Fotografías: cortesía del artista.
Edición 462 – noviembre 2020.
Está revisando su obra, su bodega, sus diapositivas, sus archivos. Está digitalizando todo el material gráfico que tiene guardado. Está preparando todo para un libro que recoge la obra trabajada en estos últimos veinte años. Tiene en sus planes una exposición en la Casa de la Cultura en 2021, aunque sabe que no están buenos los tiempos para hacer planes. La muestra deberá ir con el libro a manera de catálogo y eso implica seleccionar, editar e incluso retocar alguna obra que, con el paso del tiempo, se pudo haber rasguñado.
Miguel Betancourt (Quito, 1958) está revisando, casi a manera retrospectiva, la obra que ha producido con el nuevo siglo. Y sí. Ha pasado el tiempo —ya tiene una trayectoria de cuarenta años de pintar, buscar, enfrentarse a la tela, al papel, al lienzo, al color y a la luz—.
Su trabajo en esta última veintena se define, según el propio artista, en cuatro tiempos, o cuatro exposiciones que agrupan obras que tienen denominador común, ya sea por la técnica o por su temática: Arte pictórica, Colores y texturas, Imágenes a trasluz, Ninfas, Meninas y la mirada del pintor.
Al milenio lo recibió con la exposición llamada Arte pictórica (2005-2006). Para esa serie usó como soporte papel kraft, cartón de embalaje, yute, costal de cabuya y maderas viejas. Material de reciclaje pero también colores que nacían de esa mezcla entre pinturas y texturas. Esta serie se enmarca —cuenta el artista— en el art painting que se hace en el suelo. Son dibujos, pero a la vez pintura, con una técnica en la que aspergea la pintura sobre el soporte, creando otras texturas, más matéricas.
“Es una secuencia que me interesó mucho. Ese procedimiento caligráfico lo he ido traslapando. Comenzó con dos colores, el pardo propio del soporte era papel, yute, madera, y lo otro, el azul, era un solo color sobre un fondo. Luego se fue volviendo más complejo con otros colores”.
En Arte pictórica, nombre puesto por Julio Pazos con la referencia del ars poética o arte poética, el artista pone el tema del reciclaje en su obra, reutiliza materiales destinados a la basura, usados para embalaje. “Lo interesante de esta utilización es la connotación poética que adquiría la obra, pues el color azul de la pintura chorreada, sobre la superficie parda connotaban el cielo y la tierra, dos temas que son gravitantes en mi pintura”.
En 2011 hizo una muestra antológica. En ella incluyó transparencias (acuarelas), árboles, arquitecturas, personas y postales. En 2014 expuso en la Alianza Francesa una serie de acuarelas llamada Imágenes a trasluz. Una serie experimental y una de las que a él, personalmente, más le gusta. A esta serie pertenecen obras bidimensionales, en un montaje que tiene su hermandad con la escultura. Estas acuarelas fueron realizadas sobre delicado papel de arroz, que es tan frágil como la seda y que consiguió en China, en la calle de los calígrafos y pintores, donde venden tinta y papel.
Para esa obra —una de ellas es “Retablo quiteño”— el artista utilizó armazones de metal que sostenían las finas láminas de papel y así quedaban encapsuladas en dos planchas de vidrio, es decir que se podían ver de los dos lados.
La puesta en escena de la obra resultaba extremadamente delicada, tanto que, cuando la expuso en Tokio, los responsables de la galería, gente extremadamente delicada también, no quisieron tener la responsabilidad de que se rompiera o dañase alguna obra, así que esa obra estuvo expuesta solo el día de la inauguración.
Otra serie de la que Betancourt habla mientras revisa lo que ha hecho desde que cambió el siglo se llama Mnemografías y que expuso en la galería Saladentro, en Cuenca, el año pasado: “Este neologismo señalaba mi última colección de obras que tienen que ver con la arquitectura y que conduce a un recorrido por la ciudad de Quito. A través de una serie de pinturas se plantea mi experiencia de haber vivido y amado nuestro casco colonial andino y de ser parte de ese patrimonio emocional en el presente”.
“En esta serie se marcan mis recuerdos perceptivos ligados al empleo de papeles artesanales y tintas caligráficas de Oriente —continúa el artista—, material que me sirvió para mnemografiar un conjunto arquitectural que subyace en mi memoria visual, la que encarna también el recorrido de la luz del sol. La colección está compuesta por obras que se emparentan con la noche, con la mañana, con el sol de mediodía y con el crepúsculo”.
En las acuarelas Betancourt hace un homenaje a Oswaldo Muñoz Mariño. Propone una especie de diario de la ciudad, de los recovecos, de esa ciudad de tiempos pasados, como el artista la ha visto y recorrido. En cuanto a la técnica, esas obras tienen una particularidad: el papel de fibra de arroz y las referencias orientales. En esta serie el artista ha puesto en valor la superficie seductora del papel, su transparencia y el efecto distinto de la luz natural de la propia ciudad, que hace que no sea lo mismo ver la obra en el atardecer o al mediodía, donde se ve una acuarela pletórica de color. Entre las obras más recientes con esa temática están: “El norte de Quito” (tinta china y acuarela) y “Ciudad conventual” (acuarela sobre papel de arroz), realizadas en 2019.
El tema de Quito es recurrente en la obra de Betancourt. La ciudad siempre ha estado presente en sus acuarelas, en sus acrílicos, en sus tintas. Calles, la montaña, las cúpulas de las iglesias, las luces nocturnas, los recovecos; eso sí, vistos de la manera tan particular que es la impronta del pintor.


