
En el último lustro, la industria de la moda abarató drásticamente sus precios, produciendo más en menos tiempo. Ahora las personas desechan a toda prisa, mientras crecen los basurales de ropa en Chile o África; lugares donde hay millones de prendas que permanecerán en el planeta durante los próximos doscientos años.
Un basurero reflejo del mundo
En medio de Atacama, en el norte de Chile, se eleva una montaña que contrasta con el paisaje del desierto más grande y árido de Sudamérica. Con una superficie de trescientas hectáreas, un área similar a la del Central Park de Nueva York, esa elevación puede ser vista desde el espacio, a través de Google Earth. Luce como un cúmulo de confeti, pero al hacer zoom, se identifican camisetas, chaquetas, pantalones, vestidos y calzado.
A pocos minutos de la localidad de Alto Hospicio, en Atacama, se desecha camión tras camión de ropa desde hace quince años. En la actualidad, se botan cerca de cuarenta mil toneladas anuales de prendas de segunda mano, de acuerdo con la BBC. Se prevé que este escenario empeore con el auge de la moda en tiempo real, embanderada desde 2019 por la empresa digital Shein, que hace envíos a todo el mundo desde China.
En este cementerio de la moda, Hans Gotterbarm, periodista del norte de Chile, ha encontrado ropa de Cristian Dior, de empresas globales como Nike, o de firmas de moda rápida como Zara o H&M. “Hay de todas las marcas. Es un reflejo del volumen de ropa de las grandes corporaciones del mundo”, dice Beatriz O’Brien, coordinadora en Chile de Fashion Revolution, una organización sin fines de lucro que trabaja a escala global para mejorar las condiciones sociales y ambientales de esta industria.
Las prendas llegan hasta este punto después de un recorrido de unos veinte mil kilómetros alrededor del mundo, que se inicia en plantas de confección barata en países con leyes laborales laxas como Bangladés, Pakistán o China. Los productos viajan a Europa y Estados Unidos, donde son adquiridos por el consumidor final. En el norte global cada pieza se usa en promedio siete veces, según un estudio de la organización benéfica británica Barnardo’s, por lo que muy pronto será donada, desechada o vendida. Cerca del 90 % de productos de segunda mano no encuentra espacio en Estados Unidos o Europa, entonces se exportan a África o Chile.
59 toneladas anuales de prendas de segunda mano arriban cada año a Iquique, un puerto libre de impuestos ubicado a unos treinta minutos del basural. Cerca de cincuenta compradores, según la BBC, importan paquetes de ropa. Después de una clasificación inicial, lo que está en mejor estado se exporta a República Dominicana, Panamá o regresa a Estados Unidos. El resto se queda en el mercado local. Lo que no se vende, más de la mitad de la importación, termina a las afueras de Alto Hospicio.
Moda desechable
La industria de la moda global produce unos 150 000 millones de ítems de vestimenta cada año, según el Foro Mundial Económico. Solo Shein pone en sus vitrinas virtuales alrededor de ocho mil novedades cada día, de acuerdo con ABC News. Este modelo de negocio ha sido catalogado como moda en tiempo real. Los números de la gigante china superan a sus predecesoras, las marcas de moda rápida como Zara o Forever 21, que equipan sus tiendas con una colección nueva —de varias decenas de productos— cada semana. En la tienda digital asiática se encuentra todo tipo de prendas por precios entre los cinco y los treinta dólares, la mitad de lo que se pagaría en las marcas que lideraban la competencia fast fashion.

Shein pasó de ser avaluada en cinco mil millones de dólares en 2019 a cien mil millones de dólares a principios de 2022, de acuerdo con Business of Apps, un medio dedicado a ese rubro. Mientras tanto, una investigación realizada por la Deutsche Welle encontró que su producción se basa en la explotación laboral. A pesar de los recientes intentos de lavarse la cara a través de visitas de influencers a plantas de producción escenificadas, no es un secreto que esta empresa produce en talleres con infraestructura en malas condiciones y con personas mal pagadas, sin contratos ni beneficios sociales y obligados a trabajar alrededor de doce horas diarias.
El resultado es un producto de baja calidad, que se vuelve desechable después de un par de usos. En redes sociales, usuarios en todo el mundo han reportado telas demasiado delgadas, costuras no terminadas, roturas u agujeros, prendas deformes, entre otros. Además, una investigación de CBS News encontró veinte veces la cantidad permitida de plomo en un abrigo de niños. El medio también halló altas cantidades de metales pesados y plastificantes tóxicos en ítems de las empresas chinas AliExpress y Zaful. La británica Boohoo y las estadounidenses Fashion Nova y Zulily también fueron testeadas.
En términos más amplios y de acuerdo con el artículo “El costo ambiental de la moda”, publicado en 2020 en Nature Reviews, cada año, esta industria produce cerca del 10 % de las emisiones globales de CO2, es responsable del 20 % de la contaminación industrial de agua, aporta el 35 % de la contaminación oceánica por microplásticos y desecha alrededor de 92 millones de toneladas de textiles.
En la edición 2022 del Fashion Transparency Index, una investigación de Fashion Revolution sobre las políticas, prácticas e impactos de las 250 marcas de moda más grandes del mundo, se encontró, entre otros, que el 96 % no publica información sobre el número de trabajadores que recibe un salario digno y que, a pesar de que la industria depende del trabajo femenino, el 94 % de las empresas no revela la prevalencia de violaciones laborales basadas en el género.
El modelo digital del fomo
La red social TikTok está inundada de videos de influencers o internautas, principalmente de la generación Z, mostrando sus compras de Shein. El hashtag #Shein tenía 65,3 mil millones de visualizaciones en esa plataforma hasta julio de 2023. El éxito de la empresa en Occidente se debe a una proyección digital agresiva. Parte de su estrategia se ha enfocado en generar placer al comprar, afirma Diana Gómez, consultora colombiana de marketing y tendencias.
Para brindar esta sensación de bienestar, la gigante china se alía a influencers de todo el mundo. Celebridades como Katy Perry y Hailey Bieber han promovido la marca en los últimos años. También se ha asociado con miles de influencers con audiencias medianas y pequeñas. De esta manera ha contagiado a usuarios de TikTok o Instagram la necesidad de publicar hauls, videos en los que desempacan y se prueban sus pedidos.
Los influencers y personalidades que protagonizan estos videos son tantos y tan diversos que “validan que Shein entrega lo que ofrece”, explica Gómez. Otro ingrediente de éxito es la promesa de productos en tendencia, en una amplia gama de tallas —cubriendo el mercado plus— y a precios bajos. Esto ha promovido comportamientos de compra masivos. Los hauls de Shein, al contrario de lo que sucedía con otras marcas, son descomunales. Influencers e internautas piden decenas de artículos para mostrarlos en video, generando una sensación de abundancia.
Una vez que los clientes se han enganchado, la empresa busca que obtengan la aplicación. En 2022 fue la más descargada en Estados Unidos. La app tiene acceso en tiempo real a información sobre las búsquedas de sus clientes y, como resultado, pone en primer lugar aquello que interesará a cada internauta, de acuerdo con Gómez. Asimismo, juega con el fomo (fear of missing out o miedo de perderse algo), provocando que sus usuarios chequeen constantemente la aplicación y premiando la fidelidad con beneficios. Business off Apps estima que Shein tiene alrededor de 74,7 millones de clientes activos.

