Manuela Picq: ¿la cuarta Manuela?

Por Milagros Aguirre.

Fotografías: El Comercio / Cortesía de Manuela Picq.

Edición 408 – Mayo 2016.

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No le tiembla la voz al hablar, aunque por momentos transmita su nostalgia en la distancia, cuando no queda sino encontrarse por Skype (y menos mal que las distancias hoy, gracias a eso, son más cortas y llevaderas). Su vida dio un giro inesperado el 13 agosto de 2015, luego de que saliera a una marcha contra el Gobierno ecuatoriano. Lo que sucedió después fue como estar en el centro de un huracán y de pronto quedarse sin piso, sin tener dónde asentar los pies. Manuela Picq, la profesora de la Universidad San Francisco y periodista franco-brasileña, fue detenida arbitrariamente y luego deportada. Su pareja, Carlos Pérez Guartambel, dirigente indígena y presidente de Ecuarunari, fue apresado. Ella perdió su visa —tenía visa de intercambio cultural— y tuvo que salir del país donde había vivido desde 2004. Súbitamente enfrentó dos situaciones extremas: la experiencia de la violencia policial y el exilio, dos cosas que no le eran del todo ajenas pues de ambas había escuchado cuando niña: Manuela nació en Francia pues su madre fue a Europa escapando de la dictadura de Brasil, llegó a Brasil a los siete años, su padre es médico clínico general en París y su hermana Joana vive en Suráfrica.

Estas situaciones de violencia, de criminalización de indígenas, de represión, han sido parte de la historia latinoamericana, pero esta vez, la tocaban en carne propia y además, desde donde no lo esperaba: desde la propia izquierda que se volvía, de repente, promesa incumplida.

—¿Cómo llegó Manuela Picq al Ecuador?

—Quería volar más alto. Literalmente. Practico parapente, he sido campeona de Brasil en ese deporte extremo y pensé que las montañas y los vientos de este país andino me permitirían más altura y mejor vuelo. No encontré las facilidades para sus prácticas, pero encontré las montañas, las cumbres, las nieves, el paisaje de la serranía y la vida indígena. Comencé a viajar no en las alturas sino con los pies en la tierra, dedicada al montañismo, y me encontré, por ejemplo, con aquellas mujeres indígenas que aparentan tener cien años y no pasan de los sesenta… Me fijé en sus ojos, en sus manos y era visible la exclusión. Me acerqué al movimiento indígena y campesino, a sus luchas, a la reflexión sobre sus problemas, logros, contradicciones.

—Era 2004… cuando caía Lucio…

—Sí. Cuando llegué todo el mundo salía a las calles, en una fiesta, dramática, pero fiesta, pacífica y participativa, en la que se juntaban gentes de clase media, indígenas, obreros. Gente conocida me decía que el país era inestable, que se cambiaban presidentes cada año… pero yo veía un país con una sociedad civil muy activa, sin importar quién era o quién no era gobernante, una sociedad muy política, movilizada, interesada en que se respete la democracia, gente que salía a las calles a defender sus derechos y una prensa muy crítica. En contraste hoy el Ecuador tendrá estabilidad, pero está desmovilizado, los movimientos sociales están divididos: los indígenas, los maestros, las mujeres, todos los movimientos tienen ahora un movimiento paralelo, afín al Gobierno, que neutraliza, que desmoviliza, que limita la participación y limita la expresión, la prensa que sobrevive hace silencio, es decir… divide y reinarás.

—¿Es Manuela Picq, indigenista?

—Bajé de las nubes que significaban el movimiento indígena, el romanticismo con el que se lo veía desde fuera. Encuentro inconsistencias muy grandes, pese a que ha sido motor fundamental en la democratización del Ecuador. El movimiento indígena del Ecuador de hoy tiene fuerzas no muy democráticas; en su interior se dejan ver el sexismo, el machismo, la homofobia, por ejemplo. Por eso uno de los temas que abordé en mis investigaciones académicas ha sido justamente el tema de las sexualidades.

—¿Te sientes defraudada de la izquierda?

—Se me vienen las palabras de una amiga de mi madre cuando me vio volver a Brasil luego de los incidentes en el Ecuador. “Luchamos treinta años y no logramos traer la democracia a nuestros países, fallamos…”. Mi madre, Lena Lavinas, es profesora de economía en la Universidad Federal de Río de Janeiro, también fue una periodista que tuvo que dejar el país en los años setenta por la dictadura militar. El tema de la izquierda latinoamericana es ahora un asunto que merece reflexión y análisis.

