Medellín celebra los noventa años de Botero

Considerado el artista figurativo vivo más importante del mundo, Botero recibe sus noventa años pintando de pie en su estudio de Montecarlo.

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Exposición Botero. 90 años, Medellín, 2022. Fotografía: Cortesía periódico El Colombiano y Museo de Antioquia.

¿Y tú qué eres para el maestro? Esta pregunta me la han hecho muchas veces en la vida y en diferentes partes. Digamos que más desde la década de los noventa, cuando Fernando Botero se hizo célebre a nivel internacional y sus voluptuosas gordas se exhibieron gozosas y abundantes por las avenidas, parques y museos más emblemáticos de las capitales del mundo. 

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Fotografía: Shutterstock.

Podría ser una pregunta ingenua, si tomamos en cuenta que existen millares de Boteros en Colombia y otros tantos en Argentina, donde se escribe con doble t, pero lo cierto es que, según el historiador Jaime Botero, quien se ha dado a la tarea de publicar cinco libros con la genealogía del apellido, todos los Botero provienen de un poblado minúsculo en el piamonte italiano que se llama Bene Vagienna y es un apellido ocupacional: Boterus era la denominación que se daba a quienes fabricaban los toneles para almacenar vino, agua o granos, a comienzos de la Edad Media. 

El primer Botero en América, según este historiador, fue Andrés Botero (Andrea en italiano) quien se embarcó en 1715 y se asentó en Antioquia en busca de oro. De su matrimonio con Antonia Mejía nacieron once hijos… Y ahí arranca la historia de un apellido marcado por la endogamia, familiones muy prolíficos y la sombra del suicidio.

Más de tres siglos después, Fernando Botero es el Botero, el antioqueño y el colombiano más alegremente célebre —junto al aracateño Gabriel García Márquez— de todos los tiempos a nivel internacional. Además, ha merecido el honor, escaso en el mundo de las artes, de ser reconocido en vida.

El 19 de abril cumplió noventa años y Medellín lo festejó a lo grande con un evento público en el Museo de Antioquia, ubicado en el corazón de la ciudad (donde vibran a la par las glorias del arte y las miserias más humanas), frente al Parque de Berrio hoy llamado Parque Botero, donde reposan veintitrés esculturas gigantes en bronce donadas a comienzos de este siglo por el “Maestro”.

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”Vía crucis”, 2011. Fotografía: Cortesía periódico El Colombiano y Museo de Antioquia.

Con motivo de su cumpleaños, el Museo de Antioquia, que tiene el mayor conjunto de su obra (189 piezas entre dibujos, oleos, acuarelas y esculturas, de las cuales 188 fueron donadas por el artista), encabezó los festejos con la exposición Botero. 90 años que despliega, en tres salas, piezas poco vistas de su autoría, como “Un paisaje en Fiésole”, un cuadro de contornos rectos que Botero pintó en 1954 en Italia antes de descubrir los juegos del volumen y la redondez a través de una mandolina años más tarde en México; una amplia colección de dibujos sobre tauromaquia, los cuadros de la obra Vía crucis —la última donación del maestro a este Museo en 2012— y obras de artistas latinoamericanos que fueron determinantes en su carrera: Rufino Tamayo, Wilfredo Lam y Roberto Matta.

Se exponen, además, por primera vez en la capital antioqueña los retratos suyos hechos por el fotógrafo francés Felipe Ferré y se proyectó de nuevo el documental Botero, sobre la vida del artista, de Don Millar que se había estrenado en 2019.

El festejo también incluyó la presentación de la “Suite Botero” compuesta en su honor por la Filarmónica de Medellín y de la cual él fue partícipe a través de streaming desde su estudio en Montecarlo, donde ahora pasa buena parte de su tiempo pintando, de pie, frente a un amplio ventanal con vista al puerto.

“Suite Botero” fue compuesta en su honor y presentada durante el evento por la Filarmónica de Medellín. Fotografía: Cortesía periódico El Colombiano y Museo de Antioquia.

