La referencia central que atraviesa este libro es la del Rey Pescador, personaje mítico de la literatura medieval europea, a quien dejó estéril una herida recibida en la ingle. A pesar de ser central, la referencia aparece solo en unas cuantas (valiosas) imágenes sueltas: plantas abriéndose paso en condiciones adversas, escenas de pesca…; y, sobre todo, en el famoso epílogo de “Notas” incluido en la publicación y con el cual Eliot intentó aclarar ciertos aspectos de su libro y reconocer fuentes a las que había acudido.
Así que el libro empieza y avanza con la sensación de haber sembrado una pista falsa muy a plena vista. La expectativa de adentrarse en una leyenda antigua es reemplazada, dentro del texto, por referencias a personajes que más bien parecen salir de una familia (una familia europea acomodada de principios de siglo XX como cualquier otra); personajes con nombres como Marie, Albert, Lil, quienes participan en reuniones, juegos de mesa y paseos…
Solo que estos escenarios “realistas” se vuelven a mezclar, otra vez, de nuevo, y sin la necesidad de transiciones elaboradas, con otros que apuntan de regreso hacia lo mítico; no al Rey Pescador sino al profeta Tiresias de la antigua Tebas, a soldados de las guerras púnicas, al Buda, al tarot… Eso mismo es el mito, pienso, una pista falsa (o una serie de pistas falsas) colocadas muy a plena vista de lo “real”. Puestas ahí para intentar aclarar algo sobre nuestro pasado remoto.
La tierra baldía tiene cinco secciones con títulos tan sugerentes que se han vuelto icónicos (“Death by Water”, por ejemplo), como muchas de las frases que componen el poema (“April is the cruellest month, I will show you fear in a handful dust”…). Varios pasajes ofrecen una musicalidad rica y situaciones de interconexión entre las diferentes partes del texto: repeticiones de frases o reapariciones de motivos que ilusionan la lectura.
Pero es la idea del mito la que ocupa al poeta. Guiado por sus lecturas de autores con programas esencialistas que se disponían a penetrar convincentemente en los misterios más profundos de nuestra cultura (James Frazier, pero también Freud —una línea que seguiría con Claude Lévi-Strauss, Robert Graves, Joseph Campbell—), Eliot busca recrear esas búsquedas pero en un plano altamente estetizado, “intertextual”, aparentemente menos metódico que un libro científico; un proceso que no tiene centro, que tiene más que ver con esa heap of broken images que el propio poema plantea como lo único que el ser humano llega a vislumbrar de su pasado. Es decir, al contrario de los procesos científicos, Eliot (a pesar de compartir el mismo interés y la misma fe en el progreso) parece despreocupado o distraído, perdido en un diccionario etimológico, mientras sueña despierto con textos de antaño.
Este libro ahonda en imágenes y palabras que evocan la actitud humana ante la muerte (la muerte de la tierra, la muerte masiva de jóvenes durante la Primera Guerra Mundial). En un momento se refiere a una multitud “fluyendo” sobre el puente de Londres y agrega una frase tomada/adaptada/traducida de Dante: “I had not thought death had undone so many”.
El río Támesis, como buen río que es, aparecerá más veces, como una especie de compañero en este viaje trascendental. En algunas instancias es descrito no como un paisaje “bello” sino contaminado: basura flotando en su superficie, una rata apareciendo sobre la orilla fangosa. El río se ubica como la mejor escucha para el poema de Eliot, y resulta atractivo que la poesía moderna, que enfatizó un acercamiento más directo con el público de poesía, haya encontrado al público ideal en la figura de lo aluvial.