Matar de hambre.

Por Rafael Lugo.

Ilustración: Tito Martínez.

Edición 451 – diciembre 2019.

Firma--Lugo

Hace pocas semanas la noticia de que la Rada Suprema de Ucrania había sancionado una ley que prohíbe la propaganda de los regímenes comunista y nazi, y también la ne­gación pública del carácter criminal de esos sistemas y el empleo de sus símbolos, hizo saltar por los aires a muchos nostálgicos del holocausto estalinista.

En primer plano parecería una violación del derecho al libre pensamiento y asocia­ción, pero para Ucrania el comunismo es otro esquema criminal equivalente al nazis­mo. Y tienen razón.

En ucraniano “matar de hambre” se dice golodomor. Y este término sirve para refe­rirse al holocausto ucraniano, ocurrido espe­cialmente entre los años 1932 y 1933. Holo­causto causado por Stalin y su régimen, en el cual al menos ocho millones de ucranianos fueron asesinados.

Si bien hay dos líneas argumentativas que tratan de señalar la culpa de este geno­cidio muy poco conocido (al menos en com­paración con el holocausto judío a cargo de los nazis), la causa directa fue la política represiva y absolutista del Gobierno estali­nista. Por un lado, se dice que la hambru­na en Ucrania que trajo la muerte a todos estos millones de seres humanos se debió a las desalmadas requisas de la producción agrícola para ser trasladada a Moscú, y así generar una falsa idea de progreso y éxi­to entre los rusos. Por otro lado, la culpa estaría en la destrucción de las cosechas y ejecuciones masivas de los campesinos que se opusieron al programa de colectivización de la tierra, que no era otra cosa que la ex­propiación de las tierras, sus productos, las ganaderías y los equipos agrícolas, para que el Estado produzca alimentos y reparta co­munistamente.

Pero, como dije, siendo cualquiera de es­tas dos causas, o la comunión de ambas, el origen está en el régimen socialista soviético del inmenso criminal llamado Iosif Stalin.

Pero esos años no fueron los únicos trágicos en esta nación. Cómo sería la situación de este pueblo que cuando Hitler, con la Operación Bar­barroja invadió Ucrania en 1941, inicialmente los nazis fueron recibidos como héroes salvadores por una porción gigantesca de los ciudadanos ucranianos que colaboraron con ellos.

Hoy todavía hay quienes niegan esa cola­boración, pues pocas cosas son tan vergonzo­sas en el mundo que el nazismo o la compli­cidad con ellos. Esta vergüenza es justificada por supuesto, pero también ocurre gracias a lo que se conoce sobre Hitler y las acciones de su partido. El pueblo judío no nos dejará olvidar esa atrocidad. El pueblo ucraniano no ha tenido los medios ni la suerte para hacer lo propio, lamentablemente. Para mala suerte planetaria, su memoria se quedó encerrada dentro de las fronteras de Ucrania.

Otro hubiera sido el mundo si la URSS no hubiera vencido a Alemania junto a los aliados, pues los ganadores cuentan la historia, y Stalin fue uno de los ganadores junto a Churchill y Roosevelt. Tal vez el mayor error de la políti­ca internacional de Estados Unidos fue que, al poco tiempo del fin de la Segunda Guerra Mundial, legitimó a la URSS como su contra­dictor. El adefesio del macartismo fue eso, un ridículo estado de persecución que terminó victimizando a algunos. La guerra fría se termi­nó dando entre un país libre (imperfecto pero libre) y un Estado criminal equivalente al de la Alemania nazi, encarnada en la URSS (y sus sa­télites tercermundistas). ¿A quién se le ocurriría posible y razonable tener como rival digno a un sistema criminal como el soviético? Gigan­tesco error, aprovechado por los tristes sujetos cuya única actividad ha sido reclamar fuera de la embajada gringa hasta cuando eran traicio­nados por sus parejas.

Mucho, si no todo, ha tenido que ver la poca información que el mundo pudo recibir sobre el holocausto soviético en comparación con el holocausto nazi. Algo que pareciera su­perficial, como el cine, puede tomarse como ejemplo de lo que les faltó a los ucranianos y les ha sobrado a los judíos. Películas como La decisión de Sophie (1982), La lista de Schind­ler (1993), La vida es bella (1997), El pianista (2002), El lector (2008), Bastardos sin gloria (2009), cuentan cada vez la misma historia que solo algunos fanáticos peligrosos se atreven a negar. Repito, otro sería el mundo si se hubiera colocado al comunismo en el sitio que se mere­ce desde el principio: junto al nazismo.

Dicho esto, celebro la decisión de la Rada en cuanto a prohibir tales agremiaciones crimi­nales. Ojalá sus políticos no se las arreglen para terminar haciendo lo mismo, pero con otro nombre.

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