Ese día fue la ocasión para muchos de descubrir, después del largo paréntesis de la pandemia, el resultado del traslado en 2021 a una sala del Museo de Antioquia, Escena con jinete, un mural pintado al fresco por el maestro en su época temprana cuando aún había en su obra influencia de los muralistas.

A lo largo del día, el Museo que tuvo entrada gratuita, repartió postales y hashtags para que los habitantes de Medellín le hicieran llegar su agradecimiento al maestro, un referente de la idiosincrasia paisa que ha cobrado vigencia en este siglo XXI cuando sus donaciones se han hecho tan presentes en el espacio público de la ciudad. Este “arranque de generosidad” ha traído de vuelta al gran “hijo pródigo” (como lo han llamado algunos) a la memoria de su tierra, que no obstante su ausencia física, ha estado siempre presente en su obra.

“No se piense que todo ha sido fácil como parece. Trabajé de dibujante publicitario con regular éxito. Pasado el tiempo todo se ve simple. A mi regreso de Italia carecía de una temática definida, solo contaba con mi oficio y mi sensibilidad. No me daba cuenta de que todo lo tenía en mi interior, en mis experiencias, en nuestras propias cosas. Posteriormente, cuando viví en el exterior, ya desde fuera, todo surgió con naturalidad. Mi alma sigue y no se ha ido nunca de Antioquia”, le dijo Fernando Botero en 1979 al artista y crítico antioqueño Leonel Estrada, en uno de esos pocos registros de su voz que se encuentran en el caudal de publicaciones sobre su obra.

”Escena con jinete”, 1960.

Su relación con Medellín ha sido de amor y rabia. Botero estaba habitando el mundo de la fama y los grandes centros de gravitación del arte cuando, a inicios de los noventa, la violencia en Medellín y luego en Colombia entera, se agudizó con el narcotráfico. El arte había comenzado a hablar del tema hacía dos décadas, como consta en la excelente colección de arte moderno colombiano que está en los dos primeros pisos del Museo de Antioquia; hasta que en 1995 el artista internacional salió de su mutismo respecto a la realidad del país de una forma simbólica y contundente.

El 10 de junio de 1995 el terrorismo se metió con su obra. Una carga de dinamita instalada en el buche del “Pájaro”, una de las cuatro esculturas en bronce a gran escala adquiridas por empresarios de la ciudad para el nuevo parque San Antonio —una obra de renovación urbana en una zona muy deprimida donde unos meses después comenzaría a funcionar una de las principales estaciones del Metro de Medellín—, explotó dejando sin vida a veintitrés personas y con fuertes heridas a otras doscientas.

Cuando se le habló de restaurar la obra que de alguna forma simbolizaba “la paloma de la paz” en una ciudad asediada por la guerra, Fernando Botero respondió que la dejaran así “como monumento a la imbecilidad y a la criminalidad”. Años más tarde entre sus generosas donaciones a la ciudad incluyó un nuevo “Pájaro” que fue ubicado al lado del pájaro herido.

Fotografía: Shutterstock

Algunos, jóvenes para entonces, comenzamos a interesarnos en Botero a partir de ese gesto político y contemporáneo que le quitó un poco ese sabor de anacronismo idílico a su obra. Entre 1999 y 2004 el artista volvió a involucrarse públicamente con la tragedia de su país y produjo medio centenar de pinturas —veintitrés oleos y veintisiete dibujos— sobre el tema de la violencia en Colombia que le dieron la vuelta al mundo (algunas se expusieron en el Museo de la Ciudad en Quito). La más conocida es la que muestra la caída de Pablo Escobar —el colombiano más tristemente célebre— sobre un tejado en Medellín, en diciembre de 1993.

Estas obras, que el artista nunca pretendió vender, fueron parte de sus donaciones a los museos de Antioquia, del Banco de la República y Nacional, situados en los centros urbanos de Medellín y Bogotá y tal vez el mejor antídoto para recuperarlos del abandono.

¿Que qué soy para el Maestro? Pues primos, primos, no somos. Solo sé que todos los Botero venimos de La Unión o La Ceja (Antioquia). ¿Cierto?

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