Libros para evangelizar o para despertar mentes, mapas, revistas, periódicos, videos son parte de los tesoros que esconde la Biblioteca Nacional Eugenio Espejo, este es un recorrido por sus secretos y su historia.

Recorrer los pasillos de la Biblioteca Nacional Eugenio Espejo en una visita guiada es una experiencia que hace pensar irremediablemente en los versos de Jorge Luis Borges: “yo, que me figuraba el Paraíso/ bajo la especie de una biblioteca”. Para un buen lector, pasear entre estantes repletos de libros y descubrir los tesoros que estos guardan ciertamente puede ser lo más cercano a visitar el paraíso.
Los haces de luz que entran por los grandes ventanales no calientan demasiado las salas de techos altos y paredes blancas, el ambiente es fresco, condición idónea para la conservación de los libros, periódicos, revistas y mapas, que finalmente en 2020, tras un peregrinar de 38 años, encontraron un hogar. Desde 1983 la Biblioteca Nacional había sido fusionada con la Biblioteca Pública de la Casa de la Cultura y funcionaba en el edificio de los espejos, donde sus colecciones sufrían un gran deterioro por la humedad o la presencia de plagas.
Ese abandono de libros y documentos históricos da mucho que pensar si consideramos que la biblioteca custodia la memoria de un pueblo. Afortunadamente, el espacio que ocupa hoy es del edificio patrimonial del antiguo Hospital Eugenio Espejo, que cuenta con hermosas salas que acogen con dignidad a sus huéspedes de papel. En los tres pabellones destinados a esta tarea se dividen los diferentes fondos de la colección: Jesuita, Republicano I, Republicano II, Hemeroteca y Mapoteca.
De Europa a América: libros para colonizar
El filósofo Walter Benjamin, en su ensayo Desembalando mi biblioteca, reflexionaba sobre la relación que existe entre el coleccionista y sus libros, la tensión entre el orden y el desorden, la afluencia de los recuerdos y el interés por el origen de cada ejemplar: “Para un auténtico coleccionista, las diferentes procedencias de cada una de sus adquisiciones —siglos, territorios, cuerpos profesionales, propietarios anteriores— se funden todas en una enciclopedia maravillosa que teje su destino”.
Los libros más antiguos de la Biblioteca Nacional se encuentran en el Fondo Jesuita, instalado en la capilla del antiguo hospital. Atravesar su puerta de ingreso con la guía de bibliotecarios es descubrir el origen de una colección estrechamente relacionada con la historia del Ecuador y su memoria: es encontrarse con libros que llegaron a América para establecer una nueva fe, una nueva lengua, una nueva cultura, instrumentos para catequizar, alfabetizar y dominar, pero también para ampliar el conocimiento.
La Biblioteca cuenta con ocho libros incunables, es decir, obras impresas antes del año 1500, durante el primer siglo de funcionamiento de la imprenta. Es tentador imaginar cómo sería el viaje de estos a través del Atlántico: en algún cajón bien sellado para resguardar el papel de la humedad y del apetito de las ratas, o tal vez en la valija de un celoso dueño que quizás buscaba en la lectura el consuelo para la larga y peligrosa travesía. Solo alguien que considerara el libro como un objeto sagrado podía pasar por alto la inconveniencia de viajar con una carga tan pesada, a través de mares y selvas.
Encuadernaciones de pergamino, letras capitales, iluminaciones, ilustraciones en xilografía y amplios márgenes para anotaciones adornan las páginas de estos libros y evidencian el deseo del impresor de imitar el estilo de los manuscritos medievales.
En la exhibición se puede ver la Bibliorum sacrorum cum glossa ordinaria & postilla de Nicolai de Lyra, de 1495, también es parte de la colección la Opera omnia Angeli Politiani, et alia quaedam lectu digna, impresa en algún momento entre 1454-1494, por el conocido editor renacentista Aldo Manuzio. Otra de las decoraciones que se pueden apreciar son las marcas de agua o filigranas que se hacían durante la fabricación del papel y que tenían símbolos adecuados a la temática del libro.
El Itinerario para párrocos de indios, del obispo Alonso de la Peña Montenegro, es un manuscrito de 1666, que responde al pedido de los sacerdotes de la diócesis de Quito que necesitaban una guía para resolver dudas sobre temas puntuales en la evangelización de los indígenas. El segundo libro de esta obra se titula De la naturaleza y costumbres de los indios, y expone algunos de los problemas que enfrentaban los párrocos: la hechicería, la idolatría, los sueños y la embriaguez.

