Beyoncé es una de las cantantes más populares de este siglo y de cualquier otro, y es también una mujer de causas firmes que no teme mezclar su ideología con el entretenimiento si al final de ese encuentro su mensaje queda claro: no más violencia, ni contra los negros ni contra las mujeres ni contra nadie.
Por Fausto Rivera Yánez.
Habría que arrancar con una aclaración: Beyoncé no es una teórica feminista como Bell Hooks o Audre Lorde, ni mucho menos una militante política adscrita a los conceptos de la negritud de Aimé Césaire o Frantz Fanon. Aunque fastidie reiterarlo, ella es una artista pop y, como tal, se apropia de todo lo que le rodea para convertirlo en un caramelo perfecto, de esos que chupas y disfrutas sin darte cuenta. Es lo mejor que produce su industria. Punto.
Hay quienes la han acusado de convertir las luchas por la reivindicación de las mujeres o de los negros en un producto alienado, vaciado de historia y de coherencia. Estas críticas surgieron luego de que Beyoncé le hiciera varios guiños al feminismo tras proyectar esa palabra en el fondo de sus conciertos, o por haber incorporado pasajes de Todos deberíamos ser feministas, de la escritora nigeriana Chimamanda Ngozi Adichie, en su sencillo Flawless. Quienes la cuestionaban no concebían que ella hablara de liberación femenina mientras su misma apariencia reproducía, según sus detractores, los estereotipos hipersexuados de las mujeres. Pero como decía en una nota de la revista Arcadia el escritor colombiano Juan Cárdenas, quien a su vez recordaba lo que Jesús Martín-Barbero planteaba en De los medios de las mediaciones, “nunca se pueden menospreciar los modos en los que la gente recibe y resignifica los objetos culturales producidos para consumo masivo, pues a menudo esta recepción se convierte en una forma de uso imaginativo con un alto potencial emancipatorio”.
Si bien y por fortuna la esencia de la música pop es la exaltación de los lugares comunes y del movimiento de caderas, artistas como Beyoncé le han dado espacio a la reflexión, independientemente de sus fines, y a la búsqueda de nuevos lenguajes para expresar sus preocupaciones, sus frustraciones y sus deseos. Esto ella lo hace mejor que nadie. “Hace 20 años era impensable que alguien (tan popular) como Beyoncé pudiera acercarse al feminismo. El feminismo era algo feo, despreciable, tonto, radical, marginal… el simple hecho de que Beyoncé quiera utilizarlo por razones de marketing me parece un triunfo total. (…) lo importante es el hecho de que ahora cada chica joven que conoce a Beyoncé oye hablar del feminismo de manera positiva, y quizás no solo va a comprar camisetas, mañana puede que se meta en internet y lea algo interesante. Me parece muy bueno que la mayor figura mainstream del feminismo hoy sea Beyoncé, una chica supersexual, negra y fuerte”, decía en una entrevista para la plataforma web Notodo la escritora francesa Virginie Despentes, autora del crudo manifiesto autobiográfico Teoría King Kong.
La vigente e institucionalizada violencia hacia los negros en Estados Unidos, la hermandad y la exaltación de lo femenino como respuesta al patriarcado, o el proceso del duelo amoroso sin reprimir ninguna emoción, son algunos de los temas que Beyoncé, a sus 34 años, aborda en Lemonade, su sexto y más reciente disco. Lanzado el pasado 23 de abril, el álbum incluye una suerte de video documental (de 66 minutos) con doce canciones entrelazadas sin cortes, en el que se recorre la vida íntima de esta artista junto con un grupo de mujeres negras que la acompañan.
