Por Alfonso Ortiz
Fotos del CNC y el IMP
La primera pregunta que se me viene a la cabeza es si lo que veo en la fotografía que tengo delante es una imagen de la misma ciudad por la que he caminado pocos minutos antes para llegar a la exposición Miradas sobre Quito, los fotógrafos de la ciudad. No tengo una respuesta inmediata, pues esa foto me remite a una ciudad pobre, descuidada, sucia, con grandes piedras desparramadas en la vía de tierra desigual, veredas empedradas con grandes baches, casas destartaladas con zócalos descascarados y sucios, tenderetes desvencijados, gente sentada en el piso… ¿Qué rincón de Quito es este? No lo reconozco pero me resulta familiar: esa larga calle, la edificación de la derecha con portal, la cubierta de teja desigual, que parece un mar embravecido… Más allá, en la fachada derecha de la calle sobresale la portada de una iglesia, y al fin, encuentro un elemento que me ubica: la capilla de la antigua universidad dominicana de Santo Tomás de Aquino y colegio de San Fernando; por lo tanto, debe ser la calle del Comercio Bajo, la actual Guayaquil, y el edificio con portal de la derecha, el colegio de las monjas de los Sagrados Corazones…
¡Cuánto ha cambiado la ciudad desde entonces! “Apenas” han pasado unos 140 años y de los edificios que vemos en ella ya no queda ninguno en pie, excepto el que me permitió “engancharme” con el pasado, pues hasta el actual colegio de los Corazones es diferente y difícil de reconocer.
Las ciudades están en permanente evolución. La abundancia o la escasez de recursos económicos, la mano de obra y las herramientas, la calidad y variedad de materiales de construcción, los terremotos, la presencia de un arquitecto de ideas de avanzada que introduce novedades o la fuerte tradición que resiste el cambio, un Concejo Municipal que autoriza el derrocamiento de la casa del Cabildo o un presidente y su ministro de Obras Públicas que remodelan sin conciencia histórica el Palacio de Gobierno, estas fuerzas y muchas más van modelando la ciudad.
Nuestra arquitectura monumental se modificó singularmente por los terremotos. Especialmente destructivo fue el sismo del 22 de marzo de 1859 que modificó sustancialmente a San Agustín y a los dos monasterios de carmelitas. Por otra parte, la pobreza permitió que la ciudad conservara su traza y parte de la arquitectura menor, aunque esta en buena parte se modificó, pues sobre las austeras fachadas coloniales se insertaron elementos. Un siglo después, cuando llegó la bonanza petrolera, el ya reconocido Centro Histórico no era atractivo para la inversiones inmobiliarias y especulativas, por lo que su arquitectura se salvó de la destrucción sistemática.
El ojo de la cámara
La muestra fotográfica, organizada por el Consejo Nacional de Cultura y el Municipio de Quito, reúne 176 tomas realizadas desde mediados del siglo XIX hasta nuestros días, obtenidas de más de una veintena de archivos públicos y colecciones privadas, donde se han identificado más de 40 fotógrafos. Montada en cuatro salas del Centro Cultural Metropolitano, las imágenes se acompañan con vitrinas donde se exhiben como complemento cámaras fotográficas, equipos de laboratorio, placas de vidrio, postales impresas y libros con imágenes de Quito, y alternando con las fotos, hay textos cortos de poetas o viajeros, que alaban y comentan la ciudad que sintieron y vieron.
Irving Iván Zapater, secretario técnico del referido Consejo, seleccionó las imágenes con la ayuda de Patricio Estévez. Como confesaban, lo más difícil no fue tanto encontrar fotos, sino escoger cuáles se exhibirían. Y lo hicieron muy bien, con gran ojo, combinaron con destreza fotos artísticas con imágenes testimoniales, descubriéndonos facetas desconocidas de la ciudad y su gente.
La técnica fotográfica evolucionó permanentemente desde su descubrimiento en 1839. Probablemente debió llegar a Quito de la mano de algún viajero explorador, al finalizar la década de 1850, y ya para entonces se había perfeccionado la “vía seca”: dejando atrás daguerrotipos y calotipos, se utilizaban placas de cristal donde se recibía la imagen latente, para revelarla más tarde y positivarla sobre papel, cuantas veces se quisiera. Es importante recordar que la poca sensibilidad de estas placas obligaba a largas exposiciones, con lo que los sujetos debían permanecer inmóviles para obtener una imagen nítida. A esto, y no a un afán de “blanquear” la ciudad como han dicho algunos “sociólogos de la fotografía”, se debe que en muchos casos los indios, que abundaban en Quito, salieran como manchas fantasmagóricas, pues no les habrá interesado posar para la posteridad mientras caminaban por las calles de la ciudad.
La fotografía también fue un extraordinario auxiliar para la investigación científica. Cuando llegaron desde Alemania a explorar Sudamérica, y en especial los Andes ecuatorianos, los vulcanólogos Alphons Stübel y Wilhelm Reiss, no dejaron de utilizarla. Además, incursionaron en otras áreas, como la etnología y la arqueología, por lo que adquirieron en el mercado quiteño un sinnúmero de imágenes, tanto de la ciudad como de personas de todas las clases, especialmente las tarjetas de visita —fotografías de 10 x 6 cm— que ya eran comunes en la ciudad, pues se habían reducido sus costos, y gente sin mayores recursos económicos se retrataba.
