Linda Guamán Bautista, la ciencia de lo extraordinario.

Por Elisa Sicouret Lynch.

Fotografías: Juan Reyes, El Comercio y cortesía de  Linda Guamán.

Edición 460 – septiembre 2020.

Resulta paradójico que quien es considerada en la actualidad la científica más prominente del Ecuador originalmente haya querido ser monja. Nacida en el seno de una familia católica muy devota y conservadora de Cuenca, Linda Guamán canalizó esa fe inculcada desde pequeña hacia una vocación religiosa que la hizo convivir casi tres años con las hermanas terciarias capuchinas. A su lado pasó las experiencias más importantes de su vida, pero el amor por la ciencia que también era innato en ella terminó ganando la partida. El evolucionismo no anuló de raíz al creacionismo, en todo caso, ya que Linda afirma que la espiritualidad ocupa en ella un sitio muy predominante.

“Me considero religiosa, no católica, porque soy consciente de algunas cosas de esa religión que no me gustan. Por lo tanto, he intentado tomar lo bueno, no solo de esa sino de varias otras religiones o, digamos, de las relaciones espirituales que tienen las personas en diferentes países. Como científicos, nosotros nos remitimos a lo que dice la evidencia. De niña aprendí la mayoría de las cosas porque fui por muchísimos años catequista, cantaba en la iglesia, tenía vocación de monja y todo eso; pero son cosas que no se pueden explicar y la ciencia necesita explicaciones. Al inicio fue un poco como un conflicto, especialmente porque estaba todavía muy arraigada la parte religiosa, pero luego se fueron conjugando las dos cosas. Ahora reconozco absolutamente que la ciencia tuvo todo que ver con la evolución, pero creo que existe un ser supremo, no sé si un ser o una fuerza espiritual grande, que a mí me sirve de refugio, aunque no puedo decir que fue responsable del origen de la vida. Son cosas completamente diferentes, pero sí creo que hay algo grande ahí que a mí me ayuda”, asegura Linda, quien es experta en microbiología y en 2019 fue reconocida por la Global Biotech Revolution, organismo fundado por la Universidad de Harvard y el Massachusetts Institute of Technology (MIT) de Estados Unidos, como uno de los cien líderes del futuro en biotecnología.

Desde esa designación se ha convertido en la cara visible de la ciencia en el Ecuador. Pero llegar hasta allí fue una travesía en la que pasó de todo, no solo una crisis vocacional sino un matrimonio (y posterior divorcio) que definió el rumbo de su carrera; el alejamiento de su familia para realizar estudios en el extranjero y afincarse en la capital por motivos laborales; obstáculos y discriminación de género que ha experimentado por ser mujer en un campo histórica y mayoritariamente dominado por hombres; y más recientemente, una controvertida decisión de colaborar con el Municipio de Quito durante la crisis de la covid-19 que no fue respaldada por sus más allegados, pero que ella defiende en su afán de contribuir con el país.

Estas experiencias la cambiaron de tal forma, que Linda afirma no ser la misma mujer que era cuando inició su trayectoria profesional. Su evolución es una historia inspiradora que ella espera anime a muchas jóvenes ecuatorianas a perseguir su sueño de abrirse camino en el mundo de la ciencia, incluso en un país tan pequeño y sin recursos como el nuestro. Un sueño que hoy, gracias a ella, es más posible que nunca.

Una mirada hacia atrás

Linda Guamán (Cuenca, 1985) es ingeniera en Alimentos por la Universidad del Azuay (2004-2009), tiene una maestría en Microbiología por la Universidad San Francisco de Quito (2009-2012) y un doctorado en Microbiología por la Universidad de São Paulo (2012-2017), estos dos últimos gracias a becas. También cuenta con una tecnología en Producción y Dirección de Radio. Actualmente es docente investigadora en el Centro de Investigación Biomédica de la Universidad Tecnológica Equinoccial (UTE) y también asesora técnica en la Secretaría de Salud del Municipio de Quito.

