Menstruaciones

Ilustración: Shutterstock.

“¿Ya sabes qué te pasa cuando te vuelves señorita?”, preguntó mi mamá, notoriamente atormentada, mientras se sentaba a mi lado en el sofá de la sala. Yo habré tenido poco más de once años y seguramente estaba leyendo alguna de las Vanidades o Vistazo que abundaban en casa. Enseguida entendí que se refería a mi cercana e inminente primera menstruación, pero también sospeché que la charla derivaría en chicos, embarazos, en la posibilidad de empezar a usar maquillaje o zapatos de taco.

Decidí ahorrarnos el mal rato y respondí muy segura: “Sí”. Ella, aliviada, me dio una palmadita en la pierna y se levantó dando por terminada la primera y única charla de higiene-íntima/educación-sexual o lo que fuera que hayamos tenido. Un año después “me hice señorita”. Mi mamá me dio plata para comprar toallas, y listo.

Más de la mitad de los seres humanos menstruamos durante la mayor parte de nuestra vida, nos bombardean con publicidad para comprar tampones, toallas y todo tipo de productos “para esos días del mes”, pero este sigue siendo un tema cultural, social y políticamente complejo. Tabú.

En 2015 una fotografía de la poeta e ilustradora canadiense Rupi Kaur, que la mostraba recostada en la cama con una manchita de sangre en su ropa y otra en la sábana, fue censurada en Instagram, lo que causó una intensa discusión. Finalmente, Instagram cedió al rechazo masivo por su censura, y hoy en aquella red abundan las imágenes y usuarios que registran la experiencia de la menstruación visualmente.

Ese mismo año la baterista y productora musical estadounidense, Kiran Gandhi, participó en el Maratón de Londres, mientras estaba en su período sin usar nada para contener la sangre: manchó sus leggins como un acto simbólico que inició una discusión sobre el difícil acceso a los productos de higiene menstrual para las mujeres pobres, y popularizando el término “sangrado libre” para hablar de esta práctica personal y militante.

Años antes de eso había leído rápidamente sobre el sangrado libre y me pareció una estupidez. ¿Andar por la vida manchando todo como protesta y conexión con el propio cuerpo?; una acción ingenua, romántica, un poco asquerosa, construida sobre el privilegio (para empezar el de tener una menstruación normal o poco abundante), que poco o nada podría hacer para resolver los problemas urgentes de las mujeres, pensé. Pero cambié de opinión. Llegó el momento de hablar del coágulo.

Hay escenas que se convierten en hitos de la historia del cine o la televisión: el primer beso en la pantalla, el primer beso interracial en pantalla, las malas palabras, la primera escena de sexo, la presencia de un protagonista negro o de personajes homosexuales, queer o no binarios. Hay relatos audiovisuales que ayudan a desmitificar y nos permiten hablar de cosas que ahí se representan.

Rupi Kaur, poeta, escritora y feminista subió una foto a Instagram como parte de una serie de imágenes detallando la menstruación entre los retos de ser mujer. El set completo se puede ver en www.rupikaur.com para desmitificar la menstruación.

Hay uno de esos momentos en I May Destroy You (2020), la miniserie coproducida por la BBC y HBO, escrita, codirigida y protagonizada por la talentosísima Micaela Coel, en la que aparece por primera vez en la televisión un coágulo menstrual. Arabella (Coel) intenta tener sexo con un muchacho durante su período. Ella le explica que sangra mucho pero a él no le importa, incluso la ayuda a sacarse el tampón; la acción avanza, sexi.

Pero cuando alcanza a ver el bultito rojo en la cama el hombre se queda congelado, no puede salir del asombro, su estado es de fascinación. ¿Qué es eso?, pregunta. Arabella responde con un nombre: “Es un coágulo”, dice. Y al nombrarlo le da un lugar en el mundo. El hombre asegura que nunca antes había visto algo así. “Bueno, tampoco es que te los encuentras por ahí en la calle”, explica ella. De muchas otras cosas habla I May Destroy You con humor inclemente, es una de las producciones más interesantes y premiadas de la televisión contemporánea.

Gracias a I May Destroy You fue que finalmente pude decirlo. Coágulo, coágulo, coágulo. Me salen unos coágulos cada vez más grandes, doctor. Llegaron a ocupar la mayor parte de la palma de mi mano: pesados, gelatinosos y calientes. “Me dan ganas de ponerles nombre antes de tirarlos por el wáter”, bromeaba, pero bromeaba conmigo misma y con nadie más. Porque me estaba muriendo de miedo, y no se lo contaba a nadie.

