Por Jorge Ortiz
Edición 455 – abril 2020.
Eran tiempos revueltos y de incertidumbre enorme, en los que el mundo se desbarrancaba hacia otra gran guerra, con armas de una potencia como jamás se había visto. Y en España —país de pasiones fuertes y siempre listo al radicalismo—, las grandes potencias ya estaban en lucha abierta aprovechando la guerra civil que había estallado en julio de 1936. Y ella, Caridad, comunista enardecida y mujer de acciones y convicciones, se había involucrado en la guerra dispuesta a llegar hasta las últimas consecuencias. Tal cual: hasta las últimas consecuencias.
Detrás de sí tenía 44 años de una vida partida en dos: empezó en el sosiego y el alivio de las clases sociales acomodadas y se deslizó —empujada por sus fracasos— hacia la intensidad y el peligro del compromiso revolucionario. Había nacido en 1892 en Santiago de Cuba, por entonces posesión española, pero había crecido en Barcelona y pasado temporadas largas en Londres y París, por lo que llegó a hablar cuatro idiomas. Era —y las fotografías de esa época lo demuestran— una mujer fina y atractiva, con unos ojos verdes grandes y luminosos. A sus 19 años se casó con Pablo Mercader, un joven de buena familia y gruesa chequera, con quien tuvo cinco hijos. Al segundo, nacido en 1913, lo llamó Ramón.
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