Mujeres en los museos: ¿visibles o invisibles?

Marcia Vásconez Roldán, estudio para “Bañistas de Cumbayá”, cerámica esmaltada y piedra, 1993. Fotografías: Christoph Hirtz

El segundo piso del Museo Nacional del Ecuador (MuNa) fue el escenario de una muestra que interpela. Con el título de Mujeres accionando museos, la curadora Tania Lombeida reunió a veintitrés artistas y a un colectivo cuya obra ha estado en las reservas de los museos, pero que, de alguna manera, ha sido invisibilizada.

La exposición, producto de la investigación, del trabajo en talleres y de la consigna de que en los museos públicos la obra de artistas mujeres representa solo el 2 % de lo expuesto, deja ver una enorme presencia de la mujer en el arte contemporáneo ecuatoriano. Las reservas de arte colonial y decimonónico, moderno y contemporáneo, los fondos de la banca cerrada y del Banco Central del Ecuador muestran esa realidad.

La muestra incluye obras de artistas de los siglos XVIII y XIX, como Emilia Ribadeneira, Matilde Farfán, Eufemia Berrio. En la segunda sala sorprenden las esculturas de Malka (Malvine) Tcherniak. Ella nació en Rusia, vivió en París, Suiza, Estados Unidos y, en 1954, viajó al Ecuador. Fue fundadora de la Galería Artes y madre de Luce DePeron. Junto a la obra de Tcherniak está la obra de Luce DePeron y, en otras salas, las obras de sus hijas Shirma y Dayuma Guayasamín: Shirma presenta una instalación hecha con base en lana y alambre; Dayuma exhibe una obra en tres dimensiones: el barrio, en el que ha incluido recortes de prensa sobre su trabajo, además de sus reflexiones sobre la complejidad de ser mujer, el trabajo doméstico, la maternidad, la pareja y el taller.

Revistas sobre arte con presencia de mujeres, catálogos, cuadernos de artista, invitaciones a muestras de grabado de la Estampería Quiteña han sido parte de la muestra.

Rosy Revelo, que muestra bocetos y trabajos realizados en la universidad, recuerda: “Entre 1986-1989, en mi proceso de formación académica en la Facultad de Artes de la Universidad Central, tuve experiencias teóricas y prácticas que dieron paso a una serie de registros que conforman mi acervo cultural. Destacan ejercicios con modelo en vivo, en las clases de Carmen Silva”. Esta profesora chilena influyó mucho en la pintura y el grabado.

María Salazar Freire, “Mujer objeto”, aguafuerte y barniz blando, instalación, 1998.

En otra pared se destacan dos telas de Ana Fernández, con el título “Todos los hombres son perros… y las mujeres también”. Fuerza e ironía en una obra que cuestiona los estereotipos y los estigmas frente a roles masculinos y femeninos. “Sí, las mujeres también somos perras y con todos nuestros atributos distintivos si queremos serlo y no tenemos que sufrir por ello”, dice la artista, en una muestra que es “reivindicación de mujeres empoderadas y capaces y no sometidas ni sumisas”.

Isabel Espinoza, artista esmeraldeña, trabajó una instalación. Con panes, elaborados en el mismo museo, ha llenado una pared. En cada palanqueta de pan blanco ha colocado, en letras, palabras con distintas emociones: “Intento reflexionar sobre diferentes aspectos de nuestra identidad poniendo el amor como faro para una convivencia en armonía”, dice.

Jenny Jaramillo, cuya obra incluye pinturas, collages y objetos que son parodias de la realidad, exhibe un video digital con reflexiones sobre la piel, en un trabajo que inicia en una residencia en Ámsterdam en 1998-1999.

Años ochenta: la lucha social

Llaman la atención también la obra de Pilar Bustos y de Nela Meriguet, que ponen en escena una época de lucha feminista de izquierdas. El taller de Comunicación Mujer irrumpe a mediados de los años ochenta (siglo XX) y, desde ese espacio de reivindicaciones populares surgen experiencias artísticas colectivas. Fotonovelas, convocatorias, carteles, consignas, cartillas, pancartas, telas pintadas y arpilleras cobran significado. La mujer en la lucha por sus derechos y, sobre todo, la mujer organizada, con voces de las mujeres de los barrios de El Placer, El Panecillo, Manuela Sáenz, La Primavera, Toctiuco y, más adelante, en Guayas o Azuay.

