Diners 465 – Febrero 2021.
Por: Enrique Ayala Mora
Trampas para crédulos
La gente cree con facilidad inverosímiles mentiras históricas, sobre todo cuando son alentadas por prejuicios. Por eso es difícil convencer a los crédulos que lo que oyeron alguna vez, les enseñaron en la escuela o lo dijo un periodista, no son verdad.

Por ejemplo, todos “saben” que los españoles conquistaron a los indígenas de América porque eran una “raza superior”, armada de cañones y caballos; que Abdón Calderón “murió gloriosamente en el Pichincha”; que García Moreno fue asesinado por un marido celoso; que pillos y vendepatrias como Flores, Veintemilla o Arroyo del Río, son benefactores del Ecuador; que detrás de los dictadores y déspotas “bolivarianos” está Simón Bolívar; que el robo y la corrupción son “normales” porque “siempre ha habido”.
Las mentiras llevan a preguntas como estas: ¿Se fundó Quito el 6 de diciembre? ¿Se declaró la independencia el 10 de agosto de 1809 o se proclamó lealtad al rey de España? ¿Hicieron las mujeres algo importante?
La historia explica el pasado, pero se la usa para contar hechos falsos o dudosos y para levantar disputas. En mi carrera de docente e investigador he tenido que vérmelas con muchas de ellas y por ello preparé el libro Mentiras, medias verdades y polémicas de la historia, algunos de cuyos temas comparto aquí.
Los orígenes
Se dice que los incas “peruanos” conquistaron el “Reino de Quito” de los shyris, según cuenta el padre Juan de Velasco, nuestro primer historiador. Pero la verdad es que no hay pruebas arqueológicas o testimoniales de que hubiera existido ese “reino”. Velasco confundió los “señoríos étnicos” del siglo XV con un reino. Pero en muchos aspectos su obra es fundamental para nuestra historia.
Por cierto, el incario no se redujo al actual Perú. Fue un fenómeno andino de gran aliento en el que las tierras del actual Ecuador fueron parte importante. En Tomebamba, actual Cuenca, nació Huaina Cápac, el más grande de los emperadores incas. Su hijo, el último soberano del Tahuantinsuyo, Atahualpa, nació en Caranqui. Ambos son hechos históricamente probados.
Hasta en medio de la pandemia se empeñaron en celebrar la “fundación” de Quito el 6 de diciembre de 1534. Pero la verdad es que ya existía como urbe indígena siglos antes. Además, los conquistadores “fundaron” Santiago de Quito el 15 de agosto de 1534 cerca de la actual Riobamba, y luego San Francisco de Quito el 28 del mismo mes, cerca de la actual Ambato. El 6 de diciembre no hubo fundación sino saqueo y toma de las tierras de la actual capital ecuatoriana.
Se dice que los colonizadores dominaron rápidamente a los indígenas por su superioridad cultural y bélica: armaduras de hierro, cañones, arcabuces y caballos. Pero la verdad es que la conquista fue posible porque las sociedades americanas, especialmente las de México y América andina, sufrían una crisis interna. Se derrumbaron desde dentro. La derrota se dio principalmente por el contagio de enfermedades que esparcieron los conquistadores, como la gripe, el cólera, la viruela. Fueron enemigos microscópicos los que vencieron a los indígenas.
Independencias disputadas
Presuntos “historiadores” han dicho que el 10 de agosto de 1809 no hubo declaratoria de Independencia, sino un acto de lealtad al rey de España que estableció un gobierno en su nombre. Por ello no debería considerarse “día de la Independencia” del Ecuador. En cambio, dicen, el 9 de octubre de 1820 sí se proclamó la Independencia y por ello es más importante que la Revolución de Quito.
Eso demuestra una radical ignorancia. En un primer acto contra el Gobierno colonial, los notables quiteños no podían romper sin más con el antiguo régimen. Declararon la autonomía de Quito, depusieron a las autoridades y formaron una “junta” de Gobierno, expresando su lealtad al rey de España, que estaba preso. Ese hecho, que ahora puede parecer tímido, fue visto como tan radical y peligroso, que las autoridades españolas, una vez recobrado el mando, persiguieron a los autores del 10 de agosto y condenaron a muerte a más de setenta. Rechazar la autoridad e instalar un gobierno propio eran vistos como crímenes atroces por el poder colonial.
Solo “historiadores” chimbos no profesionales oponen el 10 de agosto de 1809 al 9 de octubre de 1820, afirmando que en el primero no hubo independencia y en el otro sí. En realidad, ambos son parte de un mismo proceso libertario, que maduró desde sus albores con la Revolución de Quito iniciada el 10 de agosto, hasta que, con la proclamación de Independencia de Guayaquil el 9 de octubre, se inició la última fase, que culminó con la batalla del Pichincha y el fin del coloniaje en nuestras tierras.
