Martin Caparrós quiere decirnos un par de cosas

Una entrevista (sin preguntas) de Rodrigo Fresán ////

Realidad aumentada: lea la entrevista sin cortes a Martín Caparrós  ////

 

Apertura-Caparros

Entre sus muchas opiniones contundentes, el escritor ruso Vladimir Nabokov apuntó que la realidad le parecía “muy sobrevalorada”. Y que, añadió, no era más que “un asunto muy subjetivo”; una “gradual acumulación de información” y “una forma de especialización”. Según Nabokov, todos habitamos una suerte de realidad neutral. Algo así como una Suiza de la realidad donde (gracias a la información general) una silla siempre será una silla para todos, pero para un carpintero esa silla tendrá, además, un costado especializado, una importancia añadida. Nabokov –más allá del muy personal terreno común de la literatura y la exquisita abducción y mejora de un idioma ajeno– eligió apenas especializarse, red en mano, en esa puntual y muy delicada parte de la realidad que son las mariposas acaso entendiéndolas como palabras voladoras y letras de colores.

El escritor argentino Martín Caparrós (Buenos Aires, 1957) sabe mucho de sillas porque ha pasado buena parte de su vida en ellas, escribiendo. Unos treinta libros que –todo lo indica, nada lo contradice– serán muchos más. Pero también, antes de poner las cosas por escrito, desde el principio de su vida, Caparrós (sus redes han capturado mucho más que mariposas) no ha parado de moverse de aquí para allá. Ya sea teniendo que dejar su país porque, sí, la realidad histórica e histérica de los 70’s en Argentina se lo impuso. O siguiendo a los adoradores del Sai Baba. O explorando la pasión igualmente divina por el equipo de fútbol Boca Juniors. O rememorando la entrega política de toda una generación de militantes. Entre la ficción (No velas a tus muertos, Valfierno, Los Living y el colosal La Historia) y la no-ficción (Larga distancia, La voluntad, Contra el cambio, El interior y el recién aparecido y ya en proceso de traducción en más de quince países El hambre), el licenciado en historia e hijo de psiquiatra y psicoanalista Caparrós no se queda quieto. Y, por ello, por no quedarse quieto y no dejar de mirar lo que se mueve, ha sido reconocido en ambas polaridades del contar recibiendo el Planeta Latinoamérica, el premio Rey de España, sendos Konex, la beca Guggenheim, el Herralde de novela, y sumando. Aunque, aparentemente, se siente más cómodo sin tener que preocuparse demasiado por si lo suyo pasa por lo verídico o por lo imaginado. Antes y después de todo –y esto es clave y definitorio y definitivo para él a la hora de contar imaginativamente la realidad— Caparrós se considera un escritor a secas dispuesto a mojarse en todas partes. “Ser o no ser escritor es lo que hace la diferencia cuando escribís no-ficción. Hay gente que hace un buen periodismo ampliado y hay gente que escribe. No es cuestión de mejor o peor; es escribir o no”. Así, Caparrós –quien por estos días está metido en una novela histórica, a su manera– haciendo equilibrio y buena letra en esa fina línea donde las cosas que sucedieron se funden con las cosas que podrían o deberían suceder o nos gustaría que sucediesen.

Y, como suele ocurrir, detrás de todo eso hay una buena historia verdadera, informada, especializada, de ficciones y no-ficciones, con Martín Caparrós como persona y personaje.

LA MIRADA / LA FRASE Si para muchos la vida es un río que fluye, para Martín Caparrós es un mirada que no cesa. Por aire, mar o tierra. Ayer allá, hoy aquí, mañana nunca se sabe pero, de algún modo, se planifica. Caparrós ha sido y es un maestro a la hora de compaginar sus movimientos laborales con sus intereses personales. Y, casi siempre, de su confluencia sale un libro o una crónica o una novela o una idea a desarrollar de algún modo. Y ya son muchos libros y crónicas y novelas e ideas. De modo que, enfrentado a trazar el plano de un resumen de lo publicado/viajado a lo largo y ancho de sus cincuenta y ocho años, la primera reacción de Caparrós es un suspiro/bufido por el esfuerzo mental y memorístico que implica semejante rewind en el reportaje informado de su vida especializada o no. No es fácil mirarse fijo cuando uno no deja de moverse y de sacudirse las etiquetas que pueden pegarle a la maleta de su biografía.