—¿Qué le pasa a la izquierda ecuatoriana?

—Creo que es un momento interesante para el estudio y la reflexión. En el caso ecuatoriano, no por ser la izquierda popular, es democrática. En el Ecuador son muchos los actores sociales que están pidiendo que se respete el Estado de derecho y que están acusando al Gobierno de no ser muy democrático…

—¿Y en Brasil?

—En Brasil la problemática es otra, el principal problema de la izquierda es la corrupción, como centro del proyecto, como principio fundador. En Brasil la izquierda ha sido un poco más democrática pero el proyecto se quedó corto, se hicieron muchos avances en lo social, pero Dilma a la final tuvo que hacer muchas alianzas con sectores financieros importantes y finalmente traicionó a sus bases. Ha tenido que hacer leyes “antiterroristas” para defenderse de la oposición, igual que ha pasado en el Ecuador, con el Decreto 16 y estos temas que han sido hechos para desmantelar a los movimientos sociales. En Brasil la izquierda ha sido democrática. En el Ecuador parece no ser muy democrática, en referencia no solo al tema de mi visa sino al de las movilizaciones reprimidas en los últimos años.

—¿Una izquierda que se parece a la derecha?

—Tal vez en lugar de hablar de izquierda debería ser considerada una política de modernización, desarrollista, que responde a un Estado colonial y que necesita de la subordinación de la gente.

—¿Cómo han sido los días de Manuela Picq desde agosto de 2015?

—Un no saber adónde ir, un viaje constante, un estar en el aire, y por momentos tomar bocanadas de aliento y optimismo para no desmayar en el intento de volver al Ecuador.

A la final uno se adapta, pero es una situación de estar en el aire. No sabes si esto va a terminar en un mes, en un año… al principio pensé que esto no duraría mucho y que pronto estaría nuevamente en mi casa y en mi trabajo, en la Universidad San Francisco, pero… he tenido que buscar otros trabajos, devolver el departamento en Quito, mi vida cambió, de repente…

Manuela es, se percibe en su manera de hablar, una luchadora. Sabe que hay oportunidades en cada pérdida —pudo estar en Alemania, por ejemplo, por una temporada— pero, por otro lado, dice que carga en su equipaje con una tristeza que tiene que ver con no tener dónde pisar para construirse. “A veces dan ganas de llegar a casa, poner las armas al lado y dejar todo, y eso no se puede hacer si de pronto no tienes casa, no tienes trabajo, no tienes amigos de largo tiempo”.

—En este tiempo, digamos, de exilio, al menos estás viajando mucho… ¿Una mujer ejerciendo su ciudadanía universal?

—Desde que salí del Ecuador he estado en Brasil, en Francia, en Alemania cuatro meses y en Estados Unidos. A pesar de las oportunidades, la soledad emocional es grande y estás con el equipaje a cuestas. Me siento agradecida por la acogida y el cariño que he tenido en estos meses, tanto a nivel personal como profesional en donde he sido recibida, pero a la vez con personas que recién conoces no es tan fácil descargar los temas personales, hablar, incluso llorar.

Los cambios en la vida de Manuela, además del desarraigo y de la soledad, de estar lejos de casa y en la incertidumbre, han sido también otros: la visibilidad mediática, estar en el centro de la tensión y pasar de ser una persona común a ser una persona pública.

—¿Manuela saltó a la fama luego de que le quitaran la visa?

—Comprendí que tener poder y visibilidad es como una droga y puede ser muy adictiva. De repente todos quieren una selfi contigo, creen que te conocen, tienes tu privacidad y de pronto aparece otro tú que es la imagen pública, es como ser dos personas a la vez sabiendo que una de ellas está fuera de tu control. Además de la imagen que puedan tener de ti gentes que no conoces, esa imagen se nutre con sus propias expectativas. Ya me dijeron, por ejemplo: “la cuarta Manuela”, por eso de la libertadora del libertador, de Carlos, de la revolución, de las tres Manuelas que han encarnado las luchas de la mujer ecuatoriana… Manuela, la compañera de un dirigente indígena. Manuela, mujer. Manuela, la académica. Manuela, la periodista. Manuela, sociedad civil. Es como si varios sectores se reconocieran en la imagen de una persona y cada uno refuerza esa imagen con un matiz distinto.

—Por supuesto, tanta fama alimentó tu ego, pero tampoco es que te has sentido muy cómoda con ello. ¿O sí?