Sí, solo mujeres. Sí, solo mujeres negras. El color perfecto, profundo, poderoso, original. A ellas las pone en el centro de sus primeros planos, vestidas con trajes típicos de los estados agrícolas del sur de su país, como Alabama o Misisipi, y así las hace protagonistas de su narrativa. Las traslada a las plantaciones de algodón de Nueva Orleans (donde fue filmado el video de Lemonade) para que emulen la época victoriana y del Antebellum con prendas de ese tiempo, pero diseñadas en alta costura. La tenista Serena Williams, la modelo Winnie Harlow, las cantantes Ibeyi and Chloe & Halle; o las actrices Amandla Stenberg, Quvenzhané Wallis y Zendaya son algunas de las figuras que conforman su reparto. Y Beyoncé, de la mano de su estilista exclusiva Marni Senofonte (quien además diseñó toda la vestimenta de la gira Formation World Tour), aparece en el video del primer sencillo, Pray you catch me, con un suéter negro con capucha, escondida como una gacela en medio del prado, para luego transformarse, en la canción Hold up, en una hija del sol que viste un rabioso traje amarillo diseñado por el italiano Roverto Cavalli, mientras rompe con un bate todo lo que está a su alrededor.
La ropa siempre ha sido su segunda piel, la que reafirma su identidad y su pasado. Cuando recibió el Premio Ícono de la Moda que otorga anualmente el Council of Fashion Designers of America (CFDA), Beyoncé recordó que en la época en que formó parte de Destiny’s Child, “las grandes firmas no querían vestir a cuatro muchachas negras y curvilíneas. Nosotras no podíamos permitirnos diseños y vestidos de diseñadores”. Así que su madre, Tina Knowles, quien a su vez heredó de su madre las destrezas de costurera, se convirtió en la mujer que arropó la carrera de su hija. “Mi mamá fue quien diseñó mi vestido de novia, mi vestido de graduación, mi primer vestido para los CFDA Awards, mi primer vestido para los Premios Grammy, y la lista sigue y sigue. Esto es para mi el verdadero poder y potencial de la moda”, dijo Beyoncé al final de su intervención.
Lemonade está compuesto por doce canciones y el nombre del álbum se inspira en un pasaje de la vida de Hattie White, la abuela de Jay Z, pareja de Beyoncé. Cuando Hattie cumplió 90 años le hicieron una fiesta y ella, a cambio, les compensó con un discurso en el que recordaba su vida: “Tuve mis altos y bajos, pero siempre conseguí la manera de levantarme. Me dieron limones y yo hice limonada”. Este momento es recogido en el video de Freedom, tema que fue presentado públicamente en la última entrega de los Premios Black Entertainment Television (BET) y en el que participa el rapero Kendrick Lamar, un artista negro que se crió en las agresivas calles de Compton y cuyo disco de 2012, Good Kid, M.A.A.D City, fue considerado por la crítica como uno de los mejores de ese año por la brutalidad lírica con la que confiesa sus temores. Lamar no es el único. Músicos como Jack White, James Blake o The Weekend aparecen también en el álbum, en el que destaca el punzante R&B, el country añejo, el blues, el folk sureño, el pop, el hip-hop y hasta el reggae.
Beyoncé relata los tránsitos, los rituales de sanación que hace una mujer que ha sido traicionada, hasta llegar a la reconciliación con el otro y consigo misma. En el video documental hay once intertítulos (el duodécimo es el nombre del disco) que definen los momentos que narra cada sencillo de Lemonade: intuición, negación, ira, apatía, vacío, responsabilidad, reforma, perdón, resurrección, esperanza y redención. Las palabras aparecen en el centro de la pantalla con letras blancas, como preludios de las canciones, y recuerdan las fases que la psiquiatra suiza Elisabeth Kübler-Ross definió en 1969 como los componentes del duelo: intuición, negación, ira, negociación, dolor emocional y aceptación. En la página de la revista online Jezebel, la periodista Clover Hope define, luminosamente, la materia y alma de los que está hecho el disco: “Usar el engaño como hilo conductor para un álbum que habla de la solidaridad negra y femenina es audaz y casi perfecto. La mentira es lo que nos une (…) La ausencia de confianza. ¿En quién vamos a creer si no son nuestros padres, compañeros o el país que dice que somos libres? La respuesta es nuestras hermanas”.
