Perfil cultural
Por Antonio García Jurado
A sus 68 años, es el músico amazónico más reconocido en el extranjero. A su dilatada carrera como compositor se suma su trabajo literario y la promoción cultural de las costumbres y tradiciones ancestrales del pueblo Napo Runa.
La comunidad de Waysa Yaku, a tres kilómetros de Archidona, en la provincia de Napo, es un hervidero de sonidos. El canto de los loros, los tucanes y los papagayos se funde con el croar de las ranas, el zumbido de los insectos, el cacareo de las gallinas y el ladrido de los perros. Es sábado. A las seis de la tarde, Carlos Alvarado, músico, escritor y activista cultural de la selva amazónica del Ecuador está sentado en una banca de madera sostenida por dos pequeños troncos.
En 2012 Carlos Alvarado —bautizado, a los ocho días de nacido con el nombre quichua de Mishqui Chullumbu (dulce abeja)— presentó su repertorio musical en un abarrotado Teatro Sucre. Era el concierto principal del proyecto de rescate patrimonial De taitas y de mamas. Unos meses antes había recibido la llamada de Mariana Pizarro, productora del proyecto. “Me sorprendí con ese telefonazo —dice, Mishqui—, Marianita me dijo que vaya a Quito porque había sido elegido para formar parte del programa de patrimonio vivo del Ecuador”.
Mishqui, hijo de Francisco Alvarado, curandero, y de Teresa Narváez, dedicada al cuidado de sus cinco hijos, es un hombre de cuerpo delgado, ojos rasgados y piel curtida. Este cantautor indígena de origen yumbo maneja un verbo fluido. Habla con soltura en quichua y en español. Uno de los temas que domina y por el cual ha obtenido reconocimientos es la música.
—¿Cómo inició su relación con la música?
—Uno de los recuerdos de mi infancia es que los niños teníamos prohibido participar en las celebraciones de los mayores. Como a los seis años me interesé por conocer los instrumentos que se utilizaban en las fiestas. Sobre todo por el violín que tocaba Vicente Shiguango, mi padrino de bautizo.
Hace más de 60 años, Mishqui caminó dos kilómetros, en medio de la nada, hasta llegar al matrimonio que se celebraba esa noche en su comunidad. Aprovechó el alboroto del festejo para escabullirse hasta el lugar en el que estaba el violín de su padrino. Ese fue el momento en que entonó un instrumento musical por primera vez, tenía seis años. En su memoria auditiva, quedaron archivados los sonidos que lanzaron las cuerdas de tripa de mono y de gato de aquel violín. Al día siguiente, sus padres embadurnaron sus ojos con ají y soltaron ráfagas de ortiga por todo su cuerpo, como castigo.
Mishqui fue promotor cultural desde su infancia. Después de elaborar su propio violín artesanal, se unió con Carlos Chongo, uno de sus compañeros de escuela. Juntos formaron un dúo musical encargado de amenizar las obras teatrales, los sainetes y las comparsas estudiantiles. En la adolescencia confeccionó otro violín con madera de cedro. Ese fue el instrumento que lo acompañó en su primera presentación en un teatro, que como la mayoría de cosas en la Amazonía estaba regentado por los padres josefinos. Era 1969, el año en el aparecieron Los Yumbos Chaguamangos, uno de los primeros conjuntos musicales de la selva ecuatoriana.
—¿Quién compuso el repertorio musical para el grupo?
—Escribí mis propias composiciones. Todas con base en las tradiciones que nos contaban nuestros mayores: la ceremonia del pedido de mano de la novia, la de matrimonio, las ceremonias de los curacas o sabios, la de la cosecha de la yuca o de la preparación de la chicha. Siempre me gustó cantarle a la selva, a las montañas, a los ríos, a los animales y a la sabiduría de los curanderos. Todo lo que sé de música lo aprendí al oído, siempre orientado por los ritmos yumbos.
Los Yumbos Chaguamangos ganaron su primer reconocimiento musical en 1972, durante el Primer Festival Tradicional de la Chonta. La presentación que conjugó teatro, música y danza los hizo merecedores al Jumandi de Oro. En medio del público que observó el show musical estaba el prefecto de Napo, quien les pidió presentarse en un evento en la ciudad de Tena al que llegaría el doctor José María Velasco Ibarra, presidente del país. El acuerdo entre Mishqui y el prefecto se zanjó con una jaba de cervezas y la promesa de ayudarlo a contactarse con un amigo de Guayaquil que regentaba una famosa fábrica de discos.
Los Yumbos Chaguamangos grabaron su primer LP en 1985 en los estudios de los almacenes de música JD Feraud Guzmán. Meses antes, Mishqui Chullumbu estuvo en Quito con su amigo Asdrúbal de la Torre, director de Ciespal, quien lo ayudó a grabar sus canciones en una cinta magnetofónica. El apoyo para la grabación se completó con la ayuda económica de la Fundación Interamericana de Estados Unidos, que donó los ochocientos mil sucres para pagar el costo de la grabación. El LP llevó por título Canciones de nuestro Oriente.
