Por Bernarda Troccoli.
Fotografía Javier Lazo.
Edición 438 – noviembre 2018.
A mediados de junio pasado, Daniel Mancero liberó Piano solo, su nuevo disco. Con este álbum, el músico ecuatoriano asume un nuevo desafío creativo y continúa su exploración imparable.
Para Daniel Mancero hacer música es sumergirse en una progresión infinita. Así, persiguiendo nuevas formas para sorprenderse a sí mismo, el pianista y compositor quiteño ha pasado por el jazz, los sonidos poscoloniales, la academia y la investigación musical. Y a cada paso ha encontrado, siempre, otras formas de hacer música.
Hoy, desde París, Mancero reflexiona sobre la música y encuentra nuevas formas de darle vida.
Una identidad en transformación
Daniel llegó a París en 2013 para estudiar un posgrado enfocado en la creación e investigación musical. Allí se encontró frente a frente con esa academia europea que había sido el referente de sus años de formación en el conservatorio, y la encaró con sus propias composiciones. Y fue también allí, a la distancia, como suele pasar, que reconoció y asumió con orgullo su identidad andina, lo que dio un nuevo giro a su música.
Cuando inició su etapa en Francia, Mancero buscaba maneras distintas de abordar la música tradicional del Ecuador. “Uno de mis proyectos era cuestionar las categorías que uno aprende en la academia”. Es decir, responder a las preguntas que plantea la música clásica, pero con recursos del contexto andino. “Por ejemplo, cuando uno empieza a ver los preceptos de la música, siempre le hablan de la cuerda y toda la física que hay detrás, y una de mis preguntas era: ¿qué pasa si haces lo mismo pero no con una cuerda, sino con una caña, con un sigse?… y así empecé a interesarme por ese proyecto de estar aquí y debatir”.
Pero estas inquietudes tienen una historia más larga. Hay que dar un salto a 2011 y situarse en el Ecuador, cuando Daniel emprendió una búsqueda introspectiva y profunda que iluminaría sus siguientes proyectos. Se propuso analizar, desde la música que componía a distintas edades, quién era él a los diecisiete años, antes de ingresar al conservatorio; quién fue él a los diecinueve, antes de estudiar y ser profesor de música en la universidad, y luego comprender en quién se había convertido con los años. “Me cuestioné el cómo un estudio académico va a determinarte o puede determinarte según la institución en la que ingreses”, cuenta.
En medio de esas reflexiones, Daniel revisó sus orígenes musicales. Pese a que el jazz estuvo siempre presente en su historia, y fue su territorio durante varios años de experiencia y formación académica, fueron otros los sonidos que desviaron el camino de su vida hacia la música. Cuenta que los grupos de música andina Ñanda Mañachi y Bolivia Manta, que descubrió en acetatos y que sonaban desde siempre en su casa, fueron los que le impactaron cuando era niño, los que le hicieron “sentir horrores”. “En algún momento me di cuenta de cómo esa era la verdadera motivación que me había hecho decidir dedicarme a la música”.
Música andina
Su trabajo también habla del vínculo entre la música y la filosofía.
Daniel Mancero: “creo mucho en el pensamiento poscolonial y admiro mucho a sus filósofos, especialmente a Mignolo, Echeverría y Dussel. Para mí, no hay nada más contemporáneo que nosotros: Sudamérica. Porque todo lo que el postmodernismo plantea se encuentra como una práctica natural en nuestros países. Lo andino es, para mí, una forma híper expresiva de ser. Yo me siento muy andino”.
Fuente: www.radiococoa.com
Del jazz a la música poscolonial
Daniel dio sus primeros pasos cuando aún estaba en el colegio, tocando jazz en un bar, “entre comillas, porque en esa época no tenía idea de lo que hacía”, dice entre risas. Su primer profesor de piano fue Raimon Rovira; de las clases particulares pasó a estudiar piano y composición en el conservatorio Mozart, y luego música contemporánea en la Universidad San Francisco.
Durante su época universitaria, viajó a Argentina para recibir clases con el pianista de jazz Ernesto Jodos, quien le dio varias herramientas para potenciar sus intereses musicales de ese entonces. Al regresar, conformó el trío Rarefacción junto a sus amigos Toño Cepeda, en el contrabajo, y Andrés Benavides, en la batería. Con esa banda navegó por el jazz, el swing y la música académica-contemporánea.
Volviendo a 2011, cuando replanteó su panorama musical, quiso que todas las reflexiones de ese momento se materializaran en un proyecto diferente a todo lo que había hecho. Trabajó, entonces, una propuesta de manera individual, y luego decidió experimentar junto a nuevos aliados. “Una de las primeras cosas que me planteé fue intentar hacer música con gente que no conocía, y que en lo posible tuviera maneras muy distintas de abordarla”, cuenta. Tras varios cambios en la alineación, finalmente se consolidó el Mancero Trío, integrado por Daniel en el piano y la composición, Sergio Reggiani en la percusión y Rodrigo Becerra en el contrabajo.
El grupo se nutrió, sobre todo, con los aprendizajes de un viaje que Daniel hizo por la provincia de Imbabura y el sur del Ecuador. En su recorrido tomaba apuntes y recopilaba información de la música que escuchaba en los distintos lugares. Con ese método, aunque también a tientas, reconoció y estudió géneros de la Sierra como sanjuanes, yaravíes, capishcas, albazos, pasillos, yumbos y danzantes. A partir de allí, “la idea no era componer un yaraví que sonara 100% a yaraví, al contrario, yo escribía algo y, cuando tenía cierta forma, buscaba ritmos similares en los que pudiera encajar”. Así, hay ciertas composiciones a las que Mancero llama “aire de…”, pues pueden tener influencias andinas, pero ofrecen una experiencia nueva y distinta.