Paulina Baca Alonso, “La calle”, metal patinado con ácidos al fuego, 1986.

Los quereres de Clara Hidalgo forman parte también de la muestra. Una serie de grabados basados en los rostros de las muñecas de arpillera, en la que la artista reflexiona sobre la transición de la temprana adultez a la menopausia. Su obra es intimista y personal. Los quereres hacen alusión a las formas del querer (quiero reír a carcajadas, quiero chocolate, quiero morir, quiero llorar, quiero…).

Entre las grabadoras está también María Salazar. El interés principal de su trabajo es la figura humana y, en esta obra, particularmente su propia imagen. Verónica Silva, en cambio, muestra un trabajo de hilos, telas, lana, materiales textiles que explora desde distintos ángulos. La pieza de la exposición habla sobre la migración y el encuentro entre culturas.

Verónica Silva Acosta, “Cuerpos fragmentados 2”, instalación, lana tejida a mano con agujetas, 2006.

Luego, en diálogo, frente a la obra de Pilar Flores está una pared con la obra de Paula Barragán. Una serie de objetos de naturaleza muerta —hojas, palos, semillas— son motivo para los diseños de la artista y están en sus grabados y en sus dibujos. De ellas emerge la selva de la abundancia. En palabras de Paula Barragán: “Esta instalación conjuga obras creadas con diversas técnicas, junto con materiales recolectados tales como piezas metálicas, huesos y hojas”.

La exposición se completa con la obra escultórica de Victoria Camacho y Paulina Baca, quien dice que su “obra se sostiene en la necesidad de convertir, a través de un juego representativo, en forma, aquello que requiere salir para ordenarse”. En tanto que Marcia Vásconez expresa las actitudes cotidianas de la gente, inspirándose en personajes “que deambulan por la calle, vendedores, y también aquellos que habitan en las fiestas populares”.

En la muestra también hay obra de un colectivo de mujeres indígenas y, en el primer piso del MuNa, una colcha de retazos que responde a un trabajo de taller colectivo con mujeres artistas y artesanas.

Mujeres de fuego

El arte ecuatoriano tiene mujeres en primer plano. El arte precolombino, básicamente, es femenino: las mujeres moldeaban la arcilla con sus manos. El oficio alfarero era un oficio de mujeres.

Cristina Santos Carvache, “Pareja entre La Palmera”, acrílico sobre cartón, 1994.

La exposición que se vio en el MuNa saca a la luz algunas de las mujeres que forman parte del quehacer artístico contemporáneo del Ecuador, con obras potentes en las que color, textura, composición, temática, suman al rico y diverso panorama artístico nacional y a su acervo.

La curadora Tania Lombeida propone revisar el lugar que ocupa la mujer en el arte ecuatoriano. Indaga en las reservas de arte, conversa con ellas. La exposición provoca las reflexiones acerca de la visibilidad o invisibilidad de las mujeres, y se plantea recuperar los archivos y documentos. Y lo que encuentra y pone sobre la mesa de la reflexión es sorprendente.

Hay mujeres de arcilla y mujeres de fuego, mujeres que dejan ver el poder que tiene el arte para evidenciar la opresión, la tristeza o la alegría. Mujeres que arriesgan y que seducen con el color, con la fuerza de sus propuestas creativas. Mujeres que ríen, que gozan, que se entregan al arte. Un recorrido que invita también a descubrir a otras mujeres y a indagar sobre sus propuestas y sobre otras, escondidas, que, probablemente, no serán nunca visibles pero que forman parte del acervo cultural del país.

Ana Fernández Miranda Texidor, “Y las mujeres también”, serie Todos los hombres son perros, dibujo a tinta sobre papel, 2003.
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