“A ver… Veamos… No me considero un especialista en nada. Si acaso, me considero levemente especializado en ver, en el hecho de mirar. Con toda la intensidad que pueda. Pero seguramente sigo soportando la maldición de mi padre; a mis dieciséis años, cuando le dije que iba a empezar a trabajar en un periódico, no estuvo en contra pero me advirtió: ‘No te conviertas en un periodista’. Para él, ser periodista equivalía a saber un poco de todo y nada de algo realmente. Y la verdad es que a mí no me pareció tan mal ese programa”.

EL VIAJE Arrivals y Departures como impulso primal: “Yo, por supuesto, había leído a Verne y a Salgari y al Che Guevara. Narración pura. Aventura absoluta. Hasta tenía un osito de peluche al que bauticé Yañez, como el lugarteniente del revolucionario Sandokán. Pero no tenía esa fantasía del ‘Cuando sea grande voy a viajar mucho’. Lo mío era más bien un ‘Soy chico y ya viajo mucho’. porque mis padres se habían separado y yo tenía habitación en cada una de esas casa. Y eso me enseñó desde muy joven las ventajas de no estar siempre en el mismo lugar. Aprendí muy rápidamente el que cuando hay un lugar alternativo la vida es mucho más fácil. Ahora, con cierta perspectiva, supongo que el viajar es una forma de estar abriendo todo el tiempo lugares alternativos”.

EL LUGAR (LOS LUGARES) Alternativas espacio-temporales en lo que va de la vida y obra de Martín Caparrós. La capital argentina en los años sesentas, el legendario Colegio Nacional de Buenos Aires y su primera percepción del afuera/interior: “Un campamento muy doctrinario organizado por el centro de estudiantes donde me fue pésimo: regresé antes de tiempo, con los pies llagados y habiendo resultado más bien extraña mi necesidad de, previamente adoctrinado por mi padre, desilusionado con el comunismo, denunciar la burocracia soviética”. El primer viaje a España: “Mi padre tenía que ir a ver a Perón y nos llevó, a mi hermano y a mí. Yo no quería ir, no me caía bien el tipo, lo consideraba un viejo bonapartista y traidor, pero mi padre me convenció de que era algo histórico, que no podía perdérmelo; y de algún modo, aunque nunca lo haya escrito, es mi primera construcción de un hecho ‘importante’”. La militancia como “algo que me gusta haber hecho y haber vivido entonces porque era lo que correspondía vivir”. La redacción del efímero diario Noticias vinculado a los montoneros; donde ingresa como “cadete” sirviendo cafés y repartiendo cables de agencia con la promesa de ser, alguna vez, aprendiz de fotógrafo (“yo ya había trabajado algunos días, cuatro o cinco antes de que me echaran por faltar, como fotógrafo/retratista, de bebés ni más ni menos; mi primer idea de profesión/vocación: la foto, mirar en su sentido más literal”). En ese diario acaba firmando sus primeras crónicas, y conoce a los ya legendarios Rodolfo Walsh, Paco Urondo y  Juan Gelman. Meses después el cierre del diario, un jefe de policía que va a cerrarlo personalmente porque, dice, “quiere darse ese gusto” y añade, recuerda Caparrós, que “tiene listos los ataúdes para varios de los allí presentes”. La desilusión con “la orga”: “Avisé, me fui, no un no vengo más, sino un necesito pensármelo un tiempo, como cuando uno rompe con una pareja, algo así”. El salto/escape a Europa antes del golpe militar: La sospecha –enseguida corroborada– de que su vida en Argentina puede empezar a complicarse sin “ninguna cobertura”. Salir de ahí y entrar en la Universidad de París donde estudia y se licencia en historia. El retorno a la Buenos Aires democrática y la participación en proyectos radiales y televisivos, el diario Tiempo Argentino, la revista literaria Babel y el mensuario alternativo El Porteño y las satinadas páginas de Cuisine & Vins; las redacciones marca Jorge Lanata como Página/12, Página/30, Veintiuno y Crítica. Y, ahora, la base en España, entre Barcelona y Madrid.