Ya me habían dicho que a mi edad era normal que cambiara mi flujo, pero también sabía que estaba sangrando demasiado, con coágulos muy grandes, por muchos más días de lo normal, cada mes me ponía más débil; y a pesar de todo, no iba al médico. Quizá guardaba la esperanza de que mi regla se normalizara naturalmente, quizá temía que, si lo decía, se iba a convertir en un problema real. Pero ya lo era.

Tres de cada diez mujeres sufren de hemorragia uterina anormal (cuando el sangrado es demasiado intenso, se presenta varias veces al mes o por más de seis días al mes). Hay una mayor incidencia en la edad media de la vida que aumenta con el paso de los años.

Provoca anemia y puede tener graves consecuencias. Sobre todo porque la mayoría de las veces —por desconocimiento y miedo a sufrir enfermedades malignas— no consultamos de inmediato a un médico, por lo que se necesita un diagnóstico y tratamiento rápidos y precisos para solucionarlo.

Después de un desmayo, tres internaciones, dos transfusiones de sangre y cientos de dólares en facturas médicas y compresas maternas (no había copa que pudiera con tanto), al fin lo logré: hace tres meses, gracias a una cirugía en la que se me extirpó un mioma (tumor benigno en el útero), volví a menstruar normalmente.

La serie más personal de Michaela Coel, dirigida, escrita y protagonizada por ella misma.

¿Cuánto gastamos las mujeres a lo largo de nuestras vidas en servicios y productos de higiene y salud menstrual? Depende de cada persona, por supuesto, pero el medio digital GK publicó un reportaje sobre cuánto cuesta menstruar en el Ecuador, que incluye una aplicación para hacer el cálculo considerando gastos en tampones, compresas, productos para el dolor, citas médicas y anticonceptivos (que se recetan mucho a personas con problemas menstruales).

Conceptos como “pobreza menstrual” e “impuestos sexistas” se utilizan en el mundo hace varios años. En 2016 Nueva York fue la primera ciudad en Estados Unidos en aprobar leyes que garantizan la provisión de productos de higiene femenina en refugios, cárceles y escuelas públicas.

En Colombia estos productos ya pagan 0 IVA; en México, Perú y Argentina se discute liberarlos de este impuesto, y ponerlos al alcance de las más pobres. Kenia es pionero mundial en estos temas: hace más de una década que fue abolido el “impuesto al tampón” y desde hace no tan poco entregan toallas sanitarias gratuitas a todas las niñas en las escuelas.

En el Ecuador se recaudaron más de 22,6 millones de dólares en 2018 por el IVA de los productos sanitarios, según el reporte Impuestos Sexistas en Latinoamérica. El presidente Lasso propuso eliminar el IVA en estos productos (lo incluyó dentro de su polémica Ley de Oportunidades, que en primera instancia fue rechazada por la Asamblea por contener temas distintos —tributarios y laborales— en un solo cuerpo legal). Ojalá que el Ejecutivo defienda la iniciativa y que los legisladores sean sensibles para que esa tendencia aterrice en el Ecuador.

Médicos y ginecólogos del mundo se preparan para consultar la identidad de género y la orientación sexual del paciente y hacer una consulta inclusiva. Se está extendiendo el uso del término “persona menstruante” para no incomodar a quienes sangran pero no se identifican como mujer. Somos diferentes, menstruamos diferente, pero todos deberíamos tener derecho a una atención médica sensible, de calidad y gratuita (ya que estamos, porque en el Ecuador así está garantizada, al menos en papel).

Lo que no se nombra —por miedo, por vergüenza, por evitar el mal rato— sigue ahí de todas formas. No creo que el sangrado libre sea lo mío, pero ya no me burlo, respeto a quienes tengan el privilegio, la salud y las ganas de hacerlo; sobre todo si el objetivo es visibilizar un problema serio. Por mi parte, he vuelto a usar la copa y a dejar de gastar lo que tengo y lo que no tengo en las hemorragias y sus consecuencias.

Mientras espero con fe y alegría la menopausia, estoy segura de que, si a mi madre se le ocurre preguntar: “¿Ya sabes lo que te pasa cuando dejas de menstruar?”, le voy a contestar: “No, no tengo idea, mami. Cuéntamelo todo. Hablemos”.

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