—Digamos que mucha atención a veces ahoga. Tanto apoyo de tanta gente también crea responsabilidades. Ese apoyo llama a la reciprocidad, pero compromete e incluso asfixia. Sabes que ya no puedes estar en tu rincón. Las peticiones para que me renueven la visa significaron diez mil firmas en menos de una semana, diez mil gentes que estaban comprometidas conmigo y con la libertad de expresión académica en el Ecuador y en el mundo y, quieras o no, eso te compromete también.

Manuela Picq a veces baja los brazos. Sabe que no va a poder regresar al Ecuador tan fácilmente. Pero su caso se volvió un símbolo de resistencia. Intentó pedir la visa del Mercosur pero “no me dieron ni la entrevista”; el amparo familiar que requiere que su compañero, Carlos Pérez, haga los trámites, pero les han negado entregar los movimientos migratorios, un obstáculo administrativo para impedirles juntar los requisitos a la visa.

El día que Manuela abandonaba Ecuador.
El día que Manuela abandonaba Ecuador.

—¿Qué ha pasado con tu situación laboral?

—Como ahora tengo pocas esperanzas de volver al Ecuador, aunque seguiré peleando por la visa, estoy buscando trabajo. El próximo año académico lo haré en Estados Unidos, dando clases en Amherst College. Tengo que buscar qué hacer porque una situación como esta tiene un impacto político pero también un impacto económico: de un día al otro se corta tu sueldo. De pronto vuelves a depender de tu familia, tienes que acudir a amigos, no tienes para pagar tus cosas, en fin, un punto más de estrés que te hace vulnerable. En temas académicos y de periodismo, he estado hablando y reflexionando sobre la libertad de expresión académica en distintos espacios, escribiendo, participando en distintos foros. En Alemania publiqué un artículo de opinión para un periódico alemán de izquierda por excelencia y el responsable para América Latina me comentó que hay dos países que siempre mandan cartas de reclamo o pedidos de rectificación cuando se los nombra: Israel y Ecuador. Me pareció curioso que coincidan dos países tan distintos en los esfuerzos por mantener una narrativa oficial en el mundo.

—Lo de ustedes es una historia de amor en tiempos del cólera… ¿cómo lo llevan?

—Hay momentos y momentos. No nos veíamos con Carlos desde octubre (2015) y nos encontramos en marzo (2016), en Perú. Recorrimos el Cusco, el Valle Sagrado, nos desconectamos del mundo al menos por una semana. Carlos viajó con su pasaporte kichwa que fue aceptado por oficiales de migración para entrar en Perú. Los meses se van acumulando, la dificultad de verse, de estar juntos, afectan en la relación, pero hemos estado juntos, sorteando las dificultades de no poder construir un día a día, pero juntos, sin saber hasta cuándo va a durar esta situación.

—¿Cómo se conocieron?

—Nos conocimos en 2012 mientras yo hacía un reportaje sobre la Ley de Aguas para Al Jazeera. La ley se estaba discutiendo en el país y había polémica al respecto. Lo entrevisté como dirigente y luego nos vimos algunas otras veces. Me pareció una persona muy articulada… así se fue armando, nació algo entre los dos. Entre las consecuencias de su exposición pública se comenzó a hablar en redes sociales de nuestra relación. Mientras estuve con Carlos antes de las movilizaciones de 2015 no tuve ningún problema con eso. Luego empezaron a salpicarme las gotas de racismo de la sociedad ecuatoriana, a través de las redes sociales: empecé a recibir mensajes de burla en los que me cuestionaban por ser gringa y guapa, y a mi pareja por ser feo, es decir, indígena…

—¿Cómo es la historia del pasaporte kichwa?

—La idea salió en la audiencia en la que solicitaba el habeas corpus. Carlos mencionó algo acerca de la libre determinación de los pueblos indígenas y… el pasaporte es una manera de ejercer, en la práctica, esa libre determinación. De hecho, hay referentes sobre el uso del pasaporte indígena. A mediados de los años veinte, los indígenas iroqueses hicieron uso de su pasaporte Haudenosaunee para cruzar la frontera de Canadá y Estados Unidos con muchas discusiones al respecto. El pasaporte indígena tomó protagonismo en 2010 cuando el equipo de Lacrosse de Iroquois intentó utilizarlo para asistir a los campeonatos del mundo. El equipo perdió el campeonato porque el Gobierno británico se negó a reconocer el pasaporte emitido por la Confederación de las seis naciones, incluso después de que la secretaria de Estado Hillary Clinton intervino en el caso. Hillary Clinton los dejó entrar e hizo válido ese pasaporte… luego un grupo de mujeres salió nuevamente con ese pasaporte en 2015.