Precisamente algunas de las fotos inéditas de la exposición provienen de la colección de estos viajeros y de científicos alemanes posteriores. Están reunidas en el Instituto de Geografía de Leipzig, Alemania, y gracias a la adquisición del Instituto Metropolitano de Patrimonio del Municipio de Quito, ahora las posee la ciudad.
Llamas en la plaza Grande
Organizada cronológicamente, la visita a la muestra se vuelve un recorrido fascinante por la historia del último siglo y medio de la ciudad. El reto para el público es descubrir cómo era la plaza de Santo Domingo con la estatua de Sucre al centro, en una fiesta cívica, donde los carros alegóricos que giran en torno a ella van tirados por caballos, y admirar la plaza Grande engalanada a inicios del siglo XX, aún con su fuente colonial, con un militar a caballo en el que más de uno cree reconocer al general Eloy Alfaro. De la misma época será una bellísima toma de la calle del Mesón, mirando hacia la iglesia de Santo Domingo con su torre mochada por los sismos, donde la curva del puente y túnel de la Paz juegan con su sombra y varios transeúntes en siluetas negras contrastan, a su vez, con la penumbra del primer plano.
Nos sorprende descubrir una recua de mulas virando desde la calle Guayaquil a la entonces calle Bolivia, como se llamó por largo tiempo la actual Espejo. La foto de Paul Grossier está fechada en 1901, y de lo que vemos en ella casi nada queda en pie. (En otra imagen del mismo ángulo, tomada unos 40 años más tarde por Heinrich Goldschmid, asomará ya el edificio del banco La Previsora). Más que las mulas nos impacta una tropilla de llamas en la mismísima plaza en 1918. La fotografía de Carlos Rivadeneira retrata una ciudad todavía con una fuerte presencia rural e indígena.
¿Quiénes son estos alumnos de Artes, fotografiados en 1912 con su maestro José Gabriel Navarro? ¿Cuántos de estos jóvenes se convertirían en conocidos artistas plásticos? Algunos habrán abandonado su carrera, como el mismo Navarro, quien dejó los pinceles para convertirse en el pionero de la historia del arte quiteño.
La construcción del mercado en la plaza del monasterio de Santa Clara, impidió por más de un siglo hacer una fotografía frontal de sus ricas portadas, pero el fotógrafo anónimo que impresionó esta magnífica placa en 1916 se dio modos y consiguió una singular perspectiva de ellas, con vista a San Francisco.
La ingenuidad del carro alegórico, decorado para una fiesta patria hacia 1920, produce enorme simpatía cuando en la actualidad los carros que se arman para las fiestas de Quito derrochan luces, música, espumaflex y plásticos de colores. ¿En el futuro verán con los mismos ojos indulgentes nuestras creaciones, así como vemos también la foto coloreada a mano de una irreconocible plaza de San Francisco, con vegetación, fuentes y un presuroso hermano cristiano, del entonces joven fotógrafo aficionado Luis Alfonso Ortiz Bilbao, tomada hacia 1925?
También añoramos el antiguo edificio de los Correos que aparece en la fotografía de Pazmiño, en su inauguración en 1926 con el presidente Isidro Ayora, y que ahora alberga a la Vicepresidencia de la República.
Y avanzamos a la mitad del siglo XX para encontrar una singular fotografía de Luis Pacheco, en la que un policía, frente al pretil de la Catedral en la calle García Moreno, devuelve una piedra (¿?) a los universitarios resguardados en su edificio que no se ve, y en su lugar aparece una mancha curiosa producida por la humedad sobre el negativo. ¿Será acaso que en esta ocasión los jóvenes revoltosos, ante el asedio, escaparon por las alcantarillas hasta la quebrada de Los Milagros, dejando a sus sitiadores con los churos hechos?
Los contrastes siguen: un desfile militar por el parque de La Alameda, hacia 1950, de Rafael Moreno; un dicharachero grupo, con fraile incluido, sorprendidos por César Moreno degustando una sabrosa cerveza elaborada en el mismo convento franciscano; un entusiasta grupo de universitarios encorbatados que echan pico y pala en una minga estudiantil para mejorar su estadio.
En 1956 se conmemoró el cincuentenario del prodigio de La Dolorosa del Colegio con una procesión pública por las calles de la ciudad; lo mismo harán seis años más tarde los excombatientes de Alfaro, por la avenida 10 de Agosto, documentados por el lente de Víctor Manuel Jácome. Eran muestras de que nuestra sociedad se había vuelto más tolerante y pluralista. Pero en 1970 todavía se celebraba la fiesta de San Pedro y San Pablo saltando chamiza, como lo testimonia esa increíble instantánea de César Moreno, en la plaza de San Francisco, donde las llamas abrasan al intrépido joven. Como abrasaban las llamas de la revolución a la marcha de trabajadores e intelectuales de izquierda en la foto tomada por Cristóbal Corral en 1979, frente al miedo que produce un avión de Ecuatoriana de Aviación aterrizando al ras de una calle cercana al aeropuerto en 1980.