Un despertar imperfecto.
Por Tamara Izco.
Edición 427 – diciembre 2017.
Lisboa, con sus fachadas cubiertas de azulejos, el río que se abre inmenso hacia el océano y la cálida luz amarilla que la ilumina durante todo el año, enamora a todo aquel que tiene la oportunidad de pasar por ella. Madonna, desde su Instagram personal, retrata a su nueva ciudad, poniéndole los hashtags de inspiradora y acogedora, mientras se graba en la casa de algún artista, improvisando un concierto en ‘petit comité’. Mónica Belluci también tiene una casa en la capital portuguesa, en el histórico barrio de Alfama, desde donde es posible disfrutar de las vistas más espléndidas de Lisboa, ciudad de siete colinas cuyas subidas y bajadas interminables se presentan como un reto ante aquellos que quieran contemplarla desde los tantos miradores que alberga: el de Santa Lucía o los de Portas do Sol y Santa Gracia; el del imponente castillo-fortaleza de San Jorge, ocupado sucesivamente por fenicios, griegos, cartagineses, suevos, visigodos, musulmanes y cristianos, que escribieron y reescribieron la historia de Lisboa; el de San Pedro de Alcántara, con sus jardines, sus esculturas blancas y su mapa de azulejos; los de Santa Catalina, Senhora do monte o el de Arco de la rua Augusta.
Lisboa fue una de las ciudades invisibles imaginadas por Italo Calvino: ciudad blanca y oceánica. Antes que se auto-inviten de repente vulgares derivas comerciales del turismo de masas, perturbando el frágil equilibrio de la ciudad, ensuciando su delicado encanto, entrometiéndose cada vez más lejos.
Fuente: www.lisboa-does-not-love.com
Con dos únicas fronteras, el Atlántico por un lado y España por el otro, Portugal —conocida como la provincia de Lusitania durante la época romana— formó un importante imperio en el siglo XV, aunque un grave terremoto, seguido de un maremoto que acabaron con casi toda la ciudad, invasiones, la pérdida de su mayor colonia (Brasil), la caída de la República y una larga dictadura marcaron su destino posterior. Quizás es ese pasado el que hace que desde la esquina más luminosa hasta el ciudadano más alegre destellen siempre un punto de saudade, una suerte de nostalgia por aquellos tiempos de mayor grandeza. “Yo soy del tamaño de lo que veo, y no del tamaño de mi estatura”, decía Pessoa, que ya difunto sigue teniendo una mesa reservada en su predilecto café de Martinho da Arcada. Un encantador pesimismo melancólico, bellamente retratado en el canto por antonomasia lisboeta, el fado, parece caracterizar con frecuencia a esta ciudad.
Después de años de crisis, en los que se llegó a solicitar un rescate financiero a la Unión Europea, en 2016 Portugal cerró su año con el menor déficit presupuestario que ha tenido desde 1974, año en el que cayó la dictadura de Salazar, tras la pacífica Revolución de los Claveles. El país atraviesa un momento de renacimiento y la capital es el primer testigo de ello. Los ojos están puestos sobre la que parece ser la “nueva Berlín”, aunque ese interés, que suscita por un lado posibilidades nuevas, parece sostenerse, por otro, sobre cimientos frágiles. En medio de esta disyuntiva se levanta la capital europea que todos visitan, y en la que todos quieren vivir y crear.
Emprendimiento joven
Marvila es uno de los núcleos del emprendimiento joven en Lisboa, siendo sinónimo de coworkings, startups, espacios creativos, galerías de arte, incubadoras e innovación. Esta freguesía lisboeta que hasta hace poco tiempo era más bien una zona rural, luego industrial, es hoy sinónimo de modernidad y cambio. Los edificios más emblemáticos del barrio, como el de la antigua fábrica Abel Pereira da Fonseca, alojan compañías innovadoras como la consultora de diseño estratégico With Company. No muy lejos de ahí es posible visitar un espacio donde se rehabilitan y venden muebles antiguos, y un poco más allá hay un enorme gimnasio de crossfit y una gran sala de parkour, junto a un restaurante que se hace llamar El lugar que no existe. Tampoco podía faltar en una zona como esta una fábrica de cerveza artesanal, llamada Musa, dice servir solo “cerveza independiente”. La barbería Oliveira, un epicentro hipster donde ofrecen un impecable corte de bigote, barba o cabello, tiene también una sede en Marvila, junto a un estudio de tatuajes. Al final de la calle y doblando hacia el río, está la llamativa Fábrica do Braço de Prata, en cuyas instalaciones hay desde un restaurante y bar, hasta una librería y un espacio para eventos culturales. También es posible visitar en los alrededores la Underdogs Gallery, que se autodefine como una plataforma para artistas y que tiene un lugar importante en el espectro de arte urbano portugués. Todo se concentra en pocas calles y alrededor de una plaza que es conocida por tener el único meadero público que queda en la ciudad.
Aún en proceso de evolución, Marvila es el ejemplo más reluciente de las iniciativas jóvenes de la ciudad, intentando abrirse paso para dejar atrás los años oscuros de Portugal, que forzaron a muchos graduados a emigrar al norte del continente en busca de las oportunidades que escaseaban en su país. Hoy la intención es recuperar el talento joven nacional, y entre incubadoras y algunos proyectos para startups, se intuye una política que pretende empujar la innovación, así como el desarrollo de empresas portuguesas.
