismas. En realidad el viaje implicaba un marcharse y un perderse para luego reencontrarse. La narración de sus aventuras fue en parte un relato de sí mismas.

Su determinación de viajar solas rompió con ese estereotipo que hacía de ellas seres débiles, inseguros y dependientes. Para la fecha fue un auténtico escándalo en la medida en que inevitablemente fueron comparadas con esas mujeres modelo dedicadas en exclusiva a su casa y que formaban hijos virtuosos.

Esta liberación, sin embargo, no solo estaba referida a las costumbres sociales de la época, sino también a ese apéndice que eran de sus maridos. Muchas debían soportar a hombres déspotas, intransigentes y, para colmo, aburridos. En su calidad de espíritus libres y con miras muy amplias, no dudaron en divorciarse. Una lapidaria frase de la exploradora Alejandra David-Noel, sintetiza muy bien su hartazgo: “El asunto era cuestión de marcharse o de marchitarse”.

Detractores y misoginia

Desde luego, la aparición de mujeres viajeras y exploradoras tuvo feroces detractores. Muchas tuvieron que soportar las burlas de maridos, de científicos y de intelectuales de renombre que las definieron como extravagantes y excéntricas. Hasta muy tarde estuvo muy generalizada la opinión acerca de que los viajes de los naturalistas y de los eruditos era un territorio masculino en exclusiva.

Las inflexibles normas de la época, y las dificultades que suponía penetrar en determinados lugares, avocaron a muchas a tener que disfrazarse de hombres para pasar desapercibidas.

Mujeres viajeras
IDA PFEIFFER (1797-1858 ) Viajaba sola y comenzó a los 45 años. Hasta entonces, nada anunciaba que daría dos veces la vuelta al mundo y que sus crónicas se convertirían en éxitos editoriales.

También era frecuente el desprecio y las burlas que sufrían cuando llegaban a otros países no habituados a tratar con mujeres empoderadas y de carácter. El choque con el otro siempre ha sido problemático. Un caso muy representativo es el que ocurrió con Ida Pfeiffer cuando llegó a Quito. Las señoras bien y los caballeritos locales la ridiculizaron y se burlaron de ella sin conmiseración por su inusual forma de vestir. ¡Qué podía esperarse de esas quiteñas de la época, virtuosas en el arte del chismorreo y cuyo mundo se reducía a lo mucho a veinte kilómetros a la redonda de sus viviendas!

En otros casos la misoginia que reinaba entre los exploradores les cerró las puertas a varias instituciones académicas. El famoso Explorers Club de Nueva York fue tajante al respecto. Ante la petición de un grupo de mujeres para ser admitidas como socias, Roy Chatman, su presidente, un tipo de leyenda que inspiró la figura de Indiana Jones, no anduvo con rodeos: “Women are not adapted to exploration”.

El desaire sufrido, sin embargo, lejos de desmoralizarlas fue el detonante que en 1932 las impulsó a fundar la Society of Woman Geographers. La iniciativa estuvo a cargo de Harrieta Chalmers, Gertrude Emerson, Marguerite Harrison, Mathews Shellby y Blair Niles. Esta última viajó al Ecuador en la década de 1920.

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