
Eduardo Varas
Cadáver exquisito, Guayaquil, 2021
Esta novela cuestiona la educación y sus secretos en aulas, baños, salones, donde el abuso sexual es un acto de lo más normal. Grita el grito de niños o niñas abusados, el dolor de las madres, esa realidad tan denunciada ahora, tan naturalizada siempre.
Entre el miedo, la desazón, la tristeza y la impotencia, surge, de repente, la ficción que supera a esa cruel realidad. Aparecen seres, ¿humanos?, ¿mutantes? Se autodefinen como carroñeros. Comen carne muerta. Pero no cualquier carne, sino la de esos monstruos pedófilos. Aquellos que tienen algo para vengar son los elegidos. Por eso, escogen personas como Carmen, adolorida y culpable. Sin que nadie la obligue, Carmen podría matar al profesor que violó a su hijita.
Muerte, antropofagia. Una suerte de purificación de esta especie tan enferma y desesperada. Devoran, lamen, regurgitan. “Todo ese horror que han comido se convierte en pasión para ellos. El cuerpo que se deshace en la boca vive en ellos”. Y las madres, dispuestas a todo por lavar su inútil maternidad, porque hay niñas y niños ultrajados, atacados. “Ser madre es resistir derrotas inevitables, adaptarse a esa condición de vida”.
Carmen acompaña a J., uno de los mutantes, a recargar energía. Es la casa del ministro de Educación, el que no hizo nada frente a cientos de denuncias sobre los peores actos de pederastia: el partido le dijo que cerrara el tema porque era tiempo de elecciones. La realidad del país usada para fabular y resolver el horror desde el alimento de “esas criaturas”.