“Me gusta irme”, dice Caparrós, que entra en países y sale de trabajos como si fuese a la esquina a comprar el diario; como en los tiempos en que uno iba a la esquina a comprar el diario.

mc

LA FELICIDAD Y siempre fue así, desde el principio, desde el primer salir disparando cuando ya oía los disparos de largada: “Yo estaba encantado de haberme ido de mi país, terminar dando vueltas por Europa. Era un mundo que se abría. No era muy probable que yo hubiese venido a vivir aquí a esa edad de no ser por una coyuntura histórica. Yo siempre digo que le agradezco a los militares argentinos el que me hayan dado la posibilidad de perfeccionar mi educación en Francia. En la universidad me interesó enseguida, mucho, Grecia clásica. Había muy buenos profesores en ese campo, Vernant, Vidal-Naquet. De no haber sido por eso, por el haberme tenido que ir, yo no hubiese conocido ni aprendido aquello. Irme, tener que irme, fue algo terriblemente beneficioso para mí”.

LA LITERATURA Ahí afuera, Martín Caparrós empieza a ser escritor después de tanto leer. Ficciones, por fin. “En mi vida de lector hubo un claro momento de corte en el que descubrí que la ficción podía ser y era otra cosa. Debía tener once, doce años, y los culpables fueron unos cuentos de Cortázar y la Conversación en La Catedral de Vargas Llosa. Sentí que ahí había algo que iba mucho más allá del mero relato. Estructuras, juegos, idas, venidas. Una nueva forma de la ficción que yo no había conocido hasta entonces. La idea de que lo que se narraba no tenía por qué ir en una única dirección, una forma de enroscar un relato, algo distinto de lo que había leído hasta entonces. Y ese algo era la literatura”.

LA ESCRITURA “Pero nunca se me había ocurrido que yo podía escribir ficciones. No era la idea. Yo escribía los típicos poemas adolescentes, pero nunca había escrito un cuento, ni lo había intentado. Pero empecé a trabajar en París en una empresa que editaba una especie de periódico mural muy izquierdista que se distribuía en colegios y sindicatos y por otro lado hacían composición de texto en una de esas máquinas que sacaban tiras de textos en columnas con diferentes tipografías. Me invitaron a trabajar con ellos y tuve que estudiar dactilografía para poder usar esas máquinas. Y aprendí. Y estaba encantado con eso, con lo fácil que de pronto me resultaba escribir. El que al teclear algo allí saliera un texto ya compuesto. Es algo que ahora, con las computadoras, parece una obviedad. Pero para nosotros durante mucho tiempo fue como algo mágico: pasar del texto manuscrito o mecanografiado al compuesto sólo se conseguía cuando te publicaban un libro, era la sensación de que habías logrado ese gran rito de pasaje que era la impresión. Y aquellas tiras eran como una página de libro. La cosa es que, me acuerdo muy claramente, una mañana había terminado de trabajar y estaba boludeando con la máquina. Y me puse a escribir un relatito que trataba sobre estas épocas mías de militancia. No era autobiográfico. No era una crónica. No sabía qué era. No era nada. Eran dos páginas sobre el 25 de mayo del ’73, en la Plaza de Mayo, la asunción de Cámpora en el día que termina la dictadura de Lanusse. Sí sabía que me producía placer verlo escrito tan bonito. Y después bajé a comer un sándwich a una plaza. Era mayo, París resplandecía. El sándwich era de atún y ensalada; lo pagué con diez francos y se confundieron y me dieron vuelto como si hubiese pagado con cincuenta. Y no dije nada y me lo guardé, y estaba tan feliz. Todo encajaba. Y saqué esas dos páginas y me puse a leerlas. Y me dije: ‘Ah, yo podría escribir más de esto”. Y así empezó mi primera novela”.

