
Esta obra de la célebre cronista de The Newyorker, Masha Gessen, fue publicada originalmente en 2012. En estos días de guerra en Ucrania interesa todo sobre el dictador ruso, pero un libro con una década acumulada sobre su portada podría resultar extemporáneo. No es este el caso porque su valor documental lo rescata.
Es un texto escrito antes de la invasión de Crimea, en el que se muestran e ilustran los rasgos de la personalidad del dueño del Kremlin, que parecen llevarlo inevitablemente a una salida sangrienta y destructiva. No es por tanto un tomo de propaganda política escrito al calor de la contienda, sino un análisis hecho con antelación.
No se trata de una biografía de Vladímir Putin. En realidad, escribir una obra con ese tema será algo extremadamente difícil, debido a que se conocía muy poco de la vida de este hombre antes de que llegara a la presidencia de Rusia. De allí el no demasiado original título del volumen. Y habría que preguntarse si en Occidente sería posible una peripecia igual o si solo es posible en Rusia, un país que ha vivido obsesionado por el secreto aun antes de que se implante el Estado totalitario soviético.
Tampoco se trata de un simple recuento de la vida pública del actual presidente ruso, que más o menos comprendería desde 1991, su salida oficial (pero no real) del KGB, hasta 2012, cuando inicia un nuevo período de Gobierno. El libro es una crónica muy vivenciada, narrada en primera persona, con abundantes referencias a la vida privada de la autora, quien permaneció largos períodos en su país natal y pudo presenciar en primera fila el proceso de encumbramiento del coronel del servicio de espionaje hasta la máxima instancia del poder.
Masha Gessen, esencialmente periodista, se entrevistó personalmente con muchos de los protagonistas de los hechos y lo hace saber con mucha claridad. Con este material de primera mano, no solo disecciona las características del personaje, sino también de su entorno de poder.
El retrato de Putin que emerge de estas páginas es el de un agente secreto mediocre, sin actuaciones destacadas, de maneras vulgares, como lo dice alguien que lo conoció muy de cerca, “bastante ordinario”, un producto típico de su organización. Las tres letras de la sigla rusa del Comité para la Seguridad del Estado (KGB) definen cómo entiende Putin el mundo, su país y el Estado.
Astuto, calculador y determinado sí, esas también eran virtudes que se inculcaba a todos los espías de esta organización. A las que hay que añadir otras “virtudes” de su propia cosecha, como una cleptomanía manifiesta, que Gessen no duda en calificar de “pleonexia”, o sea de un ánimo descontrolado por poseerlo todo.
El maquiavelismo que justificaba los campos de concentración del Gulag y todos los horrores en nombre del comunismo, vaciado de esa causa, permanece en brutales falsos atentados, y en el excoronel transformado en el maestro mundial de los envenenadores y dedicado al saqueo descontrolado del país en beneficio de una oligarquía mafiosa y criminal.