María Pagés. “Mi flamenco es una casa hospitalaria”.

Por Daniel Félix.

Edición 453 – febrero 2020.

Baile--1

A mediados de este mes, en el Teatro Nacional Sucre, Quito recibe a quien no pocos dudan en llamar la mejor en las artes escénicas con raíces flamencas de la actualidad. La visita de María Pagés y su compañía no solo viene a mostrarnos la potencia de un espectáculo alucinante, sino la coherencia de toda su filosofía.

 

En su mirada y en los gestos de sus ma­nos, expresa la pasión que marca su vida: el flamenco. Sobresale en el centro de una foto de su última coreografía, en medio del cuadro con un vestido rojo cuyos pliegues extienden un giro de su cuerpo; está rodea­da de bailarines, cantaores y músicos, todos de gris sobre un fondo negro del que cuelga una esfera plateada que a veces hace de pén­dulo y otras veces representa una luna.

María Pagés pone su sangre en el baile, sus afectos, la potencia de una mujer cuyo nombre ha revolucionado la escena del fla­menco y ha llevado al género por nuevos senderos en este siglo donde todo confluye. Su nombre y su compañía de flamenco son reconocidos a nivel mundial. No pocos di­rán que es lo mejor en el ámbito escénico de raíces flamencas que existe en este tiempo.

Ha colaborado y fusionado su baile y su tradición con muchas otras artes, como la literatura o la arquitectura, y con gran­des maestros como José Saramago u Oscar Niemeyer. Se nutre de poetas, filósofos, ar­quitectos, músicos, como si por medio de su cuerpo se expresaran miríadas de afectos, pueblos, movimientos, en una experiencia estética que ella llama orgánica.

Este 14 de febrero María Pagés y su compañía llegan al Teatro Nacional Sucre, en Quito, con una nueva coreografía: Una oda al tiempo, que habla sobre los cuerpos y el tiempo, lo efímero y lo trascendente, lo reflexivo y lo apasionante de las tablas.

Su forma de entender el arte quedó marcada por no nacer en una cuna flamenca. Comenzó a bailar a los 4 años, llegó a Madrid con 15 y antes de los 20 ya recorría el mundo. Con 26 formó su compañía. Desde entonces, concibe espectáculos heterogéneos y reivindicativos aclamados internacionalmente. A sus 53 años y en una forma física envidiable —ensaya todos los días de la semana—.

Fuente: el país.com

—Has afirmado que el tiempo es “la sus­tancia de la existencia”.

—Entendemos por sustancia lo con­creto, lo tangible. Eso puede parecer una paradoja cuando el tema que nos ocupa es el tiempo, que tiene como naturaleza lo etéreo, lo inmaterial. Para hablar de la tras­cendencia, no hay nada mejor que alcanzar el tiempo en su proceso, en su devenir, para manosearlo y asumirlo como sustancia por medio de los sentidos.

—¿Cómo se consigue esto en la obra?

—Lo que hemos intentado hacer en Una oda al tiempo es ponerle cuerpo al tiempo, porque el tiempo tiene un cuerpo que nos vive y nos desgasta, nos erosiona y nos lanza al vacío de la infinitud. Por eso Una oda al tiempo es una coreografía flamenca sobre la contemporaneidad y sus pliegues.

—¿Es una coreografía de flamenco tradi­cional sobre el tiempo moderno?

—En Una oda al tiempo, desde una co­reografía flamenca sincrética, hablamos de la contemporaneidad y del necesario diálo­go con la memoria. Se plantea una reflexión ética y creativa del presente, sobre lo que está pasando en el mundo actual, revisando la luz y las sombras que condicionan nuestro tiem­po, tocando temas como lo efímero, la eterni­dad y la implacable irreversibilidad del tiem­po sobre el cuerpo, el deseo, el arte y la vida.

—¿Cómo reflexionas desde el cuerpo so­bre estos temas?

—Los procesos creativos en danza con­vierten ideas en movimientos y movimien­tos en personajes escénicos, que adquieren carácter muchas veces simbólico, que nos hablan a la razón por vía de las emociones.

—¿Cómo representar la intensidad del tiempo, de lo efímero, del instante, y las in­tensidades que se abarcan mediante diferen­tes tiempos de la vida?

—En Una oda al tiempo hemos intenta­do narrar coréuticamente esa intensidad de la que tú nos hablas. Una intensidad marca­da por una tensión ética y estética variable, que oscila, como la vida, entre el entusiasmo más viril y la contemplación más onírica, más intimista.

—¿Como alegorías de la vida humana?

—Dramatúrgicamente, Una oda al tiempo cuenta la primavera, el verano, el otoño y el invierno en un día, desde que sale el sol hasta que se pone. En el transcurso de ese tiempo metafórico, fluye una temporali­dad que piensa el tiempo que vivimos como seres que discurren como ríos que aspiran a la esperanza.

—Haces también relación a un poema de Borges: “El río me arrebata y soy ese río/ de una materia deleznable fui hecho de un misterioso tiempo./ Acaso el manantial está en mí./ Acaso de mi sombra surgen fatales e ilusorios, los días”.

—Efectivamente, hay una referencia a la temporalidad de Borges, pero también a la de Neruda. Hay una escena preciosa inspirada en la Oda a los números: “cuántas estrellas tiene el cielo/ nos pasamos la infan­cia contando piedras, plantas/ dedos arenas dientes…”.