EL PERIODISMO “Recién después empecé a escribir “crónicas”. Ya llevaba tres o cuatro libros de ficción antes de hacerlo; siempre me pensé como un escritor que escribe ficción o no-ficción, según se tercie, nunca como un “cronista”. Pero me gusta mucho hacerlo. Me interesa y me divierte. Y sí, una vez al año hasta me gusta ‘enseñarlo’. O, mejor dicho, encerrarme con un grupo de personas a discutirlo y debatirlo. Pero me causa un poco de gracia este pavoneo de los neo-cronistas como parte de una secta de elegidos. Me tienen harto y hasta escribí un par de crónicas sobre la irritación que me produce cierta pose de cronista. De hecho, ni siquiera tengo grandes héroes periodísticos y lo primero que me impactó de verdad en este terreno fue, paradójicamente, algo anónimo. La lectura obsesiva, a mis ocho o nueve años, del semanario argentino Primera Plana, donde casi nada salía firmado. Mucho tiempo después, claro, supe que muchos de ellos habían sido escritos o reescritos por Tomás Eloy Martínez. Y eran artículos sin concesiones. Largos, complicados, llenos de referencias y de ironías. Había que trabajar para entenderlos. A mí, ya de chico, me encantaban. Y no, lo que me atraía no era la posible mística de una redacción periodística, porque yo no podía imaginármela como territorio, sino el texto per se. De hecho, nada me interesa menos que esa leyenda del ambiente periodístico. No me gusta que me manden y, cuando me tocó estar al frente ahí dentro, nunca me gustó mandar. Lo que me atraía era el producto, no la fábrica o los operarios. No me va a ganar muchos amigos decir esto, pero me parece que los que están en las redacciones es como que… se resignaron, ¿no? Ahora, en mi experiencia, los mejores cronistas trabajan desde afuera… Algo que ya intuía entonces, mirando muy fijo las páginas de Primera Plana. Tampoco pensé demasiado en que se podía vivir de eso o de qué iba a vivir yo. Yo siempre di por sentado que iba a vivir, y punto. De hecho, a los dieciséis años, trabajando en el diario Noticias, empecé a ganar dinero sin tener necesidad de ese dinero, porque vivía con mis padres. Vivía en varias casas, me daban de comer y me pasaban plata para mis gastos, para comprarme libros… Pero lo que pasa es que uno empezaba a trabajar porque quería, necesitaba, ser adulto. Ahora no. Ahora el truco y la gracia está en eternizarse en la juventud. Ya no hay ningún premio en ser adulto. Para los jóvenes el ser adulto es, apenas, perder todas las ventajas de ser joven sin recibir nada a cambio. Los jóvenes han perdido un poco esas ganas de salir a comerse el mundo. Ahora sólo esperan que les sigan dando de comer en casa”.

El-hambre

EL HAMBRE La última larga crónica de Martín Caparrós, el por estos días muy celebrado El hambre, sostiene la comparación, seguro, con cualquier gran ensayo. Un atlas desolador pero rico en información para intentar comprender la ferocidad amoral de un planeta gordo que tira demasiada comida y que entiende al hambre ya como un producto de demasiados y un negocio de muy pocos. Y no tuvo demasiados pruritos en cuanto a comer gracias al hambre. “No. Para empezar estoy comiendo de mi trabajo, no excesivamente bien pago si se considera que fueron cuatro años. Lo que sí traté de hacer y no me salió es que yo quería que el libro estuviera disponible en internet, gratis, antes de ser publicado. Y había llegado casi a un acuerdo con Planeta, la editorial en Argentina. Me parecía mal que todo ese trabajo fuera algo a lo que solo podía accederse dinero mediante. Quería que no fuera una pura mercancía, que cualquiera pudiese apropiarse de él. Pero otras filiales no estuvieron de acuerdo, y no lo hicieron. En cualquier caso, ya está en versión pirata en la Red, un alivio”.

Caparrós lleva ya un tiempo preguntándose, hipotéticamente, con cuál gran crónica le gustaría retirarse. El hambre –al que dedicó varios años y muchos países– hubiese sido una buena candidata. Pero no. Caparrós bromea con que el retiro final recién llegará con el último retorno: una crónica minuciosa de la manzana de su casa. “Primero tendría que averiguar cuál es mi casa, ¿no?”, sonríe. “Llevo como una década pensando en que ya está, ya lo hice. Lo pensé primero con El interior. Desde entonces publiqué tres o cuatro más. Ahí sigo”.

EL EDITOR Casualidades más propias de la ficción que de la no-ficción. En un momento de esta entrevista, en la terraza de un restaurante/bar legendario de Barcelona, el Belvedere, aparece de golpe y sin aviso Jorge “Anagrama” Herralde, editor de Martín Caparrós. Se le pide al editor una definición de su autor. “Un escritor insustituible”, define Herralde.

