Los autos del General

Por Alfonso Cucalón

Antes de que los automóviles formaran parte de la vida cotidiana en nuestro país, cada una de sus apariciones constituía un acontecimiento, tanto por la novedad técnica cuanto por la notoriedad de los personajes que los engalanaban, entre ellos, los presidentes de la República.

La primera fotografía de un mandatario motorizado es la del general Eloy Alfaro. Fue captada en una fecha cercana a la de la batalla del Chasqui, o sea a inicios de 1906; en ella figura el Viejo Luchador junto al coronel José Ignacio Holguín y otros oficiales, en una operación de reconocimiento militar.

Fotografía perteneciente a Eduardo Holguin Padovani.

Ese auto, que también parece haber sufrido del fragor de la batalla, tiene la ventaja de dejar al descubierto una parte de sus entrañas, lo que permitió al Club De Dion Bouton de Francia identificarlo como el modelo AD de 15 HP, por su plataforma alargada y su chasis de chapa embutida.

Los modelos anteriores tenían una plataforma más corta y un chasis de tubos soldados. Pero los modelos AD apenas fueron presentados en el Salón del Automóvil de París en 1905.

Archivo fotográfico del Ministerio de Cultura.

Sin embargo, a inicios de 1906, pocos meses después de la presentación, el general Alfaro está cómodamente instalado en un auto que muestra huellas de haber sido utilizado un buen tiempo. ¿Cómo pudo haber sido posible?

El primer registro de una importación oficial de un automóvil destinado al servicio de la presidencia data de 1908, y no de la marca De Dion Bouton, sino de otra marca francesa Lorraine Dietrich. Entonces: ¿de dónde sale el De Dion Bouton?

Biblioteca Ecuatoriana Aurelio Espinosa Pólit.

Pongamos marcha atrás y remontémonos hasta el año 1904. El 19 de mayo de ese año, el diario La Ley (3) informaba sobre un remate de autos: “Nadie ofreció un centavo por ellos”. Es normal, porque eran unas cosas raras, muy pocos sabían manejarlos, costaban caro y lo más grave era que en esas épocas no bastaba con tener un auto, sino que, además, había que importar la gasolina, los repuestos y los mecánicos que, como cuenta la historia, eran franceses, gordos y barbudos.

Entonces, ¿qué sucede cuando un bien sale a remate, pero no encuentra adquirientes? Pues va a parar a manos del gobierno y, en esos años de novelería, al servicio de la más alta autoridad.

Queda otra pregunta: ¿qué delito o infracción pudo haber cometido el desdichado propietario de esos dos autos, que hubiera causado su confiscación y posterior remate?

Es difícil imaginar que en esas tempranas épocas la confiscación fuese producto de algún proceso judicial, por lo general, largo y tedioso, que desembocara en un remate inmediato.

¡Estamos en 1904! Tuvo que haber otro delito flagrante, de sanción inmediata: contrabando, por ejemplo.

Atando cabos, vayamos al otro lado del charco para ver qué pasaba.

En 1903 la fábrica De Dion Bouton ya preparaba su nuevo modelo que iba a ser presentado en el Salón del Automóvil de 1905, y envió varios grupos de prototipos a efectuar pruebas de resistencia en diferentes regiones del mundo.

Club DION BOUTON, Francia.

La expedición más conocida fue la del piloto Georges Cormier, quien partió de París hacia los Cárpatos del Sur, culminando una epopeya de ocho mil kilómetros que fue laureada en una publicidad de la marca.

De Dion Bouton, como todos los fabricantes de la época, se lanzaba a grandes travesías por terrenos lejanos y difíciles, para demostrar la confiabilidad de sus productos, como el Raid Pekín-París de 1908 y otros posteriores.

De todas estas aventuras quedan relatos en los archivos de fábrica. De todas, menos las de los otros grupos que salieron al mismo tiempo que el señor Cormier, de los que no había rastro hasta que se descubrió el auto del general Alfaro, que pertenece a la misma serie de prototipos.

Parece, en consecuencia, que los dos autos que salieron a remate pertenecían a uno de los grupos que fueron enviados por la fábrica De Dion Bouton para difíciles pruebas allende los mares. Llegaron sorpresivamente al Ecuador, en una época en la que las leyes sobre este tipo de importaciones no existían. La consecuencia inmediata seguramente fue la detención, el remate (declarado desierto) y la confiscación del cuerpo del delito que por consiguiente iría a parar en manos del gobierno.

El marqués Jules Albert De Dion y su socio Georges Bouton nunca se enteraron sobre el destino de sus prototipos en poder del ejército liberal.

De esos autos no quedan huellas.

No así del Lorraine Dietrich, que fue importado oficialmente para la Presidencia de la República en 1908.

Este primer auto prestó sus servicios durante la segunda presidencia del general Eloy Alfaro. Para ese entonces ya se habían formado conductores y mecánicos nacionales. El chofer oficial era Juan Hidalgo, quien tuvo, paradójicamente, el triste privilegio de manejar el auto presidencial el fatídico 28 de enero de 1912. El general Alfaro había sido detenido en Guayaquil y llegó en tren a la estación de Chimbacalle, desde donde fue conducido en ese automóvil hasta el panóptico, en un episodio que terminó en la hoguera bárbara.

Ese auto sobrevivió en el Ecuador hasta 1970. Se exhibió en un desfile de autos clásicos en Quito, con un rótulo “La Loraine 1910” (en referencia a la marca Lorraine Dietrich, pero el modelo es de 1908). El orgulloso conductor fue el restaurador Ruperto Andrade. (5)

Fotografías pertenecientes al señor Ruperto Andrade.

Desgraciadamente, en virtud de la ausencia de reglamentos que protegieran estas piezas patrimoniales, fue comprado y exportado por el doctor Howard Steven Strout (4), y el Ecuador perdió una pieza importante de su museo histórico.

De este modo el general Alfaro dejó una ruta trazada para que la economía del país se desarrollara en los ámbitos del transporte terrestre, no solamente de su obra magna, el ferrocarril, sino también en el mundo automotriz.

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