acuarela sobre papel de arroz, 2019.

y acuarela sobre papel de arroz, 2019.
Otra de las “veinteañeras” es la serie Sobre ninfas y las miradas del pintor, título puesto por el escritor Leonardo Valencia. Una obra con variaciones sobre “Las meninas”, de Velázquez. Resulta que esa serie nació cuando leyó un texto que le impactó de Foucault y cobró impulso cuando estuvo en Barcelona y vio lo que hizo Picasso sobre esa obra. Entonces decidió también hacer su propia versión. Pensó que iban a ser unos pocos cuadros pero salieron muchos, dice, y señala las obras “La infanta visita a Quito”, “Nueva imagen de la infanta” o “Retrato de Velázquez”.
Este retrato tiene una particular textura, venida de un trozo de tela que tiene un hilo de oro. Es un brocado de un vestido que su amigo Julio Pazos le regaló para que lo usara en algún collage por su particular textura. El trozo de tela achuntaba muy bien a la intensión del cuadro: la obra genial de Velázquez, dice Betancourt, tiene esa vibración de luz y de oro, acoplada al retablo, como si el artista, protagonista del homenaje, hubiera estado escrutando, observando.
Al respecto, Leonardo Valencia escribe: “Betancourt reinterpreta la tradición de ‘Las meninas’. Pero además de dialogar con Velázquez y Picasso, va más allá y reordena y hace visible, no solo el cuadro oculto, sino los espacios sesgados y estáticos en el cuadro original. Hace estallar las perspectivas. Las pone en movimiento como fractales ópticos, devela y revela lo que se juega con la mirada del pintor”.
A propósito del uso de otros materiales para lograr textura, entre las primeras obras producidas en el siglo XXI está “Transfiguraciones”, en la que un árbol tomaba formas de animales. Un trabajo que le interesó mucho y que nació a finales del siglo XX, con sus lecturas de Alejo Carpentier y de los escritores del Grupo de Guayaquil, con la selva, con la jungla, con la naturaleza. En esa obra intervienen las esquirlas naturales de la madera, en el soporte de la pintura.

mixta sobre lienzo y cáñamo, 2011.

óleo sobre lienzo (díptico), 2016.

mixta sobre lienzo y yute, 2018.
Miguel Betancourt es acucioso. Sus últimos catálogos están en Issuu, es decir, en una plataforma digital en la que los espectadores pueden ver y acercarse a su obra. Los interesados pueden entrar a https://issuu.com/miguelbetancourt2010/docs/libro-betancourt__cce__2011 o a https://issuu.com/fiorum/docs/catalogo_ninfas_meninas_miguel_beta y revisar gran parte de su obra.
La hoja de vida del artista tiene 53 exposiciones individuales desde la primera realizada en la galería Goríbar en 1982, y ha participado en 58 muestras colectivas. Además, varias representaciones, entre las que están artistas latinoamericanos: Una travesía contemporánea, Museum of Latin American Art, Molaa, Long Beach (2001); la V Bienal Internacional de Arte, Siart, La Paz (2007); Ecuador más allá de los conceptos, galería del Instituto Cervantes, Roma (2012); convocado por la galería Bandi-Trazos a la Feria Internacional de Arte, Pabellón Latinoamericano (LAP), Beijing Exhibition Center (2013).
También participó en Ecuador in Focus, en la sede de la OFID, Viena (2014); la VI Bienal Internacional de Arte de Beijing (2015). En 2017 inició una exhibición individual, itinerante, por varias ciudades de Asia (Beijing, Nanjing, Seúl, Tokio).
Antes de la pandemia, cuenta Betancourt , exponía Transparencias del país de la mitad, una muestra de pintura sobre papeles en la galería Torre del Reloj, en Ciudad de México. La idea era que fuera una muestra itinerante que recorriera varias galerías mexicanas. Con las noticias de la pandemia, el artista tuvo que volver a Quito. Llegó dos días antes del cierre del aeropuerto, en marzo. La obra también está de vuelta porque el tenebroso virus truncó también sus otros destinos, entre los que estaba una exposición en Barcelona que también fue cancelada.
Por lo pronto, los viajes y los planes del artista, como los de todos, están detenidos. “Los artistas, de ordinario, nos encerramos pues necesitamos el espacio, el silencio y la soledad para el trabajo creativo”. Además de estar conmovido por lo que ha pasado con la pandemia, de aprender a valorar lo que se tiene, siente que este tiempo le ha ayudado a trabajar otros aspectos. Entre ellos, a sistematizar la información sobre su obra para este nuevo proyecto de 2021, que —por lo que cuenta— ha sido nutrido, rico y variado en un trabajo artístico que es cada vez más potente.