Debemos honrar a las figuras de la Independencia, pero sin mentir o hacer el ridículo. Es fácil caer en el patrioterismo a propósito de reivindicar a los héroes. No hace falta, por ello, repetir una versión inverosímil y risible de la muerte de Abdón Calderón. Basta decir la verdad, porque de veras fue un héroe. Tampoco se honra a esa gran mujer que fue Manuela Sáenz, organizado payasadas con mujeres disfrazadas de soldados y poniendo sus “restos” inventados y manipulados en el Templo de la Patria.
Mentiras repetidas
Hay mentiras cerdosas sobre la historia republicana. Se dice que Juan José Flores fue “benemérito fundador” del país, pero no se dice que hizo una gran fortuna desde el poder y que cuando lo derrocaron trató de reconquistar el Ecuador para España con mercenarios extranjeros. Se afirma que el general negro Juan Otamendi fue un feroz represor, pero no que fue actor de la Independencia y que lo combatieron con furia racista.
Se repite, sin fundamento, que a García Moreno lo mató un colombiano a quien ponía cuernos con su mujer. Fue víctima de un asesinato político en el que estuvieron implicados sus propios colaboradores. Se insiste que Alfaro fue arrastrado por manipulaciones del clero, los conservadores y de la “prensa corrupta”, pero no se reconoce que también organizaron su asesinato sus “hermanos” masones y liberales.
No es infrecuente que con afirmaciones falsas se vuelva héroes a los traidores y a los responsables de las tragedias del país. Presuntos “historiadores económicos” dicen que la dictadura de los banqueros fue “positiva”; que la masacre del 15 de noviembre de 1922 fue “necesaria”, que fue un “servicio a la patria” y que los cientos de muertos en las calles se “inventaron”; que del presidente Arroyo del Río, que traicionó al Ecuador en la invasión peruana y mantuvo una dictadura feroz, se “sacrificó” por el país y fue víctima del odio y la persecución.
El azote de la corrupción
Muchas veces las mentiras y medias verdades ocultan o apuntalan la corrupción. Con falsos testimonios se taparon las “uñas largas” del “fundador” Flores; se favoreció a los “agioteros” o prestamistas de Guayaquil, con los que se enfrentó Rocafuerte; se proclamó gran estadista al general Ignacio de Veintemilla, que organizó la “dictadura del robo” y asaltó un banco con escritura pública; se justificó la “venta de la bandera” como acto de colaboración con un hermano país; se empandillaron los arreglos de la deuda externa ecuatoriana para beneficiar a intermediarios y especuladores.
Cada vez que se denuncia la corrupción se trata de ocultarla o justificarla. Se dice, por ejemplo, que Alfaro y Velasco Ibarra era honrados, los cual era cierto, pero varios de sus colaboradores se beneficiaron dolosamente con sus decretos. Se reconoce que Galo Plaza fue promotor del desarrollo, pero sus amigos cercanos se beneficiaron del terremoto de Ambato, en cuyos enredos estuvo implicado incluso un obispo. Se afirma que Camilo Ponce y León Febres Cordero “salvaron” al país de la subversión, pero a costa de tener abogados corruptos como Moscoso Loza y Torbay o asesores como Ran Gazit, un mercenario israelí pagado con fondos públicos.
La corrupción no se ha detenido. Rafael Correa organizó un gobierno en el que el robo, los contratos tramposos y el mal manejo de los fondos públicos se dirigieron desde la cúpula del poder. Y a eso lo llamaron “socialismo” y “revolución”. Correa afirmó que el dinero que empresas beneficiarias de la contratación pública entregaron a funcionarios eran “donaciones privadas”, que no eran fondos públicos y no afectaban al Estado. Eso habían dicho Al Capone y los atracadores del Banco Ambrosiano. Pero quien coima a un funcionario lo hace con el compromiso de recibir un contrato con sobreprecio. El dinero que entrega saldrá luego del pago producto del contrato obtenido con la coima.
Las mentiras y medias verdades de la historia no son inocentes. Ocultan crímenes y protegen a los culpables. Hay que develar su contenido y consecuencias, entre otras cosas porque eso de que “siempre ha habido corrupción y siempre habrá” es una verdad a medias. Reconocer la realidad no es argumento para justificar la corrupción. Porque una cosa es un hecho aislado y otra que el propio régimen organice el robo y el encubrimiento como sistema. Porque constatar un hecho no es aceptarlo como normal, mucho menos dejar de combatirlo. Y porque a lo largo de la historia la corrupción ha sido enfrentada y vencida. Felizmente, “siempre ha habido gente honrada y siempre habrá”.
Fuente: Enrique Ayala Mora, Mentiras, medias verdades y polémicas de la historia, Quito, Universidad Andina Simón Bolívar, Sede Ecuador, Corporación Editora Nacional, 2020.