Ampliación en Latinoamérica
Los productos económicos de Shein han sido recibidos con entusiasmo en Latinoamérica, donde la mayor parte de la población tiene ingresos medios y bajos. En México, esta marca pasó de vender 200 millones de dólares en 2019 a 660 millones de dólares en 2022, según información recabada por Efraín Martínez, coordinador nacional de Fashion Revolution México. En Brasil las ganancias pasaron de 30 millones de dólares en 2019 a 360 millones en 2022.
Este modelo de negocio ha generado “controversia” en Brasil, de acuerdo con el periodista brasileño Carlos Juliano Barros. Esto se debe a acusaciones de evasión fiscal y contrabando digital. “Los competidores se quejan de una competencia desleal y afirman que el modelo de negocio de la empresa no es sostenible”, explica. El gobierno federal amenazó con regular la importación de plataformas como Shein, pero dio marcha atrás. En junio de 2023 la empresa china anunció la asociación con plantas de producción en Brasil. “[Esta medida] que supuestamente generará empleos fue una forma de que el Gobierno satisfaga a la opinión pública”, dice Barros.
Shein adelantó que también se expandirá en México. Efraín Martínez cree que es un defecto que su país todavía se venda como un destino de mano de obra barata. La región no está exenta de malas prácticas, a pesar de que hay más regulación laboral que en Asia. “En Brasil hay diversas denuncias de problemas laborales en la industria de la moda. En general, esto tiene que ver con la subcontratación de la producción en talleres de pequeñas dimensiones, con el objetivo de reducir costos”, informa Barros.
La industria ecuatoriana también se ha visto afectada por el contrabando de ropa que ha promovido el fenómeno Shein, dice Isabel Avilés, experta ecuatoriana en comunicación y mercadeo de moda. Los productos se demoran alrededor de un mes en llegar al país, por lo que emprendedores hacen grandes pedidos a través de casilleros en Estados Unidos y venden en redes sociales y hasta en tiendas físicas, principalmente en las provincias. Los precios son tan bajos que dejan espacio para las ganancias de la reventa. Ahora que la firma se amplía en Latinoamérica, Avilés cree que los productores nacionales deben aplicar sus prácticas positivas y desechar las negativas.
Consumir menos y mejor
“Shein está generando una cultura donde las personas cada vez creen que el producto de moda es desechable. Esto genera un nivel de basura altísimo. El deseo de renovación constante llega incluso a quienes pueden comprar marcas más caras, mejor hechas y con mejores prácticas, pero que prefieren la cantidad de tendencias a las que pueden acceder con Shein”, opina Diana Gómez.

Para Avilés es importante abordar esta problemática desde el hogar, promoviendo una relación saludable con la compra y mejores prácticas de cuidado de la ropa, para que cada producto sea usado más veces y dure más. La experta ecuatoriana recuerda que heredar, arreglar, intercambiar, comprar moda de segunda mano y apoyar el mercado local también permiten expresarse a través de la vestimenta.
Martínez invita a que los ciudadanos hagan una crítica activa a la industria de la moda, así como ha sucedido con las bebidas embotelladas. Él cree que la ciudadanía debe exigir a las grandes empresas que inviertan en materiales y tecnología para volver sostenibles los procesos de producción y sus productos. Además, aconseja que se prefieran insumos de origen animal, como la lana, o vegetal, como el algodón, pues los sintéticos tardan hasta doscientos años en biodegradarse.
Mientras tanto, en el desierto de Atacama, las poblaciones cercanas al basural buscan soluciones para manejar las grandes cantidades de desechos textiles que contaminan el suelo, el aire —por incendios— y el agua. O’Brien cuenta que el Gobierno chileno propuso construir una planta recicladora de textiles y Gotterbarm añade que ya hay emprendimientos, como Ecofibra, que los recicla para hacer aislantes térmicos. Sin embargo, estas soluciones no hacen responsables a las grandes corporaciones causantes de esta problemática ni están enmarcadas en la creciente producción de la industria de la moda, que poco a poco cubre de fibras sintéticas —tan dañinas como el plástico de las botellas— al sur global.