Marcelo Aguirre: un libro

La obra no tiene más título que el nombre de un pintor que ha dejado su impronta en arte moderno del país desde que, en 1979, realizara su primera exposición. Lo que siguió fue talento, creatividad compulsiva, búsqueda de nuevas formas expresivas, encuentro con el color. Y rabia. Y rebeldía. Y también paz.
En 186 páginas, Dinediciones recoge en un libro de gran formato, encuadernado en pasta dura, la trayectoria pictórica de Marcelo Aguirre, con un estudio introductorio de Mónica Vorbeck y varias citas de críticos e intelectuales, más reflexiones del propio autor sobre su creación: “Cuando tenía cuatro años entré al cuarto de mi abuelo Alfonso y lo hallé acostado en su cama, dormido en un ambiente de penumbra, de silencio, y sobre la cabecera vi una bolsa con sangre que se la estaban administrando. Para mí fue un momento fascinante, no aterrador, con esa bolsa descubrí el mundo de los colores, de las formas, de la ficción, que siempre viví como un escape de la realidad”.
Sin embargo, más que nada, la obra permite que el lector realice un apasionante recorrido visual a lo largo de la vasta labor plástica de Aguirre, en sus distintas etapas. Y, gracias a la excelente impresión de Mariscal, hasta pueda apreciar las texturas, ricas, densas, de sus óleos, el desliz de sus tintas a lo largo del papel o la firmeza en el trazo de sus grabados. Pero, sobre, haga un apasionante periplo por ese mundo a veces esperpéntico, a veces laberíntico, siempre abigarrado, del que está compuesto su universo plástico.
Después de pasar por las etapas: Figura y paisaje, Personajes anónimos, La selva de cemento, Apariciones, Seres de la tierra y el cielo, Mea culpa, Pecados capitales y expulsión del paraíso, Transeúnte, Rostros enajenados, Laberintos, Un arte diario, Jauría y galería de retratos, Alianza de los Masapos, Mutantes, Instalación y Retratos, el libro termina con la última etapa de Aguirre, aquella en la que actualmente está inmerso: sus paisajes, donde, según confiesa: “me inquieta el juego que puedo establecer entre la imagen y la palabra. En este caso, paisaje y texto. Observo y capturo lo extraño y absurdo en lo cotidiano. Miro el mar abrumador, pero el texto me remite a la esquina infectada de voces y susurros. Paradojas y ambigüedades tensionan la obra”.
Y una sorpresa: la última página trae un desprendible que contiene la reproducción de Transeúnte, el acrílico sobre lona que le mereció al autor el premio Marco, otorgado en México en 1995.

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