Por Gonzalo Maldonado Albán.
“Los instintos de un bastardo son incontrovertibles”, dijo Ezra Pound. Se explicaba, de esa manera, que alguien como Ernest Hemingway, un aficionado a la cacería y al box, escribiera cuentos y novelas con mala ortografía. Pound estuvo obsesionado con el mundo antiguo y las culturas orientales; era políglota, músico y ensayista, y puso en el centro de la poesía conceptos como la metafísica o la belleza del platonismo. No era de extrañarse, por tanto, que la literatura de Hemingway —que despreciaba los conceptos abstractos y privilegiaba la acción— le pareciera una suerte de despropósito. Aun así, auspició generosamente la carrera literaria de Hemingway en París.
¿Hubiera Pound ayudado a Charles Bukowski con el mismo entusiasmo? Porque si hay una literatura “instintiva” —es decir, unos textos escritos por alguien sin formación aparente— es la de este norteamericano nacido en Andernach, un pueblito de panaderos a orillas del Rin que visité en mi juventud, cuando era aficionado a este escritor.
Mujeres es la primera novela que leí de él. Relata la historia de Hank, un cartero que tras doce años en el servicio postal decide dedicarse por completo a la escritura. Tiene 51 años y hace cuatro que no se acuesta con una mujer. Vive en Los Ángeles, a mediados de los años setenta, donde, al parecer, había una suerte de culto por lo marginal. Hank calza a la perfección en ese medio que quiere escuchar —no sin una buena dosis de morbo— a personajes derrotados, a los perdedores natos del sistema, hablando sobre sus vidas. Así que se embarca en un extenso tour por bares y universidades para leer su trabajo, pero asiste ebrio a estos encuentros e intercambia comentarios rudos con su audiencia. En un recital debe sentarse detrás de una malla de metal para que no le impacten las latas de cerveza que los asistentes —también borrachos— le lanzan.
Allí también hay mujeres, como es obvio, y muchas de ellas se acercan, intrigadas por este personaje que dice ser un alcohólico perdido, aficionado a las carreras de caballos y desinteresado por la gente. Las mujeres de esta historia tienen algún rasgo de humanidad, en la medida que son capaces de gestos de ternura para con Hank. Pero, al final de cuentas, también ellas juegan un rol funcional en la vida del escritor: sacian su hambre de sexo y se van.
Solo una, Lydia Vance, parece no querer dejarle. Lydia, veinte años más joven que él, es divorciada, tiene una hija y sufrió algún tipo de desarreglo emocional porque hay constantes referencias a su paso por algún tipo de asilo. Cada reencuentro solo termina con una ruptura aún más patética y violenta que la anterior.
Tammie, Katherine, Cecilia, Sara, Debra, Cassie, Iris, Arlene, Tanya, Elsie… Todas ellas salen del departamento de Hank con la misma facilidad con la que llegaron a él. Es una sucesión casi interminable de situaciones recurrentes: conversación, alcohol, sexo, reclamos y adioses. Mujeres es, en ese sentido, una novela esquemática.
¿Qué hubiera pensado Pound de todo esto? Tal vez hubiera vuelto a referirse a la infalibilidad de los instintos, más aún si son los de un bastardo. Me quedo, sin embargo, con algo que considero admirable: el deseo indeclinable que Bukowski mostró por escribir, aunque el resultado jamás haya sido el mejor.
Charles Bukowski,un sucio de culto
Nació en Alemania, pero vivió desde muy niño en Estados Unidos.
Luchó contra un padre abusivo, contra el acné y el alcoholismo.
Ganó fama de maldito con su estilo soez. Estuvo vigilado por el FBI.
Escribió miles de poemas y, entre otros libros: Música de cañerías y Erecciones, eyaculaciones, exhibiciones, cuentos; Cartero y La senda del perdedor, novelas.
Murió en 1994, en California.
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