Desde una mirada actual, puede descubrirse que detrás de los “vicios” mencionados, había formas de resistencia y evasión: negarse a trabajar, mentir a los encomenderos, emborracharse. A partir del manuscrito original se hizo la edición príncipe de este libro en Madrid, en 1698; luego fue reeditado, con correcciones, y difundido en otras diócesis de América.
Manuscritos e impresos originados en el territorio nacional
En los primeros años de la Colonia, los textos tenían que enviarse a Europa para ser publicados, pero pronto se vio la necesidad de tener imprentas locales, aunque los editores del Nuevo Mundo debieran esperar meses para obtener la autorización del rey. La primera imprenta del Ecuador se instaló en Ambato, alrededor de 1754. En 1791 apareció en Quito el Plan de estudios de la Real Universidad de Santo Tomás de Quito, del padre José Pérez Calama, documento impreso sin autorización de la corona.
Se puede pensar que, veinte años antes del Primer Grito de la Independencia, criollos y españoles ya estaban tomando decisiones sin esperar el consentimiento del rey. Para aquel momento, la población ya debía estar inconforme con el poder, quizás por eso el documento de Calama reporta que en la ciudad se cumplía un estricto toque de queda y que los soldados vigilaban por las noches para evitar disturbios.
En Quito tres centros universitarios tenían bibliotecas que formaban ciudadanos cada vez más críticos. Dos colecciones importantes pertenecían a la Compañía de Jesús: la de la Universidad de San Gregorio y la del Colegio Máximo. En 1792 el rey Carlos III expulsó a los jesuitas de todos los territorios españoles, por esta razón, los sacerdotes debieron salir de Quito sin llevarse sus libros; sin embargo, se llevaron recuerdos valiosos: en 1798 el padre Juan de Velasco, desde el exilio en Faenza, escribió la Historia del Reino de Quito y recopiló algunas poesías escritas por sus compañeros en la Colección de poesías varias, hechas por un ocioso en la ciudad de Faenza, cuyo manuscrito reposa en el Fondo Jesuita.
Bibliotecas con aires de libertad
En 1711 el rey Felipe V había creado en España la Real Biblioteca Pública, que abrió sus puertas a visitantes letrados en 1712. Por decreto real, se había establecido la norma de que toda persona que costease la impresión de libros, autores o editores, debía entregar un ejemplar de todo lo que imprimiese para la Biblioteca Nacional (lo que actualmente se conoce como depósito legal).

En 1792 el rey Carlos III decretó la creación de la primera biblioteca pública en Quito. Los libros del Colegio Máximo de los jesuitas se entregaron al cuidado de un seglar ilustrado: el médico y científico Eugenio de Santacruz y Espejo.
Ese mismo año Espejo fundó la Sociedad Patriótica de Amigos del País, para estudiar, difundir y discutir ideas de libertad. También clasificó los volúmenes de la biblioteca con un sistema de colores por materias que aún hoy se puede apreciar en los estantes de la Biblioteca Nacional. Con acceso a la imprenta jesuita, Espejo publicó el primer periódico: Primicias de la cultura de Quito, del que se conserva una edición facsimilar (igual al original), de 1947.
Los libros publicados a partir de 1800 forman parte del Fondo Republicano I, entre estos se halla el atlas Floresta americana de Aimé Bonpland, libro con ilustraciones científicas, publicado en Montevideo en 1850. Otro documento interesante es la carta de Luis de Saa dirigida a Manuela Sáenz, con marca de agua y firma de la receptora.

Tras la Independencia, los Estados nacientes establecieron instituciones para consolidar su identidad. En 1838 Vicente Rocafuerte, ya se refirió a la biblioteca pública como Biblioteca Nacional, pero es Gabriel García Moreno en 1869, quien le otorgó el depósito legal, con derecho a un ejemplar de las publicaciones que se realizaban en la República.
La vida republicana en periódicos y revistas
Si bien los dos fondos republicanos contienen libros de gran interés como, por ejemplo, una edición de la Ojeada histórica crítica sobre la poesía ecuatoriana desde la época más remota hasta nuestros días, de Juan León Mera, de 1893, son los periódicos, revistas y folletos los que recogen un mayor número de detalles y curiosidades sobre la vida de la nación.
En la hemeroteca la bibliotecaria Katia Flor recuerda la batalla que ha librado para conservar el papel periódico: fumigaciones de diferentes tipos de plagas (hongos, bacterias y hasta gatos), lavado, planchado y restauración de diarios, semanarios y folletos. Estos son los materiales más consultados por los investigadores.
Publicaciones como El Tungurahua de 1880 o El Bolivarense de 1887 contienen descripciones y noticias de las respectivas provincias. Otros impresos surgen de sectores particulares, como El Conservador, publicado con la intención de “respetar y defender la sagrada religión católica”. Algunos periódicos desaparecidos como La Nación, de Guayaquil o Los Andes son testimonios de los primeros trabajos periodísticos, casi todos con noticias locales o reportajes de temas sorprendentes como el hipnotismo.
El Telégrafo, El Universo o El Comercio tienen en este repositorio sus publicaciones diarias casi desde sus primeros números. Los anuncios clasificados también aportan información colorida y variada, se encuentran, por ejemplo, avisos de tónicos milagrosos para lograr una salud inquebrantable, abrir el apetito, fortalecer el sistema nervioso, publicidad de venta de telas, de alcohol o clases de piano.
Existen también varios números de revistas, como el semanario Caricatura, una de las primeras publicaciones destinadas al humor gráfico, que tuvo sus inicios alrededor de 1900 y circuló aproximadamente hasta 1926. O la revista La Mujer, “revista de literatura y variedades” escrita completamente por mujeres. En su tercer número aparecen textos de su fundadora, Zoila Ugarte de Landívar (periodista y directora de la Biblioteca Nacional) y de Dolores Sucre, así como un artículo con una reflexión sobre la educación de las niñas y jóvenes escrito por la profesora Dolores Flor.

Otros formatos
A más de guardar rarezas y libros antiguos, la Biblioteca Nacional tiene la misión de preservar toda la producción intelectual que se genera en el país. Literatura de autores contemporáneos, mapas, videos, música, textos académicos, son parte de los tesoros que albergan sus paredes. En la tifloteca incluso se pueden encontrar obras de autores nacionales en sistema braille o en audiolibros.
Los grandes desafíos de la Biblioteca Nacional son la digitalización de los libros impresos, su conservación y la captación de ejemplares para llenar los vacíos que aún existen en la colección. Por otra parte, cuenta ya con un catálogo en línea, varios textos completamente digitalizados y un sistema de consultas virtuales al que se puede acceder desde su página web. Aunque estas herramientas faciliten el trabajo de los investigadores, no reemplazan la experiencia de caminar por los pasillos llenos de libros, periódicos y memoria, o de conversar con sus bibliotecarios, gente comprometida con la preservación de estos tesoros.