EL VIAJE / LOS VIAJEROS. A Caparrós no le interesa especialmente el glamour del escritor viajero aplicado a sí mismo. Ni Paul Theroux, ni Bruce Chatwin. Ni siquiera ha oído hablar del caminante Patrick “Paddy” Leigh Fermor y de David Foster Wallace leyó tan solo lo del crucero y no parece haberle impresionado demasiado: “Me parece un tipo muy imaginativo que se complace demasiado en demostrarlo, todo el tiempo”. Tampoco le preocupan demasiado leyendas reporteras como la de los veteranos Gay Talese o Joan Didion. Sí admira y quiso mucho al ya mencionado Tomás Eloy Martínez, a quien entendió como guía, del que considera indispensable su Lugar común la muerte y al que se siente cómplice en más de un sentido. “Con él, de algún modo, compartimos karma: ese de ser un escritor de muchas cosas a quien, durante mucho tiempo, reconocen sobre todo por sus crónicas”, dijo Caparrós en otra entrevista.

“No leo particularmente libros de viajes. Tampoco las antologías de grandes reporteros internacionales. No estoy al día ni al tanto. No me preocupo por buscar o encontrar sus libros. Leo con frecuencia The New Yorker y con eso me parece que me alcanza. Si tengo –sí, tengo— nombres a admirar, quedan muy lejos en el tiempo y el espacio. Lucio V. Mansilla me parece particularmente extraordinario. Lo mismo los Viajes de Domingo F. Sarmiento que, a diferencia de Borges, envejeció mejor o quizá ya lo agarramos viejo. En Sarmiento no hay decrepitud sino pátina. Borges, en cambio, me parece cada vez más borgeano, debería parar un poco, ¿no?; pero lo tengo en el iPhone, recitando poemas, apareciendo y desapareciendo al azar. Ahí lo disfruto mucho. Aparece sin aviso entre canción y canción, como un disc-jockey, y siempre mejora la canción siguiente, sin importar cuál sea. Y está muy bien que aparezca así, como un fantasma. Obligado a elegir algún libro de viajes me quedo con los viajes más antiguos. Herodoto, sin ninguna duda; lo leí recién dos o tres años después de terminar la carrera de historia. Y de los escritos en la lengua, Alvar Nuñez, los Naufragios de Alvar Núñez Cabeza de Vaca son un gran libro. Es un personaje que me atrae especialmente, aparece invocado en Ansay, mi primera novela. Y hay un momento suyo que acaso me parece la postal definitiva del cronista de viajes. Un momento insuperable, cuando va caminando por la selva paraguaya, perdido, pretendiendo llegar desde la costa del Brasil hasta Asunción del Paraguay, y comienza a oír un ruido, cada vez más intenso; un rugido al que se va a acercando y que, al cabo de días y días de caminata, resulta ser el estruendo de las Cataratas del Iguazú, que hasta entonces nadie conocía. Supongo que, de golpe, encontrarse con algo así debe ser lo más parecido al éxtasis para un viajero y para un escritor, ¿no?”

 LA FICCIÓN “En cambio la idea de libro favorito de ficción varía mucho a lo largo de la vida. Hay libros ideales para determinados momentos que, después, pasada esa instancia de la vida, dejan de serlo. Y se olvidan o nos olvidan… No sé… Ahora… Quizás ahora sería la Trilogía Americana de John Dos Passos. Sigue siendo tan moderna. No sé si es bueno para algo ser moderno, pero sigue teniendo una especie de voluntad de innovación que a mí todavía me importa. Lo releí hace poco; me resultó importante cuando joven, y ahora sigue siéndolo. Y si no, la novela que leí en estos últimos años, de alguien a quien no conocía de antes, que me causó una verdadera impresión, fue Vida y destino de Vasili Grossman. Tiene estatura de monumento. Es Tolstoi en el XX. Tan poco como eso, que no es poco. De hecho, después de leerla, volví a Guerra y paz. Y Grossman sostiene la comparación”.