—¿Cuál fue la acogida de este disco en su comunidad?
—Cuando hicimos el lanzamiento del LP la juventud quichua no le dio mucha importancia. Era el tiempo en el que el twist y la cumbia estaban de moda. Después de cuatro décadas, las autoridades se dieron cuenta de la importancia de este trabajo y lo declararon reliquia musical de Napo. Ahora está de moda la tecnocumbia, sin embargo, Los Yumbos Chaguamangos continuamos promoviendo nuestra música. Lo paradójico es que en el extranjero se valore más nuestro arte.
Los Yumbos Chaguamangos han tocado en casi todas las ciudades del país. En el extranjero se han presentado en El Salvador, Guatemala, Costa Rica, Estados Unidos (San Francisco, Sacramento, Los Ángeles, Atlanta y Tallahassee), Perú y Venezuela. En Caracas, Mishqui coincidió con Julio Jaramillo. Era 1978, meses antes de que El ruiseñor de América falleciera. Los dos compartieron una pequeña reunión en la que, después de comer y beber, se dedicaron a lo suyo. Una de las canciones que entonaron juntos fue Elsa.
“Mujer que encierras virtudes/ en tu corazón tan santo/ entrégame tu cariño/ quítame este albor de llanto/ que me tiene enferma el alma/ y el corazón oprimido…”
Al fundador de los Yumbos Chaguamangos no solo le gustan los sonidos amazónicos. Mishqui es fanático de la música de los mexicanos Javier Solís, Pedro Infante y de los ecuatorianos Pepe y Julio Jaramillo.
—¿Cómo se siente después de más de 40 años de carrera musical?
—Orgulloso de haber aportado un granito de arena a mi pueblo. Me siento orgulloso de haber compuesto música para mayores pero también para niños. Mis composiciones son cantadas en las escuelas. Las canciones tienen letras enfocadas al cuidado de la naturaleza y de los animalitos. Para nosotros los animales son como nuestra segunda familia.
A sus 68 años, Mishqui no para de trabajar por la música de su pueblo. En 2015 tiene en la mira dos proyectos, el primero es la organización de un congreso para que los jóvenes quichuas conozcan más de las tradiciones musicales de su tierra, el segundo es la grabación de un disco en quichua, inglés y español, junto a un ingeniero de sonido de Estados Unidos.
……
La lluvia cesó en la comunidad de Waysa Yaku. A las nueve de la noche, la casa donde vive Mishqui Chullumbu está en tinieblas. Una vela, pegada al filo de la mesa de madera que está en la cocina, ilumina con cierta distorsión su rostro. Viste pantalón y camisa de tela, botas Siete Vidas de color amarillo y una gorra celeste. Mientras llena una olla con agua para preparar un tinto habla de su familia.
—¿Qué recuerda de sus padres?
—Mi padre nació en Orellana, en la desembocadura entre el río Napo y el río Coca. Cuando era pequeño mi abuelita lo trajo hasta el Tena y ahí lo regaló a un anciano. Mi madre también fue huérfana. De adulto mi papá se convirtió en curandero, llegó a ser el tercero más importante de Archidona. Mi madre se dedicó a la siembra de productos nativos en terrenos prestados. Juntos procrearon cinco hijos, yo fui el tercero.
Francisco Alvarado y Teresa Narváez decidieron regalar a sus cuatro hijos varones y quedarse solo con su hija primogénita. Mishqui fue criado por una tía hasta que lo mandaron a la escuela. En su adolescencia vivió en un convento, hacía de acólito y sacristán. Cuando tenía quince años, uno de los curas le dijo que tenía que casarse. Sus padres —como era la costumbre— ya habían elegido a la que sería su mujer. Si no aceptaba, Mishqui estaría condenado al infierno. A Inés Chimbo, su primera esposa y madre de ocho de sus dieciséis hijos, la conoció en la iglesia el día de su matrimonio.
—Entonces, ¿tuvo miedo de ir al infierno?
—Sí. Tuve miedo porque estaba en un convento. Cuando me casé no tenía ni una cobija, lo único mío era el traje que me regaló el cura. Después me arrepentí de haberme casado porque cuando no se conoce bien a la persona es difícil mantener una buena relación. Mi primer matrimonio duró veinticinco años. Martha, mi primogénita vive en Estados Unidos, ella se casó con un estadounidense.
—¿Entonces tiene nietos gringos?
—Sí, tengo dos nietos, el varón se graduó en Derecho, es abogado, y la mujercita se graduó de doctora en Medicina.
Después de separarse de su primera esposa, Mishqui conoció a Martha Ayimba, su segunda cónyuge. Fue durante unas capacitaciones sobre cultura que impartió en Lago Agrio. Con ella procreó a la otra parte de su familia, siete hijas mujeres y un hijo varón. Por esos años, Mishqui trabajaba en el Departamento de Cultura del Tena.