Sus logros académicos son motivo de orgullo para sus padres, Rosa Bautista, de 61 años, y Gustavo Guamán, de sesenta. Ellos no terminaron el colegio, por eso, su mayor motivación de vida fue que sus hijos culminaran la universidad. Lo consiguieron gracias a un arduo trabajo en una mueblería que mantuvieron hasta hace dos años en el centro histórico de Cuenca. Y no solo con Linda: su hija mayor, Jéssica, es licenciada en Artes Culinarias; y su hijo menor, Gustavo, egresó de Ingeniería Ambiental.

“Como buenos papás, están felices de poder ver en nosotros mucho de lo que ellos no pudieron hacer por la situación económica, porque nos tuvieron a los tres más o menos seguido y no contaban con posibilidades. Así que están extremadamente orgullosos, y yo estoy feliz porque creo que es la mejor manera de poder retribuir, ya que lo que soy es porque ellos me dieron y me siguen dando todo”.

En su niñez Linda pasó mucho tiempo en un ambiente retirado de la ciudad en Cuenca y con su abuela materna, incluso en la actualidad, todavía cosecha maíz y fréjol en el campo. Proviene de una familia grande y muy conservadora, a tal punto que su mamá no le permitía maquillarse o ir a fiestas durante la adolescencia, una etapa particularmente difícil para ella debido a que el desarrollo físico le llegó tardíamente.

“Tengo la fortuna de haber nacido once meses después de mi hermana, así que somos muy cercanas. Como no me desarrollé rápido, eso me creó un problema: ella a los doce o trece años ya era grande, con características muy femeninas, y yo hasta los quince seguía sin menstruar. No me definía muy bien, seguía siendo muy pequeñita y, pese a esa mínima diferencia de edad con Jéssica, ella se veía como una mujer muy bonita, salía con chicos y todo, y yo no. Me refugié en el estudio porque no me iba muy bien en la parte social. No obstante, entre los quince y los dieciséis crecí de manera muy abrupta y también eso fue un poco raro. No sabía si era niña o niño, estaba ahí como mujer, pero seguía utilizando hasta cuarto o quinto curso la misma falda que mi mamá me compró para entrar al colegio”, recuerda.

Linda siguió en secundaria la especialización Química-Bióloga pues quería ser médica. La idea le duró hasta que la llevaron a visitar una morgue durante una casa abierta; cuando vio los cadáveres, desistió. Así que desvió su atención hacia la biología, una materia que le encantaba. Pero cuando les comunicó a sus papás su deseo, no les gustó para nada, “porque hay un poco el estereotipo del biólogo hippie, que no consigue trabajo, y ellos estaban preocupados de que me pasara eso”, afirma. Le dijeron que debía estudiar una carrera que le asegurara la parte financiera, una ingeniería específicamente. Escogió por descarte la de Alimentos debido a que no quería perder el abono que ya había hecho para la carrera de Biología, y las otras únicas opciones en su universidad eran Electrónica y Automotriz.

No le entusiasmaban sus estudios, pero siguió adelante, sin tener idea de que en muy poco tiempo su vida daría un vuelco. Asistió a una conferencia de la doctora María Elena Cazar, la primera mujer PhD que tuvo la Universidad del Azuay: fue el momento de una epifanía y de una oportunidad. Linda la abordó luego de la charla para pedirle que le diera espacio en su laboratorio para intentar combinar la parte de ingeniería de Alimentos con la ciencia. “Me abrió las puertas: yo soy investigadora por ella. Fue ahí que me di cuenta de que eso era lo mío y María Elena me ayudó muchísimo en todo, incluso para buscar dónde hacer mi maestría”, explica.

La familia, izq. a der., el padre Gustavo Guamán; Linda, Jessica y Gustavo; la madre Rosa Bautista.

Amores divinos y terrenales

A los veintidós años, mientras cursaba de manera simultánea la ingeniería en Alimentos y la tecnología en Producción y Dirección de Radio, le llegó su crisis vocacional. Se retiró de la universidad y empezó a hacer misiones con las monjas terciarias capuchinas que son franciscanas. Todo su tiempo libre y feriados por Navidad o Semana Santa los pasaba con ellas.