LA HISTORIA Hay un libro de Martín Caparrós en el que Martín Caparrós no puede dejar de pensar (porque lo pensó mucho) y se titula La Historia. La Historia es parte importante de su historia. Entonces, Caparrós asumió la dirección de una revista para bon vivants (sin decírselo a su editor, Miguel Brascó, tan sólo por un año) para juntar el dinero suficiente para escribir esta novela. La Novela. Su vida y destino como novelista: el libro que se ocupase –con obsesión crónica—de toda una civilización desde sus inicios hasta su fin incluyendo guerra y paz y todo lo que sucede entre una y otra. “Me encantaría tener otro proyecto así por delante. Pero para mí sigue siendo lo que más me importa de todo lo que hice. Sin ninguna duda. El haberlo hecho me produce una mezcla de orgullo y de tristeza. Por un lado me da mucha pena que no lo conozca casi nadie, sí. Pero está la sensación satisfecha de haberlo conseguido y la pena de ya haberlo hecho. En ficción tengo la sensación de que todo lo que he hecho desde La Historia son notas al pie a ese libro”.

 EL PAÍS. Y en el principio de la historia y del viaje de Martín Caparrós, claro, está la Argentina. No Argentina sino La Argentina. La Argentina es la ida, el irse. ¿Cuál es ahora, ya ido y desde el exterior, su percepción de ese casillero de partida en el juego de su vida? ¿Cómo se veía al mundo desde allí, antes de arrojar por primera vez los dados?

“Hay muchas etapas. Antes de irme por primera vez, yo era de ahí, y ya. Eso era el mundo. Después, ido, durante años, borré a la Argentina. La Argentina era ese país de mierda donde mataban a mis amigos. Hasta que, a principios de los años ochentas, empecé a recuperarlo. Para mí fue muy fuerte leer, desde afuera, en España, Respiración artificial de Ricardo Piglia. Me dije: ‘Puta, si están haciendo estas cosas significa que eso, la Argentina, todavía tiene alguna existencia y razón de ser’. Entonces yo estaba escribiendo mi primera novela, que transcurría en Argentina, y que relataba esa Argentina de la que yo había salido, y pensé: ‘Entonces parece que, después de todo, si llego a ser un escritor voy a ser un escritor argentino’. Después volví y me pasé unos años en los que el país me interesó. En los ochenta y principios de los noventa pasaban cosas. Quedaba por detrás una idea de El Mal muy clara y estaba por delante la fantasía de la posibilidad. Y ya después se me fue disolviendo hasta que a principios de este siglo, con la crisis y demás, me vino como un hastío muy fuerte, cómo podíamos volver a caer, una y otra vez, en los mismos errores, en las mismas tonterías. La crisis del 2001 y la forma en que se supone se superó esa crisis. Una crisis que se pensaba que podía acabar produciendo algo nuevo, una forma de pensar la política, una manera precursora de esta idea de anti-política que después se extendió por todo el mundo, por Grecia y ahora, parece, por España… Pero se ‘resolvió’ de la forma más tradicional: un retorno del peronismo, con la dosis de maquillaje característica de cada retorno del peronismo. Hubo una ilusión o un intento que duró meses. Pero, como no dio resultados rápidos, enseguida todos salieron, impacientes, a buscar al papá bueno y por supuesto peronista que se ocupara de las cosas mientras cada uno, como despertando de un sueño, volvía a sus ocupaciones. Yo sigo considerándome una persona de izquierda y me parece que estos gobiernos de la derecha populista, como el kirchnerismo o el chavismo, son de lo peor que nos puede pasar”.

EL MUNDO En algún lugar, alguien al frente de una computadora, comienza a inquietarse por las millas que va acumulando el viajero frecuente Martín Caparrós. “Empecé a trabajar cada vez más fuera del país a partir de mediados de la década del 2000 hasta que acabé dejando de volver. ¿Volveré alguna vez? Quién sabe. Sí, supongo. No tengo nada en contra. Pero ahora estoy contento de estar aquí y de mirar el mundo desde otros puntos de vista, de hacer otras cosas. Tengo esa especie de raro privilegio de poder vivir donde quiero, cambiar de lugar todo lo que quiero. No es algo común y me da mucho gusto y quiero aprovecharlo. Y quiero escribir sobre una unidad que podríamos llamar, para entendernos, mundo. El idioma castellano no suele ocuparse del mundo. Los ensayos y crónicas suelen ir a lo singular y particular, a intereses regionales, a las cosas o a las personas o a las zonas de cada país donde se escribe. El mundo es cosa de otros y de otros idiomas, del inglés, del francés, del alemán. Como autor de Contra el cambio primero y El hambre después, me da cierto orgullo postular que también se puede escribir del mundo desde nuestro idioma. Y que es necio no ponerse a pensar en términos globales cuando cada vez todo está más globalizado. El mundo es la unidad de pensamiento que más me interesa”.