La cultura, otro bastión del cual se enorgullece esta ciudad, también es impulsada con esmero y es posible asistir a festivales de todo tipo que gozan de financiación. Sin embargo, a la vez que esto ocurre, Lisboa atraviesa un boom turístico sin precedentes y sus calles céntricas son prácticamente intransitables en los meses de temporada alta. Resulta difícil no chocarse contra el legendario tranvía 28, ahora lleno de extranjeros y los innumerables tuc-tucs eléctricos conducidos por jóvenes que ofrecen tours por la ciudad.
Crecimiento, pero, ¿turístico?
En la última década, el número de personas que ha visitado Portugal se ha duplicado. En 2016 el país recibió once millones, y el verano pasado 98% de los alojamientos de Lisboa y la zona del Algarve estaba ocupado. Inevitablemente, esto lleva a pensar que la aún frágil economía portuguesa ha mejorado recién gracias al turismo, en lugar de hacerlo gracias a otros ejes más sostenibles. En efecto, 16,6% del PIB nacional viene del turismo, cifra que en 2017 subirá a 19%. A la vez, 20% de los empleos generados el año pasado en Portugal derivó directamente de este sector. Las razones por las cuales la cantidad de visitantes se ha disparado son varias y se deben a distintos factores. Por un lado, ciertas ciudades de Oriente Medio, que antes eran populares destinos turísticos para una gran parte de Europa, ahora han dejado de ser tan frecuentados al ser el foco de inestabilidades políticas en un panorama de inseguridad global; y así, el sur de Europa se ha convertido en la principal zona de veraneo para los del norte del continente por su agradable clima y sus precios más bajos.
Por otro lado, el fenómeno de alojamientos turísticos distintos a hoteles y hostales, liderado por la empresa Airbnb, ha creado un tipo de economía alternativa que, por un lado, genera más oferta de hospedaje, mientras que por otro perjudica enormemente a los residentes del lugar. Los niveles de especulación a los cuales se ha llegado a través de estas plataformas han dado pie a incrementos de precio tales que, en algunas de las ciudades más frecuentadas por turistas, ha sido necesario empezar a poner límites, como es el caso de Barcelona.
En Lisboa ya empieza a ser imprescindible introducir una serie de medidas que restrinjan o regulen impositivamente el alquiler de apartamentos turísticos, ya que los precios de renta se han duplicado en algunas zonas de la ciudad en los últimos años, teniendo en cuenta que incluso edificios enteros son adquiridos y rehabilitados con la intención de convertirlos íntegramente en pisos destinados al turismo. De esta manera, no resulta extraño pasear por las calles lisboetas y encontrarse con carteles o grafitis que critican al turismo de masas y exigen la protección de alquileres para los residentes. En el caso de Portugal, en 2012, se decidió abolir el sistema de renta antigua, conforme al cual algunas personas llegaban a pagar incluso 32 euros al mes por casas que habían alquilado décadas atrás. Esto constituía, evidentemente, un problema para los propietarios y nuevos inquilinos que no conseguían acceder a vivienda, y muchos edificios estaban en decadencia. Los nostálgicos que recuerden a Lisboa por sus fachadas en ruinas podrían apreciar ahora un cambio importante, dado que la ciudad parece haber atravesado por un tratamiento facial que poco a poco —al menos superficialmente— la está devolviendo a su antiguo esplendor.
Invasión de turistas en Lisboa amenaza la identidad de la ciudad antigua.
El problema es que la avalancha de turistas atrae a pequeñas empresas que solo quieren obtener ganancias rápidas vendiendo cerveza barata o suvenires fabricados en China.
Fuente: www.lisboa-does-not-love.com
Grúas y andamios demuestran un proceso de cambio por los principales barrios céntricos de la capital. Sin embargo, de la mano de una mejora en la vivienda, vienen precios más altos basados en especulación y desalojos de antiguos inquilinos que ahora se ven forzados a mudarse a barrios periféricos. Este proceso, endémico en muchas ciudades gentrificadas de Europa y el resto del mundo, ha ocurrido de forma muy acelerada en Lisboa. En medio de este boom parece difícil encontrar una balanza justa entre precios controlados y acceso a vivienda digna, un derecho fundamental de los residentes de cualquier ciudad.
Si bien, por un lado, Lisboa busca abiertamente reforzar su presencia como destino turístico de preferencia a nivel mundial y ya no solo europeo, por otro, el ministro de economía del país, Manuel Caldeira Cabral, insiste en que la meta es aumentar los salarios y las pensiones, y que los motores de la mejoría de la situación financiera del país son la inversión y las exportaciones, en contraposición a la teoría generalizada. Habrá que ver cómo evoluciona este vibrante momento de Portugal, con Lisboa como principal espejo de la transformación. El reto principal consistirá en conseguir conservar la esencia y carácter de la capital y el resto del país beneficiándose sosteniblemente de la apertura al mundo y evitando convertir al lugar en un suvenir o producto de consumo y especulación, contra la tendencia uniformizante de hoy en día.