La intención de Daniel fue escribir música que sonara a lo que le gustaba escuchar cuando era niño, para luego rehacerla como el adulto que es ahora. No quería, sin embargo, entrar en una fusión con el jazz (en su caso, hubiese sido el paso lógico), la consideraba peligrosa, y entonces, para poder llevar sus sonidos por otros lados, el trío asumió la premisa de no improvisar (acaso el espíritu del jazz).
Entre las influencias andinas y la experimentación, nació Yangana, el álbum debut de Mancero Trío. Al escuchar el disco, se puede pensar que Daniel logró fundir sus desafíos personales con su visión de la música nacional. Lo hizo como un compositor que, alejado de una mirada romántica, conserva y respeta los orígenes de esos sonidos que decidió explorar y modificar hasta que fueran enteramente suyos.
Más adelante, aún metidos en la experimentación, el trío se transformó en un dúo: piano y batería.
Piano solo y nuevas formas de crear
Mancero ha mostrado una constante inquietud frente a lo establecido, y un gran talento para cuestionarlo y transformarlo. Ese rasgo de su identidad creativa se imprime en Piano solo, su más reciente disco, donde los temas nacen de discusiones y debates intensos entre sus manos. “En el momento en que ya está algo establecido, trato de reducirlo a una mano, para que la otra intente o bien modificarlo o pelear contra eso”, explica Daniel. “Es una composición que busca resolver algún tipo de problema de comunicación entre las dos manos, no a nivel técnico sino a nivel simbólico”, agrega.
Estos diálogos fueron clave para consolidar Piano solo, sobre todo para un músico que usualmente compone para más de un instrumento. “Lo que busco siempre es entablar una pelea o algún tipo de dinámica entre los instrumentos, y el problema mayor, el vacío mayor que vi, es que si voy a estar solo en el piano, tengo que lograr que todas estas cosas funcionen, pero, ¿cómo hacerlo con solo dos manos?”.
El resultado de ese desafío es un disco introspectivo, en el que el piano construye varias dimensiones y cuenta historias complejas; en el que cada mano busca su independencia, y Daniel despliega sus nuevas formas de componer.
La idea de esta obra comenzó a latir hace algunos años, en el Ecuador, cuando se disolvió el Mancero Trío. Daniel confiesa que le fue difícil empezar. “Presentarse en un bar a piano solo no es muy convincente, entonces no había muchas fechas para hacerlo. Exigía mucho más ensayo, porque al estar solo hay otros cucos que entran en juego”, explica. Comenzó tocando un repertorio de temas adaptados para piano solo, muchos de ellos de su etapa anterior en trío y dúo; al llegar a Francia retomó ciertas composiciones escritas específicamente para el nuevo formato, y empezó a producir otras más.
Daniel ofreció cuatro o cinco conciertos en solitario hasta que, en 2015, lo contactó el músico y productor quiteño Ivis Flies, que se encontraba en París en ese momento. Juntos revisaron algunos de los demos que estaban grabados y conversaron sobre la posibilidad de colaborar. Un año después, durante una visita de Daniel al Ecuador, movieron juntos el proyecto y, de manera inesperada, decidieron grabar. La sesión se llevó a cabo en la casa de Luis Verdugo, el gran fabricante de pianos ecuatoriano. Allí, Flies instaló un estudio portátil y completaron la grabación durante una mañana, en medio de un ambiente casero y familiar.
Los nuevos temas de Mancero vinieron al mundo acompañados por ilustraciones de David Jara, un artista visual por quien Daniel siente mucha empatía y quien creía podía representar el universo contenido en el álbum. “A él le gusta mucho pintar las cosas crudas, agresivas, y me pareció que era una buena forma de acompañar el disco. Dado que es un piano solo, un dispositivo bastante frágil y a la vez simple, puede llegar a aburrir. Entonces él (Jara) era la persona indicada para ilustrar lo que se encontraba adentro”.
Una de las características de Piano solo es que los sonidos pueden evocar las historias que hay detrás. Está, por ejemplo, “Matraca”, que lleva la sensación de ruido y de movimiento violento que sintió el músico al llegar a París, o “Retrato a Salomé”, un tema para su pareja, en el que intenta explicar lo bonito y lo monstruoso de una relación sentimental. Está también “Sudamérica”, que conjuga una sensación de cariño y de calidez mezclada con el desorden de pitos, buses y el color del esmog.
Según Daniel Mancero, las discusiones entre sus manos, esa lógica de cuestionar la una a la otra está muy relacionada a la experiencia de su vida fuera del Ecuador. “Uno viene muy seguro de muchas cosas, y al estar acá te das cuenta que lo tuyo choca con lo que usualmente se conversa. Creo que eso tuvo mucho que ver con establecer algo en una mano para que la otra luego intente debatirlo”. No se trata de hablar consigo mismo o de hablar solo, es más bien un diálogo que ilumina el camino a seguir, el siguiente paso. El único tema que escapa a esa dinámica es “Noche rondeña”, el último del disco. “Es un pasillo que le compuse a mi papá. Ese sí es un pasillo donde no hay pelea, digamos, me gustó cerrar el disco con algo que da ciertas luces de lo que había hecho antes”.