Al momento de decidir si ingresar o no al convento, habló con sus papás y ellos, pese a ser devotos católicos, no la apoyaron. Querían que terminara la universidad. Linda tenía otros planes: se retiró durante un semestre completo, utilizó el dinero de sus estudios y se escapó con una amiga al convento en Quito. Después viajó en misiones a territorio waorani y confiesa que esa fue “de lejos, la mejor experiencia de mi vida. El vivir en la selva, ayudar a la gente, poder ver lo que viven y sufren por los desastres naturales, por las petroleras, todo esto me impactó muchísimo. Luego de seis meses decidí que quería seguir ayudando, pero no como religiosa, no era lo mío. Creo que esa era la finalidad de la experiencia vocacional: yo viajé allá ya como hermana, me corté el pelo, no me maquillaba, usaba solo falda, y vivir, rezar, hacer las cosas todo el tiempo con ellas, me dio la perspectiva que necesitaba”. Le tomó dos años y medio llegar a esa conclusión.

La experiencia religiosa le permitió conocer a su mejor amiga, Rosita Campoverde, quien sí tomó los votos el año pasado. Y también, durante las misiones en la Amazonía, a su exesposo Pablo Ernesto Albán, quien es cirujano pediatra y estaba haciendo su residencia en ese momento. Él jugó un papel preponderante en el destino de Linda en más de un sentido.

“Soy muy honesta con respecto a cómo tomé mis decisiones y no fue por las motivaciones adecuadas, necesariamente..

 Cuando ya me decidí a estudiar ciencia, estaba enamorada de mi primer esposo, que vivía en Quito. Dije: ‘Ok, quiero estudiar fuera, como él está en Quito, iré para allá’. Así que en gran medida fue por él. Entonces, sí tenía un gusto por la ciencia, pero también tomé una decisión porque estaba enamorada en ese momento. De hecho, después de terminar mi maestría, cuando ya me casé con él, volví a cometer el mismo error —y ahora reconozco que fue un error—: él se iba a Brasil a hacer su especialidad en Cirugía de corazón y yo quería ir a Holanda a hacer mi doctorado, pero como estábamos ya casados tomé una actitud de ‘me voy con mi esposo’. Y llegué a Brasil sin hablar el idioma, sin tener una universidad o una beca. Afortunadamente encontré una beca, hice mi doctorado, me fue muy bien, pero no es que me detuve a pensar tanto”, confiesa.

Durante la mitad de su doctorado en la Universidad de São Paulo, se dio cuenta de que las cosas no estaban funcionando en su matrimonio y de que en algún punto debía tomar decisiones profesionales basadas en sí misma, no motivadas por las elecciones de su esposo. Se separaron y Linda viajó a Estados Unidos a realizar la parte final de sus estudios de posgrado en la Universidad de Washington en San Luis.

El divorcio fue uno de los capítulos más dolorosos que ha experimentado, pero también de los más transformadores de manera positiva: “La Linda de ahora no tiene nada que ver con la Linda que se casó, una mujer que pensaba que sí o sí tenía que estar con su esposo, que era muy conservadora, católica, que pensaba que iba a tener hijos e iba a hacer feliz a su marido, y que, además, antepuso la felicidad de él a la suya. Y fue muy doloroso cuando ya, estando en el exterior y viviendo sola con él, me di cuenta de que yo era cualquier cosa menos lo que quería ser como mujer y como profesional. Me casé en Cuenca, en una boda religiosa con todas las de la ley, así que el divorcio no solo fue mío sino también de mi familia. Ver llorar a mis padres y hermanos me dolió tanto como tomar la decisión en sí, que me supuso una gran carga por el estigma del fracaso de regresar divorciada. Con él podía tener una vida muy buena porque era cirujano de corazón de niños, en cambio, yo regresaba a ver en qué iba a trabajar. Recuerdo que cuando me fueron a recibir al aeropuerto algunas personas no me felicitaron por mi doctorado, sino que me dijeron que era una pena que hubiera fracasado en mi matrimonio. Y eso fue superdoloroso para mí. Pero si bien ha sido la experiencia más dura, también ha sido la que más me ha permitido crecer”.

En el plano sentimental siempre se puede renacer de las cenizas y ese fue el caso de Linda, quien desde hace tres años vive en Quito con su actual pareja, el científico mexicano Carlos Barba, investigador de la Universidad de Las Américas (UDLA): “Nos conocimos en Estados Unidos, cuando estaba haciendo mi PhD y él su posdoctorado. Fue en 2015 y empezamos a salir en 2017. Vino a radicarse en el Ecuador básicamente por mí. No tenemos hijos aún, si bien quisiéramos en el futuro; pero tenemos dos perros adoptados en Ambato y un gato adoptado en Quito”.

El que ambos sean científicos hace más fácil la convivencia para esta pareja. Carlos la ha apoyado incondicionalmente no solo en un plano emocional, sino incluso en su trabajo en la UTE, ahora que en el Municipio de Quito la mantienen más ocupada de lo usual. “Si he alcanzado logros últimamente ha sido porque lo he tenido a él a mi lado. No hubiera podido hacer todo lo que he hecho, incluso lo que estoy haciendo ahora, sin él. Me ayuda muchísimo que me pueda cubrir con mis estudiantes en el laboratorio, que me pueda ayudar a preparar clases, que entienda mis frustraciones. Yo he florecido ahora que estoy con Carlos”, asevera.

Junto a su esposo Carlos Barba.

La hora de las mujeres

La ciencia en el Ecuador es un ámbito que está significativamente mucho menos desarrollado que en otros países del mundo, en cuanto a avances y proyectos de investigación, lo mismo con respecto a la brecha de género en puestos y salarios. Si alguien ha vivido esto en carne propia, esa es Linda Guamán.

“Lo he experimentado en la ciencia, y creo que ahora me va a tocar experimentarlo en la política (por su trabajo en la alcaldía), porque en los dos lugares existe lo mismo. Cuando regresé al país tuve que firmar contratos asegurando que no estaba embarazada, y en las entrevistas de trabajo me ponían la cláusula de declarar que no estaba embarazada a la fecha de vinculación, al lado de declarar que no tenía VIH ni discapacidad. Una regresa con su título y piensa que ese va a ser un gran criterio para ser contratada, y de pronto las preguntas que te hacen durante las entrevistas son si vas a tener hijos a corto plazo porque a la institución le interesa la productividad y ya tienes 35 años. Entonces, lo feminista que tuve desde siempre se fue apagando porque, de lo contrario, no conseguía trabajo”, expresa.

Además de que la confundan con la secretaria del laboratorio o de que la saluden constantemente como “señorita” y a sus colegas hombres como doctores, el aspecto más espeluznante de la discriminación lo reflejan los salarios: Linda afirma que muchos de sus compañeros varones, que tienen su mismo título y hacen sus mismas tareas, ganan 30 % más que ella. “Esas cosas pasan mucho. Y si eso sucede con nosotras, que hemos sido privilegiadas de estudiar fuera y capacitarnos, ¿cómo será con las mujeres como mi mamá, que no terminaron el colegio? Es una cosa de todos los días. Es tristísimo”.

No todo es oscuro en el horizonte. Considera que sus logros profesionales están abriendo camino para que muchas más mujeres se vinculen con la ciencia y poco a poco puedan romper ese “techo de cristal” de limitaciones para voltear la realidad a su favor: “Me siento orgullosa de poder inspirar a las jóvenes porque la única razón por la que empecé a hacer investigación fue porque tuve a una mujer como referente. Así que me siento orgullosa de haberme convertido en una. Hoy, por ejemplo, recibí el correo de una chica ecuatoriana que estudia Tecnología en México, que quería conversar conmigo para saber un poco qué debe esperar cuando regrese. Estoy orgullosa de recibir ese tipo de apoyo y también de cariño de las mujeres que hacemos investigación”.

Aspira incluso poder llevar ese liderazgo en femenino al siguiente nivel: “Quiero liderar mi propio laboratorio y mi propio equipo de investigación. Ahora soy parte de un laboratorio, lo que no tiene nada de malo, pero creo que hacen falta más mujeres en puestos clave”.

“Quiero liderar mi propio laboratorio y mi propio equipo de investigación. Ahora soy parte de un laboratorio, lo que no tiene nada de malo, pero creo que hacen falta más mujeres en puestos clave”.

Hacer una diferencia

Entre los proyectos científicos insignia de Linda Guamán están la modificación genética de una bacteria para que produzca biocombustibles y de otra para la síntesis de plástico biodegradable a partir de un azúcar barato (fuente de carbono), los cuales le han valido apariciones en publicaciones de prestigio como Metabolic Engineering de Estados Unidos. Aparte de su trabajo en la UTE y el Municipio de Quito, al momento tiene dos proyectos financiados: uno por la Corporación Ecuatoriana para el Desarrollo de la Investigación y la Academia (Cedia), para modificar genéticamente una levadura y generar un compuesto benéfico para el intestino; y otro por el Gobierno de Escocia, para automatizar el diagnóstico de pruebas de covid-19 con un brazo robótico.

