Monseñor José Mario Ruiz Navas fue una figura descollante de la Iglesia ecuatoriana. Era un hombre decidido, hasta testarudo, que lograba hacer lo que se proponía. Pero sabía dialogar. Eso marcó su larga y productiva vida.
Después de la bronca que tuvimos en 1995 a propósito de la aprobación de la ley sobre enseñanza de religión en los establecimientos educativos públicos del Ecuador, cualquiera hubiera pensado que terminaríamos de enemigos. Pero pasó lo contrario. Hicimos una buena amistad, asentada en el diálogo y el respeto. Él seguía sosteniendo que la ley fue una buena idea mal ejecutada, mientras que yo seguí pensando que fue una mala idea peor aplicada. Pero mi admiración por él no varió.
Siendo obispo de Latacunga, en 1977, protestó en forma valiente y enérgica cuando la dictadura de los Cahueñas irrumpió en una reunión pastoral convocada por monseñor Leonidas Proaño, allanó la Casa de Santa Cruz de la Diócesis de Riobamba, tomó presos a 32 obispos, sacerdotes y seglares de América Latina y el mundo, los condujo a Quito y los trató como delincuentes o terroristas. Incluso expulsó del país a varios de ellos. Frente a la complicidad de algunos obispos con el hecho y la debilidad de otros, la voz de monseñor Ruiz Navas se sumó a la de muchos miembros del pueblo de Dios, de dentro y fuera del país, que se alzaron contra el atropello.
Luego de años de acción pastoral en Cotopaxi, dedicadas a los indígenas y a los más pobres, José Mario Ruiz fue designado obispo de Portoviejo, elevado luego a la dignidad de arzobispo. Allí también llevó adelante una labor muy destacable. En la catedral puso un gran mural con personajes y valores manabitas, entre ellos Eloy Alfaro. Este conflictivo acto de pluralismo fue tanto más destacable, cuanto que el obispo era sucesor del terrible antialfarista ultramontano Pedro Schumacher.
Una vez retirado de la arquidiócesis, se fue a vivir, por cierto muy pobremente, en su nativa Pujilí. Pero se mantuvo activo en la vida eclesiástica, como orientador de la Conferencia Episcopal, de la que había sido secretario y presidente. También participó en actividades cívicas y desde su columna en El Universo fue un referente sobre temas de actualidad, a veces muy peliagudos, asumidos con frontalidad.
Sin tomar partido político, con compromiso evangélico, asumió la defensa de las garantías ciudadanas y de los derechos humanos. Los miembros de la comunidad de la Universidad Andina Simón Bolívar no olvidamos, por ejemplo, que, junto a monseñor Néstor Herrera, nos dieron su discreto pero firme respaldo cuando la sociedad ecuatoriana apoyó nuestra resistencia al autoritarismo y el abuso.

El artículo de Gonzalo Ortiz en Mundo Diners me impulsó a escribir estas líneas sobre monseñor Ruiz Navas. Con su muerte, el Ecuador y la Iglesia perdieron un gran ciudadano y pastor, pero ganaron un referente de fe, ética y diálogo humanista.
Enrique Ayala Mora