EL PERSONAJE A esta altura, en varios lugares del mundo, Martín Caparrós es –mal que le pese o bien que le venga– “un personaje conocido” o “una persona pública”. Se lo reconoce. Ya son muchos años de ese característico bigote en redacciones de diarios alternativos o de satinados mensuarios sobre el buen vivir, frente a micrófonos de radio, delante de cámaras de televisión, en aulas de fundaciones neo-periodísticas o, incluso, en sets cinematográficos donde se anima a dejar de ser él (y hasta afeitarse su bigote) para ser otro.

“Ah, El personaje Caparrós… Por supuesto que los otros lo leen mal, me leen mal; si no pensara que se equivocan no podría pensar en los otros, ¿no? Primero me hace gracia cuando, efectivamente, descubro que existe un personaje Caparrós. Y después me hace aún más gracia encontrarme con que ese señor suele ser hosco y malhumorado y un poco intempestivo, cuando yo nunca me consideré así. Pero sí, tenés razón, el personaje aparece de vez en cuando en alguna historia rara en algún blog, algún artículo. A mí me sorprende mucho que haya gente que se dedique a eso”.

EL FINAL (EL COMIENZO) ¿Existe la posibilidad de un Martín Caparrós como algo a ser investigado y comprendido por Martín Caparrós? Tal vez… “Hacía un sol espléndido, eran las 3 de la tarde, todo era placer. 4 de junio del ‘98, si no recuerdo mal”, evoca con precisión aquello que no recuerda del todo Caparrós. No lo recuerda el personaje Caparrós ni la persona Caparrós. Acaso el único episodio de su vida sobre el que no puede escribir una crónica precisa o una ficción exacta: el momento en que tuvo un accidente de coche. Se quedó dormido. O cerró los ojos y dejó de mirar por unos segundos. O algo así. No está seguro. De todo eso le quedan algunas cicatrices en el rostro y un misterio que todavía ahora, tantos años después, lo conmueve a la hora de intentar alcanzarlo, entenderlo, contarlo, intentando que la frase esté a la altura de su memoria fragmentada del hecho. O viceversa. Caparrós suspira y empieza: “No, no es un misterio. Es algo mucho más idiota que un misterio. Es una lección. Algo mucho más bobo que un enigma. Porque de ahí, de ese instante, saco conclusiones morales… No sé… Bueno, hay un momento que seguramente sería el momento más narrable. Y es un momento muy fuerte. Fue un momento muy fuerte que a mí me sorprendió justamente por… por… cómo decirlo… me sorprendió por lo poco que me impactó la fuerza de ese momento mientras estaba sucediendo. Yo había chocado, me había despertado, estaba lleno de sangre. Me ayudaron a salir del coche y me llevaron a un bar. Me fui a lavar al baño y cuando me vi en el espejo estaba… bastante arruinado. Y ahí, mientras me miraba, reconstruyendo lo que había pasado, me dije ‘Ah, ¿será que el volante me aplastó el pecho o no? Porque si me rompió la costilla y la costilla me atravesó el pulmón o algo así, me parece que esto no va a durar mucho’. No lo sabía. Y me di cuenta que en esa incertidumbre estaba la vida o la muerte. Y lo que más me sorprende es que no me produjo temor. Sabía que ése era yo, que me estaba pasando a mí, que me involucraba al extremo; pero lo contemplaba todo sin aterrarme. Lo miraba y lo analizaba sin miedo… Me altera más ahora contarlo que lo que me alteró vivirlo entonces… Y seguramente a partir de ahí, de eso, se podría armar un relato. Una crónica o una novela. Algo que viéndolo desde aquí y ahora sería, por supuesto, un buen principio antes que un buen final”.

Y así vuelve a empezar, continuando, la historia de Martín Caparrós.

Mírenla seguir, sigan mirándola, leyéndola.

¿Te resultó interesante este contenido?
Comparte este artículo
WhatsApp
Facebook
Twitter
LinkedIn
Email

Más artículos de la edición actual