Antes de llegar a ese puesto, en el que trabajaría por veinticinco años, Mishqui fue conserje y profesor de una escuela, promotor de cultura en educación hispana, alfabetizador y violinista en el cuartel, durante su año de servicio militar obligatorio. Vivir de la música siempre fue su sueño. Un anhelo que hasta ahora no ha podido cumplir.
—¿Se siente frustrado por eso?
—Tengo voluntad por seguir promoviendo la cultura de mi pueblo, pero siento que me hace falta alguien que me empuje de atrás. Vamos a morir hablando de cultura pero, si no la ponemos en práctica, no sirve de nada. Cuando estuve en Hollywood vi grandes espectáculos. ¿Por qué acá no podemos hacer algo parecido para promover nuestras costumbres y tradiciones? Por eso estoy animando a un grupo de familias de la comunidad para construir una aldea ancestral y mostrar a la gente cómo vivieron nuestros mayores hace miles de años.
Cuando Mishqui muera quiere seguir organizando a su pueblo. Quiere encontrarse con los espíritus de los muertos y convencerlos de que lo ayuden a cuidar a los vivos. En la tradición napo runa existen los espíritus buenos y los espíritus malos. Cuando un poblador cuenta que se ha encontrado con un espíritu malo, la gente va al cementerio y ortiga las tumbas, esas hierbas luego son lanzadas al río. Mishqui quisiera evitar más ortiga, él quiere ser un espíritu bueno.
……
Mishqui Chullumbu es heredero de la estirpe luchadora de Jumandi, Beto y Huami, yumbos a los que ha tenido presente en los dos tomos de su libro Historia de una cultura a la que se quiere matar. Es domingo. A las nueve de la mañana, Mishqui se prepara para una corta interpretación de su trabajo musical. En su cuarto hay una cama, un mueble con libros y documentos y una silla de plástico en la que reposa una máquina de escribir color beige, marca Crown, en la que ha redactado sus creaciones literarias.
En medio de los papeles, hay una carpeta blanca. Son sus apuntes del curso de periodismo comunitario que la Cooperación Alemana está dictando a gestores culturales de la Amazonía. Junto a esa carpeta está su primer libro que fue publicado en 1984 por Ciespal. En este tomo, Mishqui habla de la historia de la comunidad de Rucullacta, sobre apariciones, sobre espíritus y sobre los waoranis, entre otros cuentos y leyendas de la zona. En el segundo tomo, aparecen las historias de las culebras que devoran a la gente, la laguna que se mece como hamaca o el relato de la boa gigante que mató a un hombre. Los dos libros están ilustrados con imágenes que él mismo dibuja y colorea.
—¿Va a escribir más libros?
—Claro que voy a seguir escribiendo. El tercer libro ya está en camino. Quiero escribir guiones para televisión, para que los jóvenes quichuas dejen de ver series como la de Pablo Escobar o de la Rosa de Guadalupe. En nuestro pueblo, hay historias que tienen que ser contadas: la rebelión de Jumandi, nuestra vida cotidiana, la ceremonia del pedido de la novia… Vivencias que pueden ser representadas por nuestra gente.
A pesar de su extensa familia, a la cual visita periódicamente, su testarudez por promover la cultura de su pueblo lo ha llevado a la soledad. Soledad de la cual no reniega y que aplaca con largas horas de lectura, escritura, composición musical y pintura. A las once de la mañana, uno de los integrantes de Los Yumbos Chaguamangos llega en compañía de Ricardo Grefa. Vienen para ser parte de la presentación musical que improvisarán en medio de la tupida vegetación que rodea la casa de su amigo y compañero Carlos Alvarado.
Mishqui sale al patio de su casa. En su cabeza tiene una corona de plumas de gallo de la peña, guacamayos y loros, utilizada en la antigüedad por los máximos jefes de la comunidad. De su cuello y muñecas cuelgan collares de pepas de color rojo y negro. Su cintura está cubierta por un taparrabo que sus mayores confeccionaban con piel de la nutria y del tigrillo. En las manos lleva prendado uno de sus objetos más preciados, su violín.
Al mediodía, en la comunidad de Waysa Yaku el calor azota con fuerza. Mishqui afina su instrumento, da instrucciones a sus compañeros y empieza a cantar en quichua una de sus canciones preferidas, Curandero. Al canto de los loros, los tucanes y los papagayos; el croar de las ranas; el zumbido de los insectos, y el cacareo de las gallinas, se suma una voz melodiosa que suelta versos como estos: “ven mujer te veremos/ qué dolencias tienes tú/ tal vez yo te hago falta/ andas entristecida/ ven mujer estemos juntos/ viendo tus ojos mi corazón se ensalta/ oyendo tus lamentos mi alma se despierta”.