EDICIÓN 486
Blonde, una película biográfica sobre Marilyn Monroe, se atreve a meternos en la cabeza del personaje principal y la verdad es que desde ese lugar todo se ve muy inestable y peligroso.
Es cierto que pasa con alguna frecuencia, pero también es cierto que no le pasa a todo al mundo; ciertamente, no les pasa a todas las estrellas de cine. Los astros vuelan alto y van dejando un rastro de películas hasta ocupar un lugar fijo en la gran pantalla que nos cubre; allí se dedicarán a brillar y su única línea de diálogo será ese rayo de luz que uno quisiera poder tocar con las manos o con la punta de los pies. Uno quisiera agarrar una estrella con ambas manos y, no sé, olerla y luego frotar el cuerpo contra ella. Uno quisiera agarrarla, preguntarle cosas, cosas simples como esta: ¿Qué te pasó?
Blonde, la película que ahora se ocupa de la vida breve y alucinada de Marilyn Monroe, está basada en la novela homónima de la escritora estadounidense Joyce Carol Oates (por si les interesa, esta señora ha escrito y publicado una novela al año desde 1964). El libro, sépanlo, roza las mil páginas, habría dado para una serie, pero afortunadamente los productores se la jugaron por una película de grandes proporciones, ambiciosa y directa en cuanto a mostrar el interior del personaje principal se refiere.
Filmaron su estado mental, las paredes de su cabeza, donde se proyectan películas con Marilyn Monroe que a ella no le gustan mucho ni le causan mayor orgullo.
Han pasado sesenta años desde la muerte de Marilyn Monroe y aún, como en tantos otros casos, no existe algo que pudiera llamarse la versión oficial de los hechos. ¿Se suicidó?, sí, tal vez. ¿La mataron?, sí, quizás. ¿Por qué nos importa tanto?, esta última es, en serio, la pregunta que uno se hace o vuelve a hacerse cada vez que la ve en una película, llenando la pantalla con su aliento. Dicen que olvidaba sus diálogos a menudo y alargaba las horas de rodaje para todo el equipo; que solo los directores que pudieron ver el tamaño de actriz que era, su impacto en la cultura y su forma de gobernar una escena, se daban el lujo de esperarla.

Aquí la palabra clave es inestable. Se usa mucho para referirse a artistas que podían consolidar una obra mayúscula, pero que fuera de la pantalla se sentían perdidos. Marilyn Monroe, ahora lo sabemos, era inestable y da la impresión de que nunca supo con certeza cuándo tenía que abandonar el papel, el rol de sí misma. Nunca escuchó el grito de “¡Corten!”. Siguió actuando y buscándose en personajes que la abandonaban cuando el vestuario quedaba colgado en los armadores. Mejor dicho: fue insuperable siendo quien era y ese personaje se la tragó entera, y ella, ya dentro del estómago de la criatura, cerró los ojos.
Blonde podría haber sido una biografía convencional, una de esas películas que tratan de alcanzar los mitos que flotan por sobre nuestras cabezas para, viéndolos de cerca, capaz oliéndolos y restregándose contra ellos, aterrizar los hechos, ponerlos en orden cronológico, uno después del otro, y construir así la ilusión de la verdad, la textura de lo verdadero: eso que cuando es conocido y aceptado por todos puede llegar a calmarnos. Pero la cinta no quería contar quién era Marilyn Monroe, sino entender cómo se sentía ocupar ese cuerpo siempre iluminado por fuera y golpeado por dentro.

Blonde no busca instituirse entonces como la historia definitiva de Marilyn Monroe, lo que busca es que nosotros también nos sintamos marcados por la infancia, quemados por el brillo, mareados entre miles de personas que gritan su nombre que es también el nuestro, y pretenden arrancarnos las extremidades a mordidas. ¿Dónde estamos? En la cabeza de Marilyn Monroe. ¿Cómo se siente? Como tomarle la mano y alzarla en brazos solo para dejarla caer.
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