Pero este álbum, que a las dos semanas vendió un millón de copias en todo el mundo según informó el sitio web United World Chart, el cual toma en cuenta las ventas reales y no en streaming, va todavía más lejos. En Lemonade, Beyoncé no solo diseca su corazón y su memoria, y se los muestra a un público acostumbrado a ver cómo se desarman los cuerpos en el twerking: basta mirar los videos de Anaconda, de Nicki Minaj, o de Booty, de Jennifer Lopez con Iggy Azalea. Sin dejar de mover con orgullo sus caderas infinitas, Beyoncé ha creado un trabajo que bien podría leerse como una novela, y no cualquiera.
Hay pasajes que recuerdan a la obra de la escritora estadounidense Toni Morrison, en cuyos libros las mujeres negras son siempre las protagonistas, a ratos víctimas también de la indiferencia y el repudio por el color de su piel. En su último libro, La noche de los niños, uno de sus personajes, Bride, dice: “Rezaba para que me diera un bofetón (…), solo para sentir su mano. Me equivocaba adrede en cosas pequeñas, pero Sweetness siempre encontraba la forma de escarmentarme sin tocar la piel que tanto odiaba: a la cama sin cenar, castigada en mi habitación. Aunque lo peor eran los gritos. Cuando el miedo se impone, la obediencia es la única posibilidad de sobrevivir”.
Inclemente, rudo y sin concesiones, Lemonade se aleja de la representación literal y expone un mundo místico saturado de metáforas y ambigüedades. Para esto, además, Beyoncé eligió la obra de la poeta keniana, radicada en Londres, Warsan Shire, e incorporó algunos de sus versos al video documental como interludios. En el trabajo de Shire son el migrante o la mujer musulmana las figuras centrales en la trama. Seres expulsados y desposeídos. En su poesía, ellos toman la palabra para humanizarse nuevamente luego de que esta época, xenófoba, misógina y racista, les arrebatara todo. Beyoncé lee fragmentos de estos poemas en Lemonade, incluidos For women who are difficult to love (Para mujeres que son difíciles de amar), The unbearable weight of staying (the end of the relationship) (El insoportable peso de quedarse —el final de una relación—) y Nail Technician as Palm Reader (Manicurista como adivina). En un tramo de sus versos, Shire dice: “No puedes construir hogares en seres humanos/ alguien debería habértelo dicho ya/ y si se quiere marchar/ déjale marchar/ eres terrorífica/ y extraña y hermosa/ algo que no todo el mundo sabe cómo amar”.
Un día antes de que Beyoncé participara en el Super Bowl, en febrero de este año, lanzó el video de la última y más sonada canción de Lemonade, Formation. En él interpela a la fuerza pública por los asesinatos indiscriminados hacia los negros en la gran América de las libertades y el progresismo. También cuestiona la situación de abandono por parte de las autoridades a las comunidades negras en Nueva Orleans, luego de la inundación provocada por el huracán Katrina en 2005. Y deja en claro que, solo a través de la hermandad y la reactivación de la memoria, se pueden sobrellevar los problemas. Esto fue, más que una provocación, una antesala para entender el performance que desarrollaría al día siguiente en uno de los eventos deportivos más vistos en el mundo entero.
Vestida con una chaqueta de cuero negro con cintos dorados, que cruzados sobre el pecho formaban una X, Beyoncé se presentó con un grupo de bailarinas que llevaban uniformes y boinas negras, e interpretó una coreografía que parecía ser desplegada por miembros de las legendarias Panteras Negras. Su actuación recordaba a lo que Michael Jackson había hecho en el Super Bowl de 1993 y hay quienes dicen que la alusión a la X era en referencia a Malcom X, de quien toma sus palabras para añadirlas en un trecho de Lemonade: “The most disrespected person in America is the black woman” (“La persona más irrespetada en América es la mujer negra”).
Beyoncé contiene multitudes. Se inspira en Nina Simone, Nefertiti, Zora Neale Hurston y Solange Knowles, su amada y admirada hermana. Le da tribuna a las madres del movimiento Black Lives Matter, quienes aparecen en Lemonade sujetando los retratos de sus hijos, asesinados por la policía. Abre su cuerpo a los otros, a las otras, y deja que vibren a través de sus antiguos latidos. El caramelo que produjo es ácido, como el chocolate negro que, por naturaleza, tiene ese sabor.