—Y a García Lorca.

—Lorca está en el aire que respiramos los que trabajamos en el mundo de la dan­za flamenca. Su labor poética y teatral está constantemente presente en nuestra crea­ción coreográfica. En Una oda al tiempo hay una referencia a uno de sus personajes femeninos.

—Las músicas, letras y la dramaturgia de la obra estuvieron a cargo de tu compañero, El Arbi El Harti. ¿Cómo constituyen un relato dramatúrgico sobre el tiempo mediante estos elementos?

—El Arbi El Harti y yo trabajamos de manera muy cómplice. Las dramaturgias de nuestras obras se integran en el proce­so creativo como un paradigma orgánico donde vamos imaginando, hablando, re­flexionando cada elemento de lo que será la obra, desde los más sencillos hasta los más complejos. La música es fundamental en este proceso, porque la concebimos como un personaje al servicio del relato.

—Lo orgánico tiene que ver con tu vida y tu relación con el flamenco. ¿Cómo conflu­yen lo personal y lo creativo, la vida normal y la vida sobre tablas?

—Yo trabajo mano a mano con El Arbi El Harti. Pertenecemos a mundos y a len­guajes muy diferentes y nos une, aparte del amor de marido y esposa, un profundo compromiso con la cultura como valor éti­co e instrumento maravilloso para partici­par en hacer a nuestros semejantes la vida más feliz. Partiendo de esto, mi flamenco es una casa hospitalaria que se arraiga en la tradición no para inmovilizarla, sino para generar en ella dinamicidad, vida y savia nuevas.

—¿Tu flamenco es una casa hospitalaria?

—El flamenco tiene un corazón donde todos los corazones tienen cabida y la razón de esta apertura de alma está en sus orígenes y génesis.

—¿Es tu punto de equilibrio?

—Todas las obras de creación tienen algo que ver con nuestras biografías, pero es necesario entender que la creación tiene una magnífica capacidad de convertir ins­tantes de vida en paradigmas universales. Un sentimiento o una emoción propia ad­quiere un valor que trasciende lo individual y en nuestro caso el interés no está ni en mí ni en nosotros, sino en nuestro compromi­so con la vida y con la gente. Creamos para estar cerca de los demás y aportarles algo de felicidad, la que transmite la emoción estéti­ca que generan nuestros trabajos.

—Has sido considerada una innovado­ra del flamenco; sin embargo, en tus obras puede sentirse profundamente esta raíz, esta pasión y potencia que construyen tu propia estética. ¿Qué elementos del flamenco tra­dicional conservas? ¿Qué elementos buscas innovar?

—Estamos convencidos de que la con­temporaneidad emana de nuestra capaci­dad de diálogo con la memoria. Para noso­tros la innovación se asume y se implemen­ta de manera natural y nace del contacto de lo que vivimos en el presente, tanto a nivel estético como social, con la tradición. Créa­me, la tradición es de una universalidad in­finita.

Foto: David Ariano.
Foto: David Ariano.

—Hablemos de María Pagés Compañía. La fundaste en 1990, es decir que en este 2020 cumple treinta años.

—Solo puedo decirte que en este mun­do marcado por las fluctuaciones econó­micas y donde la cultura siempre es la hija maltratada, para mantenerse viva y con la cabeza en alto, se necesita un esfuerzo y una dedicación absolutos.

—¿Qué logros personales y de la compa­ñía recuerdas?

—En treinta años hemos creado más de veinticinco obras, todas corales, con una media de veinte artistas en acción. Ya pue­des imaginar lo que es eso para una com­pañía privada que para crear fundamental­mente cuenta solo con sí misma.

—¿Y en la actualidad?

—Estamos más vivos que nunca y aca­bamos de iniciar un proyecto que marcará mi futuro profesional y el de la compañía.

—¿Qué están desarrollando?

—Hemos creado el Centro Coreográfi­co María Pagés de Fuenlabrada que ha ini­ciado sus actividades en marzo de 2018.

—¿Cómo se proyectan a futuro?

—Nuestro objetivo es crear en Fuen­labrada, una ciudad al sur de Madrid, un espacio de creación, investigación, formación y acción social, abierto a los creadores y ciudadanos, mediante semi­narios, coloquios, residencias artísticas, talleres… Hace muy poco se clausuró el I Encuentro Nacional de coreógrafos y autores de iluminación de danza, al que acudieron 120 personas y estamos crean­do un máster con una de las universidades más importantes de España.

—José Saramago dijo que: “en María Pa­gés habita el genio del baile, todos lo sabemos y lo proclamamos. Pero hay algo más en esta mujer: ella baila y, bailando, mueve todo lo que la rodea. Ni el aire ni la tierra son iguales después de que María Pagés haya bailado”. También trabajaste con Oscar Niemeyer y montaste una obra coreográfica junto al ma­yor arquitecto de nuestra modernidad.

—La vida es maravillosa cuando pone en tu camino a seres de la estatura ética y profesional de Niemeyer y Saramago, que te abren sus puertas y su inteligencia y sensibi­lidad para narrar un relato por medio de la coreografía. Asociar danza, literatura y ar­quitectura han sido retos profesionales muy importantes.

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