Hay otro caso, del Gobierno provisional aborigen de Australia (APG) que emitió sus propios pasaportes para solicitantes de asilo de Sri Lanka frente a la detención del Gobierno de la Commonwealth de Australia de los refugiados de Merak. La emisión de pasaportes originales no solo condenó la inhumanidad de las políticas de asilo de Australia, también representó una alianza entre los migrantes y los primeros pueblos empujados de sus tierras.

Con el pasaporte kichwa, marzo 2016.
Con el pasaporte kichwa, marzo 2016.

Los pasaportes expresan la autoridad política de los pueblos nativos que no reconocen la legitimidad del Estado como el poder único y soberano. Si el Ecuador está oficialmente definido como un Estado plurinacional, la idea del pasaporte podría ser una manera de ejercer esa plurinacionalidad y de sentar un precedente sobre el tema de la autodeterminación.

En el Ecuador algunas autoridades se rieron de ese pasaporte kichwa, lo menospreciaron e hicieron mofa de él. En Perú Carlos entró y salió con él, y también lo usó en Brasil, lo que significaría una batalla ganada en política internacional y pueblos indígenas.

—¿Es Manuela Picq el apoyo en la política de Carlos Pérez o, como querrían algunos, “la libertadora” del “libertador”?

—No… mi apoyo es más en lo familiar, no tengo preparación política para esas cosas, eso es algo muy demandante, que requiere mucha preparación, además, creo que hemos estado muy vulnerados por lo que nos pasó. No creo que haya la energía para eso. Creo que el país está en un contexto político muy fuerte, muchas veces no estamos de acuerdo y entiendo de dónde viene y por qué piensa como piensa. Yo le escucho y debato con él, traigo otras cartas en su mesa, las decisiones son suyas.

 —¿Te apoyaron tus colegas en la San Francisco en las andanzas de 2015?

—Pienso con gratitud en los días de la Universidad San Francisco y en el apoyo que recibí. Los cancilleres de la San Francisco son muy libres en sus formas de pensar, (Carlos) Montúfar o (Santiago) Gangotena no tienen la misma agenda ni estarían cerca del movimiento indígena, tampoco compartían mis perspectivas o mi forma de pensar, pero han sido siempre éticos y solidarios, estuvieron como institución e individuos, sobre todo, defendiendo la libertad, pues entienden la universidad como un ágora en la que se discute, se debate, se opina, se está en desacuerdo, pero ante todo, se trabaja en las relaciones de respeto.

Manuela es PhD en Relaciones Internacionales, ha sido docente en Amherst College, y la primera latinoamericana nombrada miembro del Institute for Advanced Study, creado por Albert Einstein en Princeton, además de ser corresponsal de cadenas de noticias como Al Jazeera.

En Princeton, junto a Freeman Dyson, el teórico matemático en física cuántica.
En Princeton, junto a Freeman Dyson, el teórico matemático en física cuántica.

 

En su estancia en el Ecuador, como profesora de relaciones internacionales, llamaba la atención de la academia sobre la ausencia de investigación sobre la Amazonía en revistas indexadas y escribía sobre temas que tienen que ver con los procesos considerados modernos en la Amazonía (en Sexualidades en la política mundial, publicación que editó en 2015). Ahora termina un libro sobre la participación de la mujer indígena en la política global, incluso grupos locales como la Red de Mujeres Kichwas y Campesinas de Chimborazo.

A Manuela Picq, como buena practicante de deportes extremos, entre ellos, el periodismo y el parapente, le gusta la adrenalina, esa sensación de caer al vacío, de volar, de viajar ejerciendo la ciudadanía del mundo, le gusta. Desde niña viajaba de Brasil a Francia y de Francia a Brasil, con su hermana, para ver a su papá, así que no se siente extranjera en ningún lugar, como dice la canción.

Pese a las adversidades sigue pensando en la academia y en los aportes que se pueden hacer “desde el sur” para la teoría política, es decir, ella cree que hay que cambiar la geografía del conocimiento y crear conocimiento desde la periferia, pues, hasta ahora, imperan las teorías únicas del norte, desde las cuales se explican la política y la economía. En eso está trabajando ahora, como uno de sus proyectos personales. Está contenta con esta expansión de los estudios indígenas en la academia norteamericana adonde la han llamado a dar alguna clase. Por ejemplo, estará dictando un curso de política mundial indígena en Amherst College. Pasará un tiempo en Guatemala, volverá a hacer periodismo y seguirá peleando por su visa, por la ciudadanía universal y por el amor que nada a contracorriente. 

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