
Su autor, Jorge Volpi, la define como una “novela sin ficción”, que narra la historia de una familia y sus relacionados, acusados de formar parte de una banda de secuestradores. Los principales implicados son Israel Vallarta, un hombre dedicado a negociar vehículos, y su exnovia, la francesa Florence Cassez.
Los mexicanos vieron por televisión “en vivo” el operativo en el que las autoridades allanaron la casa donde estaban los delincuentes y cómo se liberó a los rehenes. Se alcanzó a ver cómo un alto jefe policial golpeaba al acusado esposado. Poco después se conoció que todo fue un montaje de la policía para “ayudar” a los medios a lograr un video candente.
México es América Latina, de allí que todo lo que sucede en esta historia nos luce tan familiar, nada nos es increíble. La descomunal corrupción policial, la tortura como herramienta privilegiada de investigación, el salvaje sistema penitenciario, la negligente actitud burocrática de jueces, fiscales y defensores de oficio. Todo se vuelve cada vez más confuso y más falso, hay serios indicios de que dos de las “víctimas” en realidad hayan tramado un autosecuestro para dirimir problemas familiares, el más locuaz de los rescatados afirmaba haber estado a punto de ser mutilado por la francesa, y para probarlo enseñaba una herida que resultó ser un problema dermatológico…
Una verdad imposible

Habría sido un caso más de este delito en el subcontinente y habría llegado a las habituales soluciones dudosas de condena o absolución que caracterizan a nuestros sistemas penales, de no ser porque una serie de afortunadas situaciones hizo que el presidente de Francia, Nicolas Sarkozy, se interesara en el caso de la acusada francesa y se empleara a fondo en conseguir un juicio justo.
Sin embargo, el presidente de México, Felipe Calderón, se empeñó en defender a las autoridades involucradas. Como se ha visto, las autoridades latinoamericanas con frecuencia son presionadas para obtener “resultados” en su lucha contra el delito, por lo que no reparan en los medios para “encontrar” cualquier prueba.
Al final, Florence Cassez fue liberada por un tecnicismo jurídico, pero no declarada inocente, mientras Israel Vallarta y otros acusados siguen purgando una larga condena.
Jorge Volpi simpatiza evidentemente con los acusados y abomina a los corruptos y escleróticos aparatos policiales y judiciales mexicanos. Sin embargo, no hay una clara determinación de la verdad. Según Volpi, esta novela trata, como otras obras suyas, “de la búsqueda de una verdad imposible”.
Esto interroga al género de no ficción. No se trata de hacer crónicas en las que se utilicen recursos narrativos propios de la novela para exponer la verdad, sino de dar una visión de hechos reales en una distinta dimensión del ser.
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