Es evidente que se mantiene ocupada. Una jornada promedio en su vida pospandemia comienza a las 06:00, cuando se levanta, desayuna, se arregla y alista su almuerzo que dejó cocinado la noche anterior para llevar. Dependiendo del día, se dirige a la UTE a revisar algunas cosas del laboratorio a partir de las 07:00 o 07:30; alrededor de las 09:30 va a la Secretaría de Salud de la municipalidad, donde permanece hasta las 19:00 o 20:00; al regresar a casa practica media hora de ejercicios con su pareja y luego cenan. Antes de la llegada de la covid-19 hacía muchas otras cosas a diario, como ir al gimnasio o a sus clases de muay thai, arte marcial del cual tiene cinturón amarillo. Pero la nueva normalidad ha cambiado sus rutinas, como las de todos.

Agradece haber podido llevar la anormalidad de una cuarentena rígida por el virus en Cuenca, con su familia reunida: “Estuvimos todos juntos, mis hermanos y cada uno con sus parejas y sus hijos, y yo con mi pareja, mis perros y mi gato. Fue tan bonito porque mis papás tienen un terreno donde hay tres casas y cada uno ocupó una. Cocinábamos juntos, hacíamos viernes de películas, karaoke. Muy divertido”. Aprovechó para disfrutar del mote con sancocho de su mamá, uno de sus platos favoritos: ama la cocina típica cuencana.

De vuelta en Quito, y a la realidad, sintió que tenía la responsabilidad de aportar desde su trinchera en el control de la pandemia. Por eso aceptó la propuesta de la alcaldía para vincularse con la Dirección de Salud, a pesar de la polémica por el manejo de las pruebas para la covid-19 que ha salpicado a la entidad. “Desde hace algún tiempo, tanto algunos colegas académicos como yo misma habíamos cuestionado el hecho de que varias decisiones que se tomaban en plena pandemia no tenían asesoría científica, que no nos habían contactado a personas que podíamos colaborar. Así que, a pesar de todo este contexto malo de corrupción, etc., lo que me animó a colaborar con el municipio fue tener la oportunidad de ayudar cuando había estado pidiendo por mucho tiempo que nos tomaran en cuenta en la toma de decisiones públicas. Mi idea es colaborar hasta que la emergencia esté bajo control y poder regresar a la academia”. Su anhelo de contribuir hizo que ignorara incluso las voces de alerta de su entorno más cercano: “Mis papás están preocupados porque estoy en el municipio, ellos saben lo que está pasando en la Secretaría de Salud y, de hecho, me invitaron a pensar bien las cosas, al igual que mi pareja”.

Aclara que no se trata de un apoyo político al alcalde Jorge Yunda, a quien ni siquiera conocía antes de que la invitara a unirse a su equipo, sino de un aporte exclusivamente ciudadano: “Fui llamada por el trabajo que había hecho de divulgación científica y de diagnóstico; pero en realidad, me daría un poco lo mismo quién estuviera ahí. Creo que de verdad puedo ayudar”.

Justamente por querer hacer una diferencia, sobre todo en el área de ciencia y tecnología, sí se plantea servir al país en el futuro desde un cargo público. “No sé si ahora, porque me gustaría tener un poco más de experiencia en este ámbito para luego asumir una responsabilidad mayor. (…) Quisiera involucrarme en el desarrollo de políticas que permitan que la investigación se acelere, no solo en la biotecnología sino en todas las ramas de la investigación. Es un poco decepcionante ver que tenemos como nunca en la historia del país talento humano, gente brillante que estudió en las mejores universidades, y que viene a dar clases porque tenemos un sistema que nos juega en contra. Si pudiera dejar un legado, sería lograr estructurar un sistema que nos permita hacer investigación y contribuir a crear espacios para el crecimiento.

Linda Guamán es la asesora técnica para el procedimiento